4. ¿Es una jodida broma?

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  De mi boca salió un pequeño grito.

   —¡Ay!—me queje.

 Rayos, eso si que me dolió.

  Si hay alguien que tiene mala suerte en este mundo, esa soy yo. Mi nariz dolía como los mil demonios. Maldita sea el idiota que abrió la puerta así y yo también por andar mandando mensajes mientras camino. Juro por Dios que nunca más lo volveré a hacer. Mi nariz duele demasiado.

   Levante la vista aun sobandome torpemente mi nariz para ver quién fue el tonto o tonta que abrió así la puerta. Y si, lo acabo de confirmar, soy la persona con peor suerte en todo el mundo. Adivinen quién era. Les daré una pista. Ayer casi me mata y me cargó como un saco de papas, además de un montón de otras cosas más.

   Por si aún no les quedaba claro, hablo del idiota de Bruno. Bonita suerte la mía, ¿no?

     —Lo siento, lo siento… No fue mi intención —comenzó a hablar rápidamente pero se detuvo en medio de su oración en cuando fijo su vista en mi—. Ah, eres tú.

 ¿Ah, eres tú? ¿Era enserio? Yo debería ser la enojada aquí, no él. Además, ¿no era él quien insistió ayer para salir conmigo en una cita?

    — ¡Oye, enserio me sorprende tu preocupación! Yo estoy de lo mejor, enserio, mi nariz casi se quiebra por tu culpa, pero estoy bien.

 Idiota.

     —Comenzando, yo no tengo la culpa de que tu te pares frente a la puerta o que se yo. Segundo, si dices que estas bien, pues, ¿Para que preocuparme?

 Maldito imbecil.

     —Comenzando—imite sus palabras—, no estaba parada frente a la puerta o que se yo, como dices tú. Yo iba caminando de lo más normal hasta que un idiota sin cerebro y con la menor delicadeza posible abrió la puerta como si lo viniese persiguiendo el diablo. Segundo, ¿conoces algo llamado sarcasmo? Bueno, lo estaba usando. Mi nariz duele como el infierno. ¡Si hubieras tenido un poco de delicadeza no me hubieses hecho daño!

    —Te quejas como una niña—se burlo. Su voz sonó algo fría y me causo un escalofrío.—. Yo no me quejaría tanto si fuera tú.

    —Claro, como tú no fuiste el que recibió el golpe, si no estarías quejando como un bebe llorón. Apuesto a que si.

    —Esto es absurdo. Deja de quejarte y solo ya supéralo.

     —Eres un salvaje animal.

      —Y tu una llorona.

 Ambos gruñimos por lo bajo y nos estábamos matando con la mirada.

 El profesor Flavio, uno de mis profesores y que por cierto, tenía sus treinta años, estaba como quería. Siendo sincera, él era uno de los profesores más buenos de toda la universidad. La verdad sea dicha. Y, cuando pasó por nuestro lado, se detuvó y nos quedó mirando extrañado.

    —¿Algún problema señorita Abagnali?

 Lo miré inmediatamente y cuando abrí mi boca para responder, Bruno me ganó y respondió por mí.

    —Ninguno profesor, solo estábamos conversando.

     —La verdad es que….

No pude terminar mi frase porque, de nuevo, Bruno me interrumpió.

    —Solo nos estábamos poniendo de acuerdo para salir, ¿verdad? —Bruno estiro su brazo hacia mí y me rodeo con los hombros.

     — ¿Qué? No, claro que no. Lo que paso fue que…

¿Cómo todos?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora