En tus manos confío Chapter 12

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Chapter 12

-Awwww,... ¿Crowley? –miré a mi alrededor en la prisión para percatarme de que mi compañero no estaba ahí. -¡Crowley!

Estaba sola, en medio del Infierno, la primera vez que me sentía tan vulnerable desde que llegué a este lugar. Me arrinconé abrazando mis rodillas. Traté de no llorar, pero una lágrima se me escapó con un suspiro. Miré cómo las ratas se comían las migajas de mi plato y pensé que lo único que me podría acabar la vida sería ser la Reina del Infierno. Horror, me invades, no quiero que eso ocurra. Quiero ver a Cass, quiero estar en el búnker, quiero entrenar con los Winchester.

Estuve un buen rato curioseando los muros de la prisión, por si había alguna salida. Desistí al escuchar movimiento fuera de la puerta. Me asomé a la pequeña reja y divisé a varias personas en gran revuelo. Uno de ellos traía a Crowley casi a rastras. Di varios pasos hacia atrás y vi al demonio abrir la prisión y soltar al otro encarcelado con desdén. Este cayó al suelo como un bulto pesado.

-¡Crowley! ¿Estás bien? –corrí hasta él mientras el demonio que lo trajo cerraba la puerta con una sonrisa malvada.

-Vas a tener que ponerte tu mejor traje,...

-Oh, Crowley, estás malherido. ¿Qué te hizo ese monstruo?

-Escucha, pequeño cuervo, tengo poco tiempo,... La rubia creída estaba haciendo planes para tu ritual, pero parece que algo lo ha acelerado,... Debes buscar una forma de salir de aquí,... Puedes hacerlo,... Sé valiente,...

-No quiero irme sin ti. Si me escapo, él te matará. Te echará la culpa y no se detendrá contigo. No quiero eso. No eres perfecto, Crowley, pero eres mejor Rey del Infierno que Lucifer.

-Esa es la cosa más bonita que me han dicho,... -él se desmayó.

-¿Crowley? ¡Crowley! –tras de mí la puerta se volvió a abrir y una demonio me tomó fuertemente por el brazo. –¡Suéltame, tengo que ayudarlo! ¡Está mal, necesita ayuda!

Mis súplicas no fueron suficientes, estaba siendo arrastrada por todo el corredor. Mis lágrimas protagonizaron mi pesar. Miré el bulto de Crowley en el suelo y me prometí que regresaría por él. Durante todo el trayecto, mi captora no pronunció palabra. Observé cómo todos a mi alrededor estaban el alguna función o llevaban armas para matar algo. Junté mis manos y recé a mi ángel, convencida de que el mensaje no le llegaría, pero que de igual manera me calmaría a mí.

"Cass, no mueras. Estoy esperando por ti."

Fui conducida al salón del trono, en el cual me esperaba Lucifer con varios seguidores suyos alrededor. Su sonrisa cínica se hizo presente ante mi llegada. Yo no paraba de resistirme, pero aun no me encontraba en plena forma. El arcángel se acercó a mí y me tomó del brazo.

-Admiren a su nueva reina. -anunció a los presentes, los cuales aplaudieron.

-No soy tu reina, nunca lo seré. -mordí su mano e intenté escapar, mas él me sujetó por el pelo.

-No te apures, niñita. -me dijo casi sin distancia entre nuestros rostros. -Sé cómo corromper tu alma. Y si es necesario, lo haré.

Mirando mis atemorizados ojos, Lucifer colocó su mano sobre mi cabeza. Todo se volvió la habitación de la tortuosa silla. Y ese momento se repitió en mi mente tantas veces, que me costaba recordar que no era real. Mi alma ya no veía variantes, era solo ese momento una y otra vez, sin parar. Sentí el dolor sin saber si era parte de la ilusión o si era real. Desistí de llamar a Cass, no me contestaría. No me podría encontrar, era lo mejor.

Cuando me sentí consciente, no podía controlar mi cuerpo. Me sentía débil, aunque no tanto, pero mis manos y pies actuaban por su cuenta. En mi oído, un tétrico susurro me conmocionó el alma.

-Ya logré corromperte. -Lucifer tenía aún esa sonrisa cínica.

Me vi reflejada en sus ojos y sentí miedo de mi propia expresión. Era como si estuviera hipnotizada. Atrapada en mi cuerpo sin control alguno. Ya mis rezos no harían nada, tampoco mis palabras. Ahora sí era mi fin. Cerré los ojos antes de que el presente Rey del Infierno comenzara el discurso del ritual. Yo solo me dejé llevar por lo único que sabía que compartiría con mi mayor deseo, la oscuridad.

Ya no escuchaba, ya no veía, en mi mente ya no había nada. Sé que mucho ocurría a mi alrededor, pero había perdido la voluntad para interesarne en algo. Me sentía inmersa en el vacío, no sabía de tiempo ni de lugar. Casi no sabía que era yo.

Sentí que en mi mano una espada de ángel apareció. Al abrir mis ojos otra vez, una felicidad de un segundo se transformó en mi peor pesadilla.

-¡Mátalo! -por la orden de Lucifer mi cuerpo se movió, pero mis ojos lloraban al ver al indefenso ángel en el suelo.

En tus manos confíoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora