Ross estaba angustiado, la forma en que Julie reaccionaba lo sorprendía, primero no quiso atenderlo cuando fue a su casa y luego ella no había reapondido a su mensaje en el papel, pegado en su ventana. Había pensado miles de ideas para ayudarla o hacer que se sienta mejor, pero no había puesto en marcha ninguna. Estaba tranquilo sentado junto a su ventana haciendo su tarea cuando vio un reflejo que lo hizo dudar en voltear a ver de qué se trataba y finalmente cedió, al girar sus ojos vio a Julie, su vecina cayendo al suelo, desmayándose. Rápidamente tomó su chaqueta negra de cuero y se la colocó mientras corría a asistirla. Trató de darle aire y luego la levantó entre sus brazos y la llevó a su sofá en la sala de su hogar, Julie no se movía. Ross recordó un viejo truco que su abuela utilizaba, un paño con agua fría en su frente y algo con alcohol en su nariz, dio resultado, Julie había despertado y Ross le había entregado una manzana para que pueda alimentarse. Luego, ella manifestó lo cansada que se sentía, se puso cómoda y se quedó dormida en cuestión de minutos. Ross observaba como su piel blanca y pálida quedaba hermosa combinada a su cabellea castaña oscura y su pañuelo negro atado a su cuello. Acarició su mejilla y se percató de su acción ¿qué hacía él ahí? ¿Por qué ayudaba a su enemiga y acariciaba su mejilla?
Sus padres llegaron, Ross miró el gran reloj de pared, había pasado tres horas en la casa vecina a la suya. Al entrar, el señor Edwards lo miró de mala manera y con un mal gesto, le pidió que saliera de su casa. La señora Edwards acompañó a Ross a la puerta y él le explicó lo sucedido a lo que ella respondió con un "Muchas gracias cariño, nos encargaremos Martin y yo. Ya es tarde" y luego ella cerró la puerta de su casa dejándolo afuera. Ross miró por un rato, la casa de los Edwards y luego se fue a la suya.