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Estoy volando —así me siento—, cada vez voy más rápido; la suave brisa de esta tarde de junio en Brooklyn me acaricia el rostro, mientras voy a no sé cuántos kilómetros por hora, acelerando cada segundo en la medida de lo posible. No puedo volver a llegar tarde, ya tengo dos faltas, una más y me sacan del grupo.

Pedaleo, cada vez con más fuerza. Mis piernas no resistirán más. Me quedan como 13 minutos para llegar y apenas acabo de pasar el Fort Greene Park.

Pedalea, Harper.

Voy a la velocidad de la luz por la Dekalb Avenue— ya que no puedo ir por la Lafayette porque es va contra vía, y después me pueden poner una multa, pese a ser ciclista—, esquivando peatones, y admirando todos esos lugares en los que se puede disfrutar aquí, pero, la verdad, no me importan, no soy mucho de salir.

Sigo pedaleando.

Mi padre tuvo que irse a trabajar temprano, así que no me pudo traer.

¿Por qué justo hoy?

El sudor corre por mi frente.

Mi violín a la espalda, cuyo estuche ya me está empezado a incomodar, me preocupa. No quiero que se golpee.

¡Brooklyn Academy of Music voy a por ti!

Pedaleo y pedaleo.

¡Ya lo tengo a la vista!

Bajo por la Ashland Place.

Pero, algo que era demasiado predecible debido a la velocidad a la que estaba conduciendo, de repente pierdo el control de la bici y termino contra el suelo en la esquina de esa cuadra.

Por suerte llevo casco, mi cabeza está a salvo; además, caigo yo contra el suelo y al violín no le pasa nada. Es el colmo que me preocupe más por un violín que por mí mismo. Genial. Me raspé las rodillas, estoy sucio, estos jeans eran nuevos, y ahora están rotos en dónde van las rodillas, cuya sangre además los mancha en esa área. Además, mi camiseta de Kiss se ha ensuciado. ¿Qué podría empeorar más mi día?

¡Joder! ¡El ensayo!

Levanto mi bici y me acerco a la Saint Felix Street para llegar a la Academia. ¿No pueden ensayar más cerca de mi casa? Bueno, como si yo fuera tan relevante como para que cambiaran su lugar de ensayo a uno más cerca de Clinton Hill por mí. Río a mis adentros.

Llegue, le doy mi bici a uno de los encargados del grupo para que la guarde y, antes de acercarme a las puertas principales, escucho que están pasando asistencia.

—¿James Harper?

—¡Presente! —digo, en el momento que abro las puertas repentinamente, sintiéndose como un triunfo por haber llegado justo a tiempo.

Todos se me quedan viendo.

Claro, estoy alborotado, sucio, las rodillas ensangrentadas, jeans nuevos rotos. Puedo percibir una que otra risa por allí. Al parecer ninguno de los miembros del Brooklyn Little Orchestra ha pasado por esta situación antes.

Este pequeño grupo esta compuesto alrededor de unas 50 personas de entre 15 y 19 años. Tenemos 3 clarinetes, 3 flautas, 5 violines, incluyéndome, 2 bajos, 3 violonchelos, 2 cornos, 2 trompetas, 2 trombones, 2 arpas, 8 guitarras —son las de mayor cantidad, y se escuchan muy bien—, 3 oboes, 4 violas, un pianista, 4 muchachos en la percusión y el director, claro.

Sí, casi 50 personas agregando a los que se encargan de que todo esté ordenado, esos que ponen los atriles, acomodan las sillas, y guardan bicicletas a jóvenes que vienen muy apurados.

Paso adelante y tomo mi asiento, mientras el director me mira con cara de desaprobación. ¿Será que aun así me dejará montar mi arreglo de Canon con los del grupo? Espero que sí. Es mi primer arreglo, y me esforcé mucho en él.

Romance de 10 Cuerdas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora