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Es la primera vez que el director Leonard deja a uno de los miembros del grupo dirigir una obra. De hecho, es la primera vez que alguien del grupo hace un arreglo y se lo muestra al director. ¡Y fui yo! No llevo ni un año perteneciendo al grupo. Me siento... feliz.

Me coloco en el "atril del director" —como lo llama él— y me pongo firme, copiando las posturas que hace Leonard, y tomo la batuta que está en el atril, junto al score de Canon que previamente había colocado allí.

—Bueno, chicos. Ya descansaron, ya se prepararon... ahora comencemos.

Se hace un silencio absoluto, ese silencio que necesito para estar concentrado y poder empezar con esto.

Sin previo aviso, levanto la batuta. Todos se colocan en posición.

Empiezo a dirigir en la conocida medida de 4/4 a un tiempo de unos 60 bpm. Las primeras notas del Canon empiezan a sonar mediante el corno y el contrabajo. Posteriormente, después de 4 compases, se unen las cuerdas con un forte y el resto de los instrumentos con un mezzoforte. Todo suena tan hermoso. Yo sigo dirigiendo, sin perder el control de lo que hago.

Puedo notar que la mayoría de mis compañeros están sonriendo; no sé si es por la emoción que yo les transmito al ser mi primera vez haciendo esto, o porque quizá lo estoy haciendo mal y no me he dado cuenta. Ignoro ese pensamiento y sigo dirigiendo, marcando con énfasis cada primer golpe de compás.

Los arpegios del arpa me erizan la piel. Todo está saliendo como me lo había imaginado, inclusive mejor. Viene la parte de las corcheas y semicorcheas. Los violines se preparan... y atacan. Esto es... uff... No puedo describirlo. Yo sigo dirigiendo.

Nos acercamos al final, los trémolos. Muevo con fuerza la batuta, hasta llegar a La mayor, donde se hace un calderón. Después de cerrar el calderón, concluimos en el acorde de Re mayor.

No logro contener la emoción y mis ojos empiezan a llenarse de lágrimas. El gran salón se llena de aplausos, ovaciones, silbidos y gritos. Bajo de la silla del "atril del director".

Leonard se me acerca y me estrecha la mano.

—Está bien, habría que corregir algunos detalles con los vientos y los metales, y las guitarras necesitan seguir practicando. Del resto, me gusta. Sí irá. —Siempre debe encontrar algún defecto, pero está bien, una pequeña crítica no matará a nadie. Y la verdad si noté que las guitarras estaban algo perdidas—. Ahora, si me lo permites, me iré a mi atril —concluye mientras sonríe pícaramente.

Me dirijo a mi asiento, en la primera fila de violines.

Recibo felicitaciones de mis compañeros, de Peter y Gabriela, que son los otros dos primeros violines, y de Jeff y Jolie, los segundos violines.

—¡Sra. Hellen, mi café, por favor! —le pide Leonard a la secretaria del grupo.

Ella, de unos 40 años, cabello oscuro, corto a la altura del cuello en el que lleva un crucifijo, se lo trae enseguida, en la "taza del director", como también la llama él, ya que dice que nadie puede beber de su taza. La Sra. Hellen vuelve a su oficina y Leonard da un sorbo de su café. Lo saborea.

—Mmm... esto está delicioso. ¿Quieren un poco? —nos pregunta a los violines—. No, no, no. —Hace un gesto con el dedo mientras dice eso—. Deben pasar hoy antes de salir por la oficina de la Sra. Hellen a retirar las copias de la Moonlight Sonata, para mañana. Está sencilla, así que tranquilos, no habrá ensayo previo, ni repaso ni nada de eso; debe salir a la primera. Ahora, repasemos La Bamba, que hay algunos detalles que aún no me convencen.

¡La Moonlight Sonata! Debo hablar con Leonard para hacer el tercer movimiento en el piano, aunque me aterre esa idea.

Vamos, Harper, si pudiste hablar con el para montar Canon, podrás con esto.

Romance de 10 Cuerdas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora