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—Lo siento... Yo no quise...

—Está bien

Se talló los ojos con una mano soltando un suspiro.

—Yo prometí casarme con Priscilla cuando vino a vivir aquí —bajo la mirada con la misma tristeza tangible en el rostro—. Estaba enamorado de ella, creo estarlo todavía, tal vez no lo parece, pero es de esa manera... Ella me parecía la mujer perfecta, cuando la conocí era la... Niña perfecta.

— ¿Niña?

—Soy 10 años mayor que ella. Y es la única mujer a la que he anhelado tal vez porque parecía tan lejana a mí, de un mundo diferente, como una salida al final del túnel —me miró de nuevo negando ligeramente—. Ella me demostró la trascendencia de una persona, me cambio cambio.

—Tal vez la amas por ser especial.

—Especial —repitió a un oscuro vacío entre nosotros intentando eliminar la lejanía.

—No puede ser una persona ordinaria si te ha cambiado la vida.

—Lo se, es especial, es muy especial —se movió de su lugar dando un paso en retroceso, mirando la puerta dando media vuelta como si deseará dejar todo en la oscuridad de nuevo, me miró por unos segundos sobre el hombro—. Luego de la muerte de mi madre —apagó la luz—, no creí volver a escuchar mi corazón latir —la luz de la noche nos abrazo por unos segundos y comprendí la razón, estaba llorando—, entonces conocí a esta chica, y por primera vez comencé a pensar en alguien, una ilusión se plantó en mi mente "¿Quién podría no mirarla? ¿Era siempre tan tímida? ¿Cómo sería reflejarse en sus ojos?". Repasaba con cuidado los detalles de su rostro, intentaba no olvidar el azul de sus ojos tan luminoso a diferencia del mío, me quedé perplejo con su presencia tan inocente, esa niña había logrado algo que tiempo atrás parecía imposible, me había cautivado. Volví a verla una y otra vez mientras era posible estando en Alemania.

— ¿Alemania?

—Era cuando estaba en la armada —admitió dando pasos de uno a otro lado alejándose y acercándose a mí sin detenerse—. Solíamos charlar por momentos, sobre mis éxitos, sobre su vida, la rebeldía de mi alma, su inocencia, y el indecible dolor con el cual viviría para el resto de mi vida sin mi madre, intentaba hacerme a la idea de cómo sería volver a una casa sin su presencia —se quedó en silencio durante un par de minutos y con la poca luz en el lugar logré distinguir su silueta y aquella mano acariciando su barbilla—. Ella era quien me guiaba por el mundo y parecía estar completamente perdido sin poder tomar su mano nunca más. ¿Has perdido a alguien tan importante en tu vida?

—No, no de una manera permanente.

—Es doloroso —afirmó quedándose de pie frente a mí y con aquella cercanos pude distinguir las lágrimas lavando su rostro—. Parece que no verás el sol de nuevo, es complicado continuar, y también necesitar hacerlo. Me tomó mucho sopesar la muerte de mi madre, desde entonces no he sido el mismo —puso una mano en mi mejilla—. No hay nadie capaz de entender nuestra razón para llorar, algunos lo entendieron por un par de días, otros por un par de semanas y finalmente todos terminaron por obligarme a fingir el termino de mi luto. Al parecer las personas olvidan que la muerte es lo único perpetuo —tomé su mano esperando no ver más lágrimas. Verle de esa manera me hacía sentir ligeramente intimidada, no recordaba verlo llorar de esa manera tan sincera—. Priscilla no lo hizo. Ella no me cuestionó su había afrontado o no aquella muerte, ella solamente intento hacerme sentir mejor  con sus recuerdos. Me ayudó a no encarcelar su sonrisa entre las paredes de mi memoria olvidando lo que en realidad amaba de ella para reemplazarlo con dolor o sufrimiento. Me ayudó a reconstruir mi camino.

— ¿Y por eso decidiste casarte con ella?

—No, fue algo más complejo.

La copa en su mano se balanceaba con cuidado reflejando solamente el hilo de luz que podía percibirse al interior del lugar.

— ¿Qué cosa? —pregunté con una ligera punzada de dolor en el estómago por hacerle hablar de ella y atreverme a hablar de Elliot como si no importarán los sentimientos que teníamos.

—Hice una promesa —admitió dando pasos irregulares a mi alrededor—. Para tenerla a mi lado su padre pidió que fuera serio. No quería a un hombre rico consintiendo a su hija si no era lo una relación seria. Y acepté comprometerme con ella, su padre la dejo venir a Graceland, así comenzó todo.

— ¿Llegar aquí cambio las cosas?

—En un inicio el tiempo parecía parecía no ser suficiente para nosotros y finalmente llegamos a ser parte de la vida del otro. Creo que ese amor entre nosotros se ha congelado como un verdadero sueño. Lo tenemos, nos acompaña y de el nacerá una niña.

— ¿De verdad esperas una niña?

—He soñado con ella, sus ojos azules y su cabello negro, una piel tersa como la de su madre... De verdad quiero verla, deseo poder sostenerla entre mis brazos y poner el mundo a sus pies.

La ilusión tangible de sus palabras me contagio, aquella sonrisa entre sus labios era evidente y entonces me atreví a girar sobre mis talones para observarlo con más claridad, con la luz del exterior iluminando parcialmente su rostro y parte de su cuerpo, decidí guardar aquello como una fotografía mental de recuerdo.

— ¿Puedo hacerte una última pregunta?

—Sí —asintió con la misma sonrisa.

— ¿Por qué si existe un amor tan grande por ella estás aquí el día de hoy? Amar a alguien de esa manera debería ser un impedimento para hacerle daño, ¿O me equivoco?

Bajó la mirada sin borrar aquella sonrisa de su rostro y agregando una ligera amargura a ella, se quedó en silencio por un par de segundos y finalmente levantó la mirada sin centrará en mí. Tal vez tenía miedo de mirarme con cierto desprecio por objetar lo que seguramente sentía por mí y por ella. Tomó un respiro sin articular palabra alguna antes de tomar el puente de su nariz y finalmente observarme con aquellos ojos azules.

—No lo sé... Las relaciones entre una persona y otra son muy diferentes.

Ojos azulesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora