Extra 1

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«Saber despedirse es crucial en esta vida.»

Jennifer

Siempre había batallado con alguna que otra inseguridad, pero jamás con alguna que tuviera que ver con mi físico. La verdad es que había estado demasiado concentrada en mi interior como para notar algo externo, hasta que... sí, mi interior había empezado a sanar poco a poco. Entonces, mi exterior había comenzado a importarme más.

Y no quería que fuese así, de verdad, pero ahí estaba ese defecto. Justo frente a mí, reflejado en el espejo, casi cobrando vida propia.

¿Justo ese día tenía que aparecer?

―Te odio ―musité a ese rojizo granito en mitad de la frente que parecía burlarse de mí.

Había aparecido de la noche a la mañana, sin previo aviso, como si hubiese estado planeándolo durante meses solo para arruinarme ese día.

Justo ese día.

¿Estás lista, Jen?

Oír a mi abuela al otro lado de la puerta hizo que resoplara frustrada por la aparición de tal hinchazón en mi piel. Parecía que mi frente estaba... embarazada. Sí, eso.

―Acné, te odio ―gruñí antes de caminar hacia la puerta de mi habitación.

Cuando abrí, y quedé a la vista de mi abuela, cualquier pensamiento que hubiera estado rondando en mi cabeza se desvaneció. El gesto que aparcó en sus facciones dulces y arrugadas, sumado al brillo orgulloso en su mirada, provocó que mis quejas quedaran en el olvido.

―Estás preciosa, cariño ―logró decir con apenas un hilo de voz―. ¡Jerry, ven! Tienes que ver cómo quedó nuestra nieta. Date prisa ―pidió en voz alta, apresurada, como si yo fuese a desaparecer en cualquier momento.

Yo no iba a irme a ningún lugar. Al menos, no aún. Todavía faltaba media hora para que Josh viniera a buscarme. Y de cualquier manera, mis abuelos nos acompañarían, así que no entendí por qué el apuro.

Lo que sí entendí cuando mi abuelo llegó junto a nosotras, fue que por alguna razón yo estaba haciéndolos sufrir. O emocionar. O quizá una mezcla de ambas cosas. Sus ojos, siempre cristalinos, se mantuvieron sobre los míos por tanto tiempo que mi corazón comenzó a ablandarse también.

―Eres nuestro mayor orgullo, Jen ―susurró entonces mi abuelo.

Y aunque supe a qué se referían, porque ese día era más que especial, me encogí de hombros y le di un repaso a mi vestimenta como si ellos estuvieran hablando de mi exterior.

Llevaba una falda rosada que me llegaba por debajo de las rodillas, una blusa negra que dejaba al descubierto mis hombros, y zapatos con tacón del mismo color que la falda. Y mi cabello, como siempre, suelto.

El cambio no era mucho, pero me sentí linda.

Excepto por el grano, claro.

―¿Se dieron cuenta de esto? ―pregunté haciendo una mueca, señalándome la frente.

Mi abuela torció media sonrisa.

―Es tan grande que deberías ponerle nombre.

―¡Abue! ―siseé molesta.

―Oh, ¿querías que le quitáramos importancia? ―dudó ella sonriendo―. De acuerdo, cariño. Ni se nota.

Mi abuelo cabeceó incapaz de esconder una sonrisa.

―Tu belleza eclipsa cualquier grano, Jen ―acotó.

Bien, no era el halago que había estado buscando, pero me hizo sonreír también.

Estúpido Josh │Próximamente en papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora