«Un beso.»
―Jennifer
Si había algo que odiase más que me dijeran perra, era que Josh pensara que verdaderamente era una perra. Es decir, ¿incluso la persona más insignificante de la preparatoria pensaba eso de mí? En cierto punto, dolía.
Si fuera insignificante, no estarías pensando constantemente en él, ¿no?
Mierda. Sí, era una mierda darse cuenta de que Joshua ya no era irrelevante en mi vida. Desde que se había cruzado en mi camino acusándome de robarle los libros, y había visto sus malditos ojos nublarse por lágrimas tras mis palabras, ya nada había vuelto a ser lo mismo.
Había logrado ignorar las voces de mis compañeros por cuatro años, así como también sus estúpidos rumores y las lágrimas que habían amenazado con resbalar por mis mejillas, pero entonces había aparecido él con su cara de niño inocente y mi fachada se había venido abajo.
Ya había perdido la cuenta de las veces que había llorado los últimos días, pero ya no iba a volver a suceder. Una nueva Jennifer acababa de nacer y esta no iba a permitir que nadie la insultara o rebajara, de ninguna manera, nunca más.
No obstante, había pasado una semana desde aquel día y de todos modos se me estaba haciendo insoportable ir a clases y ver a Joshua. Precisamente, a él ignorándome como si jamás en la vida nos hubiésemos visto.
Dios Santo, ¡le había pedido disculpas! ¿Acaso eso no era suficiente para que volviese a mirarme?
Era cierto que ya no me molestaban las estúpidas palabras en la pizarra que, además de ser repetitivas, eran como una versión barata de las frases de Bart en la presentación de los Simpson. En realidad lo que me molestaba y me había mantenido en vela por días y noches, era pensar en los estúpidos ojos verdes del sabelotodo que se sentaba al frente de la clase.
Estúpido Josh.
Cuando por casualidad su mirada se encontraba con la mía, podía ver cierto resentimiento, o algo muy similar, en el brillo de sus ojos. Aunque claro, eso solo sucedía cuando él estaba solo, cosa que ahora rara vez pasaba puesto que parecía haber encontrado una fiel compañera, una chica pelirroja que lo seguía para todos lados tal como perrito faldero.
Pero incluso ellos, Josh y la chica, que se destacaban por su rareza entre la multitud, habían encontrado con quién pasar el tiempo. Se habían encontrado uno al otro.
Y ella... ella parecía pasárselo en grande con Joshua. O al menos, eso demostraba cuando caminaban juntos por los corredores, riendo y compartiendo susurros entre sí.
Joshua sabía reír.
Fue ese día, cuando los vi cuchicheando a lo lejos, y ajenos a mi presencia, que decidí que tenía que hacer algo. No por lo incómoda que me hacía sentir verlos tan juntos, sino porque era injusto que hasta los raros tuvieran más amigos que yo.
Y sin pensármelo dos veces, después de días viéndolo actuar como si yo no existiese, lo detuve cuando tocó el timbre y todos salieron al receso. Todos menos él, claro, que estaba siendo retenido por mi mano en su brazo.
―Josh ―dije tirando de la manga de su camisa abotonada para que se diese la vuelta y me viera.
No esperé que riera al solo escucharme, pero sí esperé que al menos me diera un asentimiento en forma de reconocimiento. Grande fue mi desilusión cuando tragó con fuerza y lo sentí estremecerse bajo mi toque.
―Mi nombre es Joshua ―acentuó sin mirarme una sola vez, aunque sin intentar desprenderse de mí.
Créanme, me sentí estúpida al instante.
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Estúpido Josh │Próximamente en papel
Teen FictionPrimer libro de la trilogía Cartas a Josh. "―¿Qué quieres de mí? ―Quiero que tus malditos labios se posen sobre mis malditos labios y que nuestras malditas bocas encajen como un maldito rompecabezas. ―¿Qué se supone que...? ―Bésame. ¿O es que acaso...