«De nerd a iluso hay un solo paso.»
―Josh
―Estúpido, estúpido, estúpido ―me dije tras cerrar de un golpe la puerta de mi casillero, todavía con el pequeño papel que había sacado de allí dentro en una de mis manos.
Estaba claro que yo era uno. Probablemente, el rey de los estúpidos.
Tan ensimismado estaba, reprochándome a mí mismo por ser un sensible y tonto chico de preparatoria, que me sorprendí cuando oí otra voz sobreponerse al repetido insulto que salía de mi boca.
―¿Josh?
Arrugué el trozo de papel entre mis dedos y giré mi cabeza hacia la voz. Una sonrisa tímida me recibió en el rostro de Bella a pesar de tener sus cejas fruncidas.
―Hola. Yo... yo... ―tartamudeó un buen rato ella y se encogió de hombros―. ¿Estás bien? ―preguntó al final, torciendo sus labios en gesto preocupado.
Ella era bonita, pero no, no podía ser comparada con Jennifer.
¿Y por qué recuerdas a Jennifer ahora?
Apreté los puños.
―Sí, estoy bien ―mentí enojándome conmigo mismo, incluso más que antes.
Por unos segundos, Bella retorció un mechón de cabello rojizo entre sus dedos, como si quisiera decir algo más, y entonces abrió la boca.
―E-eso es perfecto, sí ―musitó―. Me refiero a que... es genial que estés bien. Es perfecto.
Lo sería si en realidad estuviera bien, pensé. Opté por mirarla.
―Entonces nos vemos mañana, adiós ―saludó no muy segura, largándose por el pasillo tan rápido que apenas tuve tiempo para pensar en su corta conversación.
Cuando vi su cuerpo ya a una distancia considerable y el cabello rojizo balanceándose por su espalda, repetí toda la escena en mi cabeza y me di cuenta de que yo apenas le había devuelto un par de palabras. Solo tres para ser exacto.
¿Y la amabilidad, Joshua? ¿Dónde quedaron los modales que te inculcó tu familia?
Solo imaginar la expresión que hubieran puesto mis padres de haber visto mi intercambio de palabras con Bella, me hizo estremecer. Ellos definitivamente me habrían obligado a decir algo más, o al menos a sonar interesado en la conversación.
Y es que era un hecho: yo había sido un idiota.
Bella no tenía la culpa de que mi humor estuviera por el piso, mucho menos de que yo estuviese enamorado de Jennifer.
En todo caso, la culpa era de Jennifer. Sí, de ella, por existir.
Al pensar en su nombre, y todo lo que ello involucraba, vino a mi cabeza la nota que había encontrado en mi casillero segundos antes. La inesperada y concisa nota que me había hecho sentir más estúpido de lo que ya era.
«Creí que diciéndote sabelotodo me odiarías, pero al parecer sigues enamorado de mí. Pobre de ti, iluso niño llorón.»
Mi vista nublada al recordar sus palabras no hizo más que darle la razón a Jennifer.
Era oficial: yo era un iluso niño llorón.
Pero ya no más, me dije.
Caminé por el mismo corredor por donde se había ido Bella, y antes de salir al patio, arrojé el papel que tenía en mi mano a un cesto de basura. Y mientras buscaba con la mirada a la pelirroja y diminuta chica que había querido entablar conversación conmigo y yo había ignorado debido a mi estúpido enojo, me juré olvidar a Jennifer. Olvidar sus ojos gris azulados, su sonrisa amplia y también los lunares que descendían desde su mejilla izquierda hasta su hombro. Suspiré consternado.
Sí, iba a ser un trabajo difícil. Quizá la prueba más complicada que tendría en toda mi vida como estudiante.
Pero, a partir de entonces, sería mi prioridad.
...
No logré encontrar a Bella, pero al menos alcancé a salir de la última clase, Educación Física, sin ningún moretón. El día, después de todo, había mejorado.
Ya fuera de la preparatoria, en el aparcamiento, me subí al coche que mi hermano Tyler, al irse a la universidad, había dejado olvidado en el garaje. En cierta forma, no estaba robándoselo, sino usando algo que él no podría usar aunque quisiera debido a la distancia y que tampoco se enteraría de que yo estaba usando. Aunque, de cualquier manera, no era como si él fuese egoísta. Era idiota, pero no egoísta.
Fue cuando llegué a mi casa, y hube guardado el Impala en el lugar correspondiente, que me di cuenta de que estaba el coche de mi madre allí también. Era raro puesto que, generalmente, los días de semana ella solía dedicárselos a un centro de salud solidaria.
―¿Mamá? ―dudé tras abrir la puerta principal.
Como no respondió, caminé hacia la cocina, donde supuse que podría estar. Porque sí, además de doctora, ella era una gran cocinera.
Entonces ahí la vi, sentada sobre uno de los taburetes junto a la barra donde solíamos desayunar, con los brazos doblados y la cabeza reposando sobre ellos. Sí, dormida profundamente, luciendo más cansada que nunca.
Ella, tal como mi papá, trabajaba en el hospital público de Castacana. Sus jornadas solían ser bastantes extensas y, como si no fuera suficiente con salvar vidas como profesión, ambos ayudaban a diferentes asociaciones benéficas.
Excepto ese día. Mi mamá parecía haber necesitado unas horas de sueño.
―Mamá ―la llamé tocando su hombro para despertarla―, ve a la cama.
Sus ojos aletearon un par de veces antes de que sonriera al verme y, enderezándose sobre la silla, me pasara una mano por la frente y desordenara mi cabello.
―Llegaste, amor.
Le sonreí de regreso y, todavía sin haberme quitado la mochila, le besé la mejilla.
―Ve a la cama, mamá. Te ves cansada.
Ella lo necesitaba, estaba claro.
―¿Cómo te fue? ―preguntó, como siempre, interesándose en mi vida estudiantil.
Caminé junto a ella mientras se dirigía a su dormitorio.
―Bien ―resumí sin muchas ganas de contar detalles que, supuse, serían intrascendentes.
Como ser llamado «iluso niño llorón», ¿no?
―¿Y el examen de física? Déjame adivinar: sobresaliente ―sonrió más grande, dedicándome una mirada conocedora.
Asentí casi imperceptiblemente.
―Sí, mamá.
Entonces, se detuvo fuera de su habitación y me besó la frente.
―Eres un pequeño genio y lo sabes ―susurró con cariño. Sonreí―. Por cierto, fui a hacer unas compras de camino a casa y te traje algo ―acotó abriendo la puerta de su dormitorio.
Ella siempre pensaba en mí, incluso cuando estaba cansada. En Tyler también, claro. Aunque no lo hubiese dicho, supuse que le había comprado algo y se lo daría cuando este regresara a casa, ya fuera por vacaciones o fin de semana largo.
―Gracias, ma ―dije girándome para ir a mi propia habitación.
―Dejé la bolsa arriba de tu cama. Espero que te guste ―le oí decir a medida que me alejaba.
Supe que definitivamente me iba a gustar cuando vi la bolsa en cuestión. El nombre de la tienda dibujado en la bolsa, sumado al logo, me dio la pista que necesitaba para saber qué tipo de regalo era.
Sí, como pensé, era un libro. Uno fantasioso según el título, la portada y lo poco que pude leer en la contratapa.
Por un momento, agradecí el gesto de mi mamá, porque pensé que leer este nuevo libro podría distraerme de otros pensamientos malos que había tenido durante la mañana. Pero entonces, nada más empezar a leer el primer capítulo, supe que este libro solo sería un grano de sal más en la herida.
¿Realmente la protagonista tenía que llamarse Jennifer?
Ya no me cabía duda: el universo estaba complotando contra mí.
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Estúpido Josh │Próximamente en papel
Teen FictionPrimer libro de la trilogía Cartas a Josh. "―¿Qué quieres de mí? ―Quiero que tus malditos labios se posen sobre mis malditos labios y que nuestras malditas bocas encajen como un maldito rompecabezas. ―¿Qué se supone que...? ―Bésame. ¿O es que acaso...