«¿Qué se sentirá ser una más del montón?»
―Jennifer
No llores, Jennifer. ¡Tú no lloras!
―Soy fuerte, no débil ―musité una y otra vez para mí misma.
Pero incluso repitiéndome esas palabras, podía seguir oyendo las risas indiscretas de las chicas que me habían visto entrar a un cubículo del baño, con mis ojos picando por las lágrimas sin escapar, y con la desesperación cubriéndome el rostro. Ellas ni siquiera se esforzaban por ser disimuladas. Ellas querían que yo las oyera riéndose de mí. Ellas querían hacerme daño.
No obstante, estuve segura de que esas mismas chicas, que tanto parecían disfrutar de mi sufrimiento, jamás habían pasado por lo mismo que yo, porque si lo hubieran hecho estarían consolándome en vez de infligiéndome más daño.
De hecho, lo más probable era que tuvieran una linda familia, al menos a uno de sus dos padres, y sin dudas un par de amigas. Aunque claro, lo darían por sentado, no como un privilegio.
Ellas eran afortunadas y ni siquiera lo sabían.
¿Por qué yo no podía ser como todas?
Tenían vidas perfectas, o si no lo eran se asemejaban bastante; vivían sin etiquetas, sin preocuparse por el que podrían decir sobre ellas si se acercaban a un chico, siendo que yo ni siquiera podía mirar a uno porque era tildada de interesada. O peor, puta.
Tal como aquella vez que, como cualquier persona fan de alguien, vi a Christopher Sprouse en la calle y le pedí una fotografía. Él, baterista de una banda local que me había empezado a gustar, aceptó. Dos días después, y tras haber visto la foto que yo había impreso y pegado en mi cuaderno, mis compañeros inventaron que yo estaba embarazada de él. Al tiempo, como ni síntomas del supuesto embarazo pudieron ver en mí, agregaron que yo había abortado.
Al recordar las bromas que me hicieron, y cuánto me juzgaron por tal motivo, volví a estremecerme dentro del cubículo.
Cuando salí de este, ya no quedaba nadie afuera. Era obvio por qué. El timbre había sonado minutos antes y yo, sin duda, estaba perdiéndome la clase de Literatura.
De todos modos, ¿qué más daba si iba o no?
Nadie notará mi ausencia, me dije. ¿O sí? De hacerlo, solo sería porque no tendrían a quién molestar. Aunque, si no recordaba mal, Joshua iba a estar ahí, así que lo más probable era que le tocara ser el centro de atención.
Bien, se lo merece, pensé. Él se lo merecía porque... porque, por alguna razón, me había herido. Sus palabras no dichas habían abierto una cicatriz en mi corazón.
―Soy fuerte, no débil ―insistí en voz baja.
¡No te permitas llorar otra vez, Jennifer!
Inhalé profundo. Ya no me quedaban muchas opciones para apaciguar el dolor que estaba sintiendo. Y de verdad quería dejar de sentirlo. Así que hice lo que, por mucho tiempo, me había negado a hacer.
Golpeé la puerta con indecisión y esperé.
―Adelante.
Oír la voz de la consejera escolar, Madeline Foster, me hizo estremecer. Con mi mano temblorosa, empujé unos centímetros la puerta y me asomé. Mis piernas se detuvieron tras haber dado un corto paso en el interior.
―¿Señorita Whitney?
Había ido otras veces a esa pequeña oficina, en su mayoría por mis malas notas o porque los profesores me habían mandado tras haberme visto «distraída» en clases, pero jamás por decisión propia. Y allí estaba, todavía indecisa, preparándome para huir si me arrepentía a último momento.
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Estúpido Josh │Próximamente en papel
Fiksi RemajaPrimer libro de la trilogía Cartas a Josh. "―¿Qué quieres de mí? ―Quiero que tus malditos labios se posen sobre mis malditos labios y que nuestras malditas bocas encajen como un maldito rompecabezas. ―¿Qué se supone que...? ―Bésame. ¿O es que acaso...