20. Admitiendo el amor.

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Al ver esa fotografía supe que todo estaba perdido.

Pero...

¿Qué estaba perdido? Ni siquiera había nada. ¿Cierto?

Solté el aire que no sabía que estaba conteniendo y me eché a llorar. Si lo pensaba bien, había llorado más en los últimos días que en mi vida entera, pero, ¿qué rayos significaba eso? No lo sabía. O bueno, tal vez lo sabía pero...

Corrí a mi cama, cobijándome de los pies a la cabeza, llorando desconsoladamente mientras sentía cada cosa, una situación que jamás me había permitido atravesar en la vida. Nunca me dejaba sentir.

Mi padre se fue cuando yo era una pre-adolescente y aunque jamás lo necesité, si era consciente de que tenía muchas actitudes y manías a causa de ese episodio de mi vida. Lo cierto es que desde entonces me había prometido ser fuerte por mi madre y por mí, también dejé de confiar en las personas (los hombres principalmente) y me volví una rompecorazones. No iba por la vida dejando que las personas lo asociaran, no quería que creyeran que yo era una pobre bebé traumada y que no podía superar el abandono. Así que yo simplemente me escudaba y siempre me decía que todo estaría bien, cosa que me cumplía. Sin embargo, con William, las cosas eran diferentes. Yo jamás lloré por perder a un chico, porque honestamente poco me importaba.

Entonces, ¿por qué lloraba por él?

Yo sabía que él se cansaría de mí, sabía que dentro de él no había inmunidad a los encantos de las mujeres y sabía que como a cualquier otro el rechazo le dolería. 

¿Qué me sorprendía de mis propias deducciones?

Me concentré en lo que estaba atravesando. Las lágrimas humedeciendo mis mejillas, mis berreos que se tornaban sollozos y viceversa, el sorber de mi nariz, la sensación de ahogo, mi pecho inflándose y desinflándose al compás de mi llanto, el dolor que me corría por todo el cuerpo. Eran cosas tan extrañas. Me sentía derrotada, me sentía triste, me sentía tan absurda y, sobretodo, me sentía terriblemente enojada conmigo misma.

¡Ni siquiera podía culparlo a él!

William había sido tan lindo como pudo conmigo, fue paciente, constante, comprensivo. Entre un millón de cualidades positivas más. ¿Y yo?

Grité.

Grité porque sentía rabia, desesperación y mucha energía atrapada en mí.

En algún punto aquello se convirtió en gritos, aunados a sollozos, berreos y mucha humedad proveniente de mis ojos y mi nariz, hasta que me quedé dormida, medio agotada, medio deseando despertar y que se tratara de una mentira.

Pero eso no pasó.

Cuando desperté y volví a sentirme tan miserable, supe que todo era verdad y que no existiría manera en la tierra de poder zafarme de aquello.

Me puse de pie y fui hasta la cocina, con la intención de tomar algo de leche con cereales, pero en el camino mi teléfono sonó, dando paso a una llamada entrante. Una parte de mí deseó que se tratara de él, la superestrella, pero me sentí nerviosa de pensar en oír su voz después de todo. Al final, fue absurdo pensar en ello, porque no era él quien llamaba.

Leí el nombre de Connor en la pantalla y contesté sin saber muy bien el porqué, aunque quizá se tratara de mi subconsciente necesitado de algo que se relacionara directamente con William Strat.

—Hola — dije suavemente, adormilada aun.

—Hola, desaparecida — expresó él con diversión.

—¿Cómo estás? — pregunté, no sabía muy bien cómo hablarle.

Sí, lo sé, estúpido de mí, pero se trataba del mejor amigo de William y yo no sabía muy bien la posición que jugaba luego de lo ocurrido en días anteriores.

Rockstar en la friendzone | EDITANDO | Angie JackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora