-¡Ese es mi amigo!.
Mi cabeza retumbó al escuchar la voz de Pablo cuando abrí la puerta de nuestro piso. Serían más de las cuatro y aún sentía en el cuerpo todas las sensaciones deliciosas que había experimentado unas horas atrás.
-¿Tú que haces aquí a estas horas?.-Pregunté irónico.
-Hombre, yo acabo de llegar, y que sorpresa cuando veo que mi querido y serio Alfred no está.- Reí poniendo los ojos en blanco.-¿Y bien?.
-¿Qué?.-Pregunté inocente caminando hacia la cocina.
-Pues que como fue, ¿Qué tal?.
-No te entiendo.
Él me siguió y soltó una risa.
-Venga, ya, tío. Sabes bien de que hablo ¿te tiraste a la chica o no?.
-Podrías ser menos vulgar ¿no?.
-Como quieras, cuéntame.
-¿Acaso te pregunto yo si te tiras a las tías con las que te vas?.
-Es que no necesitas preguntármelo, lo das por hecho.-Yo reí.-Va cuenta.
-No te voy a explicar nada, solo te voy a decir un par de palabras con las que te tienes que conformar: sexo caliente.-Pablo carcajeó.
-¿Pero quien es?, ¿no me la presentas?.-Por alguna razón sentí cierto cabreo al pensar que mi amigo podría ponerle una mano encima a aquella desconocida de la que ni siquiera sabía el nombre.
-No sé su nombre.-Él parpadeó.
-Aprendes demasiado rápido pequeño Alfred.-Dijo como si le hablara a su hijo pequeño.-Me siento tan orgulloso.
Fingió secarse las lágrimas y yo reí.
-Si me disculpas me voy a dormir, a ver si al menos duermo un par de horas. -Empecé a caminar hacia mi habitación.
-Si claro, tú que estabas tan contenido, no creo que duermas hoy, hijo.-Yo reí mordiéndome el labio y lo dejé allí parado riéndose solo.
Algo de razón tenía, tampoco fue que pudiera dormir demasiado. Me había quedado pensando en que no era propio de mi lo que había pasado esa noche. Nunca me había liado con alguien que acababa de conocer media hora antes y de la que no sabía ni su nombre. De hecho cuando terminamos ella me había dado un golpecito en el pecho, me había dicho: "Tienes que irte", y yo salí de aquella linda casa un poco aturdido. Pero feliz, eso si.
Mi despertador sonó pero no me despertó, yo ya estaba despierto. Me duché en menos de diez minutos y me vestí con un pantalón negro y una camisa marrón de manga corta, con una cazadora a juego. Pablo roncaba en su habitación y yo supuse que no levantaría hasta al menos las dos de la tarde. Puse los ojos en blanco y le dejé una nota para que recordara hacer la compra. Eso si es que pasaba por la cocina.
A veces tenía la mala costumbre de levantarse, vestirse e irse a comer fuera. Pero claro, él gastaba el dinero de sus padres, no el suyo. Por eso desayunar, comer y cenar fuera no le afectaba el bolsillo en lo más mínimo. Negué con la cabeza. A veces le metería un tortazo para que espabilase.
Al salir, saludé a la señora Genoveva, vivía al frente con su nieto Carlitos, un niño de siete años al que todos los vecinos temían. Y estaba también Mar, la gatita angora que acompañaba a Genoveva a todos lados.
-¿Noche pesada?.-Me preguntó amable.-Si tienes problemas para dormir, tomate una tila, hijo.-Yo reí.
-Lo hare.- Asentí.
No era precisamente el insomnio el que me había mantenido despierto toda la noche, pensé divertido y bajé saludando también al conserje.
Tomé un taxi en la calle, no me iba a dar mucho tiempo si lo llamaba y esperaba hasta que llegara a casa. Me dejó en mi nuevo sitio de trabajo y sentí los nervios a flor de piel. Entré en las oficinas y Marlon, el tío que me había dado el trabajo me explicó más o menos donde pasaría mis mañanas y mis tardes cuando no estuviera cubriendo una noticia fuera. Era un tío muy agradable, era bajito y su pelo era de un color rojizo bastante extraño.
Mis nuevos compañeros fueron agradables ese primer día. No sabía si eran solo cosas mías pero los veía a veces con cierta tensión. Los cubículos se comunicaban uno al lado del otro y los veía a todos trabajar con seriedad, con demasiada en realidad, como si temieran hacer alguna broma o reír demasiado fuerte.
-¿Siempre hay tanto silencio aquí?.-Le susurré a una chica menuda que estaba a mi lado. Tenía gafas y cuando me miró me sonrió con unos dientes algo torcidos.
-Bueno si, es que a la editora en jefe no le gusta el desorden.
La temible editora en jefe...pensé divertido.
-No ha de haber llegado aún. Eso es lo bueno de ser la jefa.-Dijo irónica.-Aunque hay que aceptar que su trabajo lo hace impecablemente, si no tuviera tanta mala leche...
-¿Os trata muy mal?.
-No, no es eso...es...-Puso cara pensativa.-Es medio estricta a la hora de evaluar tu trabajo, todo tiene que estar perfecto, digamos que es muy perfeccionista.-Se acercó con cierto misterio, como si fuese a decirme un gran secreto.-Una vez, le dijo a Reina.-Señaló con los ojos a una chica rubia que estaba escribiendo muy concentrada en su ordenador.-Que cuando su trabajo y ella maduraran, entonces le enseñara un articulo.-Meneó la cabeza.-La pobre chica estuvo varios días llorando, hasta que entendió, que lo que la jefa quería decir era que su lenguaje era poco propio para un periódico tan profesional como este. Vamos, que Reina tuvo que cambiar un par de palabras y todo se solucionó.
-Sería más fácil si ella se lo dijera de esa forma...
-Eso mismo digo yo.
-Pues te digo que ya la quiero conocer.-Dije divertido levantándome del ordenador y cogiendo algunos papeles que había recopilado para rodear el cubículo.
-Pues estás de suerte, guapo, ahí viene.
Levanté la vista para ver a la temible editora en jefe y los papeles que llevaba en la mano se cayeron como si tuviera mantequilla en los dedos desparramándose por toda la alfombra del pasillo. Todos se giraron para mirar la escena y la elegante mujer que entraba con unas gafas las colocó sobre su cabeza mirándome impresionada. Como si le molestara que estuviera allí. Yo simplemente pensé que aquello debía ser un sueño.
-¿Tú?.-Pregunté. Ella miró a su alrededor incomoda y Marlon se acercó enseguida.
-Amaia, él es el nuevo chico del que te hablé, Alfred...-Amaia sonrió a medias de una forma irónica y estiró la mano. Sus ojos estaban brillantes como la noche anterior.
-Amaia Romero.-Me dijo como si nunca en su vida me hubiese visto.-Editora en jefe.-Anunció. Yo cogí su mano algo mareado y el contacto de sus dedos me recordó tantas cosas que sacudí la cabeza.
-Alfred...Alfred García.-Su sonrisa se amplió.
-Muy bien, bienvenido Alfred. Me gusta saber el nombre de los empleados...-Dijo pasando a mi lado.-Pero no el de los tíos con los que me acuesto una noche.-Murmuró muy bajo a mi oído y yo me quedé allí plantado mirando a Marlon que me veía un poco asustado.
-¿Estás bien?.-Me preguntó al verme supongo que pálido.
Yo asentí.
-Impone un poco.-Él rió.
-Todavía no has visto nada.
Y yo me giré viendo como la puerta de la oficina de ella se cerraba a su espalda.
Seguramente no había visto nada.