Comimos unas tortillas mientras tratábamos de calentarnos en el sofá. Pasada la mañana el frio se estaba comenzando a disipar. Amaia reía mientras su espalda estaba apoyada en mi pecho, yo le había estado intentando sacar información sin mucho éxito, era bastante cerrada, me preguntaba porque.
-¿Te puedo preguntar una cosa mas?.-Ella tenía el plato en la mano y se metió un gran bocado en la boca encogiéndose de hombros.-¿Por qué quieres aparentar tanta frialdad?.
La sentí tensarse y esperé a que masticara.
-No intento aparentar nada, Alfred, soy como soy.-Dijo en un tono serio.
-No, no es verdad.-Yo le besé el cuello y ella se encogió riendo.-No eres fría, ni tampoco eres tan borde como aparentas.
-No soy borde, solo intento tener un poco de respeto en la oficina.
-El respeto te lo puedes ganar sin asustar a la gente, Amaia.
-Joder, ¿vinimos aquí a hablar del trabajo y de cómo trato yo a la gente?.
-Sabes a que vinimos aquí....-La envolví con mis brazos y ella dejó caer su cabeza apoyándose en mi pecho.
-Entonces deja de atormentarme, anda.-Me dijo con un tono dulce que jamás le había escuchado y luego me besó en el mentón. Sus labios subieron rápidamente hasta mi boca y dejó el plato a un lado colocándose sobre mi para darme un beso lento y dulce, un beso que me encantó.
Sentía el cuerpo sumamente cansado luego de conducir horas y de hacer el amor con Amaia unas tres veces, pero al tenerla en mis brazos eso me daba un poco igual. Su boca dejaba pequeños besos en mis labios y en mi cara y yo cerré los ojos sonriendo a medias. Sus manos acariciaron mis rizos suavemente, y antes de darme cuenta estaba completamente inocente y sumergido en un muy merecido sueño.
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Sonreí cuando lo vi inconsciente. Ya sabía yo que no era de piedra, había aguantado mucho más que cualquiera que yo hubiese conocido, y sin desfallecer, pero ahora se merecía dormir un buen rato. Yo aún estaba sobre él y no pude evitar mirarlo durante varios segundos. Su rostro se veía tan feliz. Pensé riendo muy bajito. Se veía más que satisfecho, sin embargo, aquella mueca de pilluelo aún estaba en su rostro. Un rostro que no me cansaba de ver, sus labios, su nariz...quería tocarlo y besarlo para siempre. Mi corazón comenzó a palpitar rápidamente y una extraña sensación invadió mi tripa haciendo que me sobresaltara.
Lo dejé allí y busqué algo con que arroparlo. Él tenia unos pantaloncillos y una camiseta desgastada, y en los pies unos calcetines, mientras yo usaba una camiseta que me quedaba realmente enorme y un pantalón de chándal. Toda cortesía del amigo de Alfred que yo aún no conocía, y para ser sincera planeaba nunca conocer. Todo lo que estaba haciendo era una completa locura, supongo que había terminado allí con Alfred porque la noche anterior no tenía fuerzas para negarme a nada. Reí subiendo las escaleras y me coloqué las zapatillas de él, eran mucho más cómodas y aunque me quedaran algo grandes me iban bien para el frio.
Miré la habitación y noté varias cosas que no había visto antes, vi la enorme estantería con libros que estaba segura nunca fueron leídos y solo estaban ahí para que aquella cabaña pareciera mas interesante de lo que ya era. Me acerqué a curiosear y un enorme álbum con la palabra "Verano" escrita en un costado llamó mi atención y lo saqué caminando hacia el sillón que estaba al lado de la ventana. El lago se veía precioso y me dieron unas enormes ganas de salir a explorar el lugar, pero primero cotillearía el álbum.
Cuando lo abrí casi suelto una sonora carcajada. En la primera foto estaba Alfred con un chaval que imaginé que sería Pablo, pero la foto parecía de al menos hacía unos diez años, los dos tenían el pelo largo y estaban abrazados sacando la lengua a la cámara. Puse los ojos en blanco y seguí pasando las paginas, las fotos parecían haber sido tomadas en esta misma cabaña y algunas en el lago. Alfred tenía la misma sonrisa juguetona, los mismos ojos expresivos y dulces. Claro que ahora estaba mucho mejor, pero sin embargo aquel chiquillo de las fotos me atrapó con su contagiosa sonrisa.