No creo en el amor, pero creo en la felicidad

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Mientras yo bajaba algunas bolsas de comida y otras cosas que había comprado en mi parada para ese par de días que estaríamos aislados de todo, vi como Amaia miraba a su alrededor. La verdad es que la cabaña de Pablo era realmente bonita, con un gran porche hecho de madera y una vista al lago que provocaba mirar durante horas. El aire frio me llenaba los pulmones, y sonreí al verla con los ojos cerrados, también sonriendo. Me acerqué a ella y su olor me sedujo como a un adolescente con las hormonas a flor de piel, su boca me pareció la cosa mas provocativa del mundo y mi boca besó la comisura de sus labios, para luego besar sus labios por completo, con todo el deseo que había despertado en mi. Amaia abrió la boca y rió debajo de mis labios cuando mi lengua entró buscando la suya. Me puso las manos en el pecho y sonrió a medias.

-Sería mejor si entramos ¿no?.-Susurró y se dio la vuelta caminando hacia la casa, yo la miré sonriendo mientras mis ojos admiraban su belleza.

Oh si, este iba a ser un fin de semana para recordar.

Busqué rápidamente las llaves que Pablo siempre dejaba sobre el marco de la puerta, que estaba completamente tallado en madera y abrí la puerta.

-¿Habías venido antes aquí?.-La escuché preguntar cuando los dos entramos y yo encendí las luces, la casa estaba justo como yo la recordaba. El salón olía a bosque y los sillones tenían una apariencia familiar. El piso y las paredes eran en su totalidad de madera lustrosa y el techo daba una forma ovalada que hacia ver la casa mas grande de lo que realmente era.

La cocina estaba cruzando el salón y subiendo las escaleras, también de madera, estaba la habitación donde recordaba que había una enorme cama donde cabían al menos cuatro personas, y donde había un enorme televisor, un equipo de música y una estantería llena de libros y álbumes de fotos.

-Un par de veces si.-Le dije caminando hacia la cocina para dejar las bolsas.

Sentí como me seguía mirando especulativamente toda la casa, parecía fascinada.

-¿Y has venido con tu amigo o solo...?.-Lo último lo dijo en un tono que me hizo sonreír. Me giré apoyándome en la encimera y la miré.

-Veníamos mucho cuando aun estábamos en la universidad, nos montábamos unas fiestecillas aquí bastante buenas...-Dije recordando aquellos días.

-Ya, puedo imaginarlo.-Miró la vista a través de la ventana y sonrió.-Es precioso.

-Lo sé.-Asentí.-Puedes ponerte cómoda ¿eh?, hoy estás en tu casa. Hay un baño...-Hice una mueca.-Bueno, al menos hay un intento de baño arriba.-Reí.-Puedes ducharte si quieres...

Ella encarnó una ceja.

-Ya...ahora la pregunta es con que me vestiré...

-Ah no, te aseguro que no vas a necesitar la ropa hoy.-Dije en un tono sensual y ella sonrió, vi como su cuerpo reaccionaba enseguida y se dio la vuelta. Estaba comenzando a descifrar sus gestos y sus movimientos, siempre solía encoger los hombros y darse la vuelta cuando algo la ponía nerviosa...o excitada.

-Muy gracioso...-La escuché decir mientras salía al salón. Yo la seguí y la miré desde el umbral.-Es muy bonito esto, tu amigo debe ser medio pijo ¿no?.

-Algo...-Reí.-Pero no es un pijo normal, créeme.

Vi como se tomaba el cuello y su cara se contraía en una mueca de dolor.

-No veas como me dejó el cuello el auto.

Yo reí recordando las miles de formas en las que su cuerpo se movió debajo de mi cuerpo la noche anterior y luego como Amaia se había dormido de forma inmediata. Ya me gustaría  a mí tener unos cuantos orgasmos así de seguidos...

Esclavo de sus besosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora