Sargento

1K 82 6
                                    

Me apoyé en la puerta y expulsé todo el aire que mis pulmones estuvieron conteniendo desde que había visto al chico del bar en medio del pasillo. ¿Por qué de todos los tíos tenia que ser él?. Mis manos aún temblaban y yo me dije a mi misma que esto no tenía porque afectarme, al final todo el mundo ha tenido algún polvo de una noche, unos mas satisfactorios que otros eso si. Quizás ahí era donde radicaba el problema. Aquel polvo había sido demasiado satisfactorio, en una escala del uno al diez le daba un veinte sin duda.

Es decir, un multiorgasmo como el de la noche anterior no lo había tenido en mi vida. Y entonces, ¿Cómo vería a la cara al tío que los había provocado a sabiendas de que nos habíamos conocido una media hora antes y ni siquiera sabía mi nombre?. Seguramente pensaba que yo era una zorra que iba a aquel bar de vez en cuando a buscar a alguien para un polvo rápido, pero no, nunca había hecho eso en mi vida. Pero cuando ese chico me miró sentí como todo mi cuerpo reaccionaba. Fue algo realmente estúpido pero muy gratificante.

Suspiré caminando hacia mi escritorio. Vale, esto no te tiene porque afectar Amaia. Pensé sentándome en la cómoda silla de cuero.Seguramente él no le habrá dado mayor importancia a lo ocurrido, además, tú eres su jefa. Ese pensamiento me reconfortó. Yo era quien mandaba, al menos en la oficina. Pero seguía sintiendo cierta vergüenza al pensar en lo que había pasado, bueno, vergüenza y remordimiento, porque...tenía novio. Un novio al que hacía semanas no veía porque estaba de viaje.

Esto no podía estar pasando de verdad. ¿Por qué justamente él?. Entonces mi mente retorcida se puso alerta. ¿Y si Alfred ya sabía que yo era su jefa antes de acostarse conmigo?, ¿y si había sido algún tipo de apuesta? ¿y si estás loca, Amaia?. Me dije al darme cuenta de lo que me estaba montando. Bueno, de todas formas quería averiguar un poco más.

Me levanté y me asomé en la puerta. Todos estaban trabajando en silencio, tal y como me gustaba. Odiaba que todos estuvieran haciendo una fiesta en el lugar de trabajo, ¿si vas al trabajo que tienes que hacer?, pues trabajar. Y trabajar bien, porque si vas a hacer una cosa mal entonces no la hagas. Quizás por eso todos me odiaban, bueno, no todos. Regina, o Regi, como la llamaba yo, era mi mejor amiga y ella aunque yo también era su jefa si que no me odiaba.

Ella levantó la vista y me sonrió. Vio mi cara de sufrimiento y me hizo una mueca interrogativa. Yo relajé el rostro y sonreí a medias negando.

Todo bien... le dije articulando solo con los labios.

Entonces mi vista se trasladó al cubículo donde aquellos ojos brillantes estaban concentrados en el ordenador y carraspeé.

-Alfred.-Dije en voz alta. Todos levantaron la vista, el aludido fue el ultimo en hacerlo.-¿Puedes venir un momento, por favor?, tengo algo que decirte.-Él pareció algo nervioso y eso me divirtió. Asintió levantándose y los papeles cayeron de nuevo esparciéndose por el lugar.

Yo puse los ojos en blanco y cerré la puerta tomando aire y sentándome con aire solemne en el escritorio.

Cinco segundos después, Alfred entró asomándose y luego tocó la puerta.

-¿Se puede?.-A mi me divirtió aquello, ¿Qué persona normal abre y luego toca?.

-Pasa.- Asentí y le señalé una de las sillas que estaban frente al escritorio.

Él, con paso seguro y alegre, se sentó frente a mí. Yo entrecerré los ojos y apoyé los codos sobre el escritorio.

-¿Qué haces aquí?.-Pregunté sin más.

-¿Aquí?, pues me has llamado ¿no?.-Yo lo seguí mirando con intensidad.

-Me parece muy extraño todo.

Esclavo de sus besosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora