En otra vida

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La primera impresión no siempre es la que cuenta. Al menos no para ella. Él era muy delgado entonces, incluso unas pulgadas más bajo que ella. Pero tenía el pelo rubio y los ojos de un azul particular, uno que cambiaba de tonalidad según su estado de ánimo. Así podía ir de un azul casi gris cuando estaba triste, a un azul casi eléctrico cuando estaba feliz.

Un verano después de terminar el primer curso de la secundaria, su padre contrató un grupo de muchachos para que le ayudarán a armar alguno de sus muchos inventos. Él fue el tercero que le presentó su padre.

Ella era una niña que parecía tener mucha energía. De pantalones siempre, por más que su madre la persiguiera para que se pusiera los carísimos vestidos que le compraba su padre; sucia de la cara y con el pelo castaño despeinado. Parecía un niño y, muchas veces, le confundieron con uno, uno muy bonito. Siempre se valía de eso para hacer travesuras. Ese verano en particular, aludiendo al calor, se cortó el cabello a casquete; aun no tenía mucha forma de mujer, así que ocultaba sus débiles formas detrás de ropa holgada.

—Toni Stark—decía cuando los chicos estrechaban su mano.

Su padre levantaba una ceja, porque sabía de qué iba. Un nombre así, podía confundirse, se volvía ambivalente. Niño/niña, ¿qué más daba? Toni terminaba jugando con ellos canicas o fútbol y siempre se las arreglaba para salir victoriosa. Siempre caían en la trampa.

Pero él no, aunque fingió bien que le creía, ser uno más de ellos. Nunca esgrimió un gesto de desaprobación o le trató con condescendencia, pero al final del verano, le dijo "señorita", sólo para hacerle saber que no había caído en su juego. Él era más inteligente que el resto. Y fue quizás eso, lo que le gustó de él en primer lugar.

Así que se grabó bien su nombre en la mente:

Steven Rogers.

***

Tony pidió estar a solas.

No le miró hasta que se sentó a su lado y se quitó el casco. Entonces, con éste entre las manos, levantó la vista.

A pesar de todo, parecía estar dormido.

Pero su cabello dorado estaba mancillado por salpicaduras rojas, tanto como su mejilla: su propia sangre. Sus labios entreabiertos... parecía que, si se acercaba, podría tomar un poco de su aliento, pero no había más aliento que se filtrara entre sus dientes. Sus ojos... jamás volvería a verlos. Era una sensación horrible.

Steve estaba muerto.

Y le gustara o no. Estuvieran de acuerdo o no.

Era su culpa.

La sangre de la persona que amaba, había sido derramada por sus manos. Directa o indirectamente.

¿Cuántas veces antes y cuantas veces después, habría traicionar a Steve? Si existieran mil vidas, si existieran mil universos. Si en uno de ellos fuera Steve quien lo traicionara, podría darse por bien servido. Habría sido justo. Porque en el resto de ellas, al menos en esa, siempre era de Tony  la traición y el único que siempre se iba, Steve.

***

Tres años hacen mucho en un ser humano. Y más en un adolescente.

A los dieciocho años, Steve Rogers había dejado de ser el niño escuálido que Toni había conocido. Era mucho más alto que ella, había ganado masa muscular y era un atleta de su preparatoria. Ella también había cambiado, sus formas femeninas se habían acentuado. Ya no importara como vistiera, o cual fuera su corte de pelo, era inevitable, todos sabían que era una mujer. No le molestaba, ser mujer le gustaba. Sólo había un par de cosas que le desagradaban: la regla y que su busto hubiera crecido tanto. Aunque, pronto descubrió que éste último tenía el tamaño perfecto para las palmas de unas manos, de alguien en especial; y dejó de molestarle.

Stony series  Vol. 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora