Amor como el mar

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Si quieres saber cómo era, tendría que decirte que era como una playa del caribe. Sí, así. Su piel era blanca y tibia; su cabello rubio, dorado como el mismo ardiente Sol; y sus ojos eran del color del mar. Sí. Eran azules, pero eran más que sólo azules. Eran del color del mar. ¿Has visto los diferentes colores del mar? A veces eran azules cielo, azules marino, verdes, grises... pero transparentes. Podías ver a través de ellos, como se pueden ver los corales en un arrecife. Y así como un arrecife de coral, él guardaba en su interior mil maravillas, estaba construido de una manera artística, casi milagrosa. En él habitaban los corales, las anémonas, los poliquetos, las estrellas, los erizos y los pepinos de mar. Maravilloso, pero fácil de destruir. No cabe duda que lo más hermoso es, también, lo más frágil.

En ese entonces, yo no sabía cómo cuidar de él. Me habría encantado ser capaz de protegerlo, pero era sólo un niño. No tenía fuerzas, ni recursos, era un ser limitado; pero deseoso y enamorado.

Me enamoré de él, de mi playa caribeña, de mi sol de medianoche, de mi niño de oro. ¿Te suena cursi? Sí, lo sé. No son palabras comunes en mí, pero no me son ajenas. Es sólo que, cuando te enamoras como yo lo hice, no puedes pronunciar palabras de amor así nunca más. Es como si esas palabras se escribieran en el pergamino del destino y, después, se quemaran en la eternidad. Tenían un destinatario, y sólo uno.

¿Te sorprende también que me haya enamorado de un hombre? Sí, lo sé, tampoco es común en mí. Pero es lo mismo que con las palabras de amor. Una vez que amas a alguien así, no puedes amar a nadie más así. Esa es la razón por la que no me relaciono románticamente con hombres; y mantengo relaciones de una noche con mujeres. Todo lo que pude sentir por otra persona, ya lo sentí. También está escrito en el pergamino del destino y ardiendo en la eternidad.

Es como un pacto, como un conjuro, no lo sé... algo sagrado, intocable e inalterable.

Su nombre era Steve. Y pasó el verano de mis quince años en la misma playa de bungalós, dónde vacacioné con mi familia ese año. Su madre y él, rentaron el bungaló justo al lado del mío.

Mi recuerdo más claro de nuestro primer encuentro es su playera azul. No me preguntes por qué. Pero puedo ver, en mi memoria, la tela azul brillante que cubría su torso esa tarde. Le quedaba grande y ondeaba de los bajos con las corrientes de viento. Estaba de pie en la orilla de la playa, dejando que las olas lamieran sus pies. Su figura adolescente aún se recorta en mis ojos como una postal.

Tenía mi edad, era un poco más delgado que yo, pero tenía mi estatura. Y yo siempre he sido un poco bajo de estatura. Me cayó bien por eso. Pensé que sería genial salir con alguien que no me molestara todo el tiempo. Nada más verlo, me alegre. Hasta ese momento, era el único joven en la playa; no tenía a nadie con quién divertirme. Me hizo feliz no ser el único que estaba solo.

Le conocí mientras perdía el tiempo en la orilla de la playa coleccionando conchas. Era, después de todo, lo único que podía hacer en ese lugar; para ir al pueblo más cercano tenía que pedirle a mi mayordomo que me llevara, porque quedaba a varios kilómetros. Aún no tenía licencia de conducir y tampoco sabía hacerlo muy bien, así que, por más que quisiera robarme el auto, no podía.

Steve estaba de vacaciones. Y le dio curiosidad saber lo que hacía. Fue él, quien dijo la primera palabra, quien lanzó la primera sonrisa. Yo no hice más que tratar de corresponder a esa perlada sonrisa, a esa voz ronca de adolescente. Me preguntó si podía ayudarme y pasamos la tarde buscando conchas, entre más raras fueran, mayor oportunidad tenían para quedarse en mi colección. Steve encontró una genial que parecía tener una estrella dibujada en azul. Nunca he visto otra igual. Se la deje. "Para que empieces tu propia colección", le dije aquella tarde antes de separarnos.

Stony series  Vol. 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora