Instinto II

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Siempre pensé que era un alfa, crecí y fui educado conforme a eso. Ingresé a una escuela de alfas de élite, por esa misma razón. Sin embargo, un incidente ha cambiado todo y obviamente, me siento más que confundido, es como si el mundo entero hubiera cambiado. No sólo mi cuerpo ahora me parece extraño, sino toda la dinámica de la sociedad que me rodea.

Ese incidente fue haber visto a uno de mis compañeros apunto de tomar a una chica omega en el salón de arte. Ese compañero es el niño dorado del colegio. Todo mundo lo sabe, aunque él aparente inocencia o, quizás, realmente no lo sabe...

Entre alfas también hay clases. Y los alfas de mi colegio tienden a reunirse en torno a un alfa dominante, así funciona. Pero no para él, a Steve Rogers le encanta romper las reglas no escritas. Él es considerado un alfa prime, es decir, algo así como alimento Premium, lo mejor de lo mejor. Cualquiera pensaría que podría reunir un grupo compacto de alfas que le fueran fieles, pero, en su lugar, sus mejores amigos son alfas como él: Natasha Romanoff y Thor Odinson, el trío dorado, el triunvirato de facto del colegio.

—Aggh, ¿me pregunto si no se darán cuenta? —dijo una vez uno de mis compañeros— Dan envidia.

Sí, eso se podría decir. Eran un trío excelente, los tres inteligentes, los tres bellos, los tres fuertes. Si no fueran amigos, probablemente, habría batallas campales todo el tiempo, no habría paz en ningún momento con las facciones de alfas peleándose. Afortunadamente, no había necesidad de ello, el triunvirato se equilibraba y mientras no te metieras en sus asuntos, estabas a salvo.

Pero, quizás a mí también me gusta romper las reglas no escritas o, tal vez, considerando mi actual condición, siempre fui demasiado consciente de Steve. Me gustaba molestarlo y plantarle cara. Me encantaba argumentar con él hasta el punto del insulto. Todos pensaban que estaba loco, pero ya que nunca habíamos llegado a los golpes, podía contar con algunas victorias. Aunque, confieso, él parecía divertido cuando lo vencía y para nada ofendido, y eso me hacía redoblar mis esfuerzos.

—¡Un día de estos, Rogers, te va a matar!

—¡Que lo intente!

Era el clásico dialogo que tenía con otros alfas. Era una locura, tentaba demasiado a la suerte. Pero, lo disfrutaba. Era un riesgo que estaba dispuesto a tomar. ¿Por qué? Porque él me atraía desde siempre. Me gustaba su rebeldía y su desdén para con los asuntos clásicos de los alfas. No era indecente, ni escapaba del colegio para buscar omegas que poseer sin restricciones, ni tenía interés en pelear por jerarquías ni era un pedante creído. No le importaba. Pero cuando veía algo que no le gustaba, como a un alfa molestando a un omega o incluso a un beta u otro alfa, bastaba su voz de advertencia para que el transgresor se cuadrara como un soldado. No soportaba a los acosadores y no dudaba en ponerles un "estate quieto".

Al único que parecía soportarle sus tonterías era a mí. Yo lo molestaba a él, sólo a él. Ganaba su atención entonces. Yo, un alfa que no tenía nada más que eso y el nombre de su familia a cuestas, era capaz de sacar de sus casillas a ese alfa excelente. Era divertido, excepto por una cosa: me gustaba demasiado. Aunque no tuviera esperanzas algunas. Porque él tenía un omega destinado, yo, como otro alfa, no tenía oportunidad.

Entonces pasó ese incidente.

Cuando lo vi inclinado, con sus manos en los muslos de la chica, cuya falda le permitía tocar su piel; cuando su aroma fresco como un bosque nublado, llegó a mí, fue como un golpe directo a mi cerebro. Sentí que me mareaba, la temperatura de mi cuerpo subió de golpe, sentí náuseas y vomité. Sabía que era su culpa, que él lo había provocado. Su naturaleza, que él siempre mantenía en bajo perfil, se hizo patente y descubrió la mía.

Más tarde, mis padres me comprobaron lo que había imaginado. Había nacido como un omega, lo cual no podía ser, no en mi familia y menos al ser el único hijo. Me sometieron a un tratamiento para bloquear mis hormonas y aunque no cambiaría mi naturaleza, no me descubrirían tampoco. Me enviaron supresores y me pidieron que mantuviera la mentira; era necesario que me graduara de aquella escuela. No importan las excusas me pusieron para minimizar el golpe. Era obvio que estaban un poco avergonzados por mi naturaleza; habían tratado de ocultarlo, pero no contaban con esa atracción instintiva que tenemos alfas y omegas. Mi yo real había emergido ante la presencia de un alfa como Steve, uno que podía, incluso,  romper el efecto de un tratamiento tan fuerte como al que mis padres me habían sometido.

Stony series  Vol. 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora