Número equivocado III

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Tony abrió la puerta y escuchó la campanita que anunciaba su llegada en el café. Una mesera volteó a verlo y le sonrió suavemente, mientras entregaba un par de cafés en la mesa cercana. Tony devolvió débilmente la sonrisa y buscó un lugar libre, pero medio escondido al fondo del local. Encontró una mesa en una esquina y podía ver casi todo el lugar. Se sentó y miró su reloj. Había llegado una hora antes de la cita. ¿Por qué? Porque se sentía nervioso, porque quería conocer el terreno antes, porque no estaba seguro de estar ahí.

Steve había insistido con conocerlo y había sido tanta su suplica que, finalmente, Tony había cedido. Temía que la magia se extinguiera, que Steve no le gustara o, peor, que él no le gustara a Steve. Se lo había dicho muchas veces, pero no parecía importarle, tenía una determinación de hierro.

La mesera le dejó la carta y justo cuando ella se marchaba, Tony recibió la llamada temida.

Hola, Tony—escuchó la voz de Steve.

—Hola—contestó él y sintió que le sudaban las manos, por alguna extraña razón.

Te llamo para confirmar la cita de hoy, como me dijiste que te llamara...

—Sí, sí... te veo dónde te dije.

¿Sí? Quiero decir, está bien. ¿Cómo te reconozco?

Ammh, yo...mejor dime como irás vestido, y aún no decido que ponerme.

Steve rió del otro lado del aparato.

Pues... jeans, playera, chamarra azul, ah, y una gorra. Es mi día de descanso así que...

Entiendo. Te encontraré.

Steve asintió y confirmó la hora una vez más. Colgaron.

Tony pidió un pastel, un café y decidió entretenerse un poco con su teléfono. Cuando faltaba media hora para la cita, pidió otro café y que le dejaran la carta. Entonces, comenzó a contar los minutos. Jamás en su vida se había sentido tan nervioso como entonces. Cada avance del minutero le parecía una eternidad y se preguntó si para Steve sería igual o parecido.

Cuando llegó la hora, llevaba tres cafés encima y un cuarto en proceso, sus nervios estaban a tope. Y entonces, la campanilla del café sonó. ¿Era posible que Steve fuera tan puntual? Tal vez. Tony aventuró una mirada hacia la puerta. Un joven alto, con cuerpo de gimnasio, con jeans, playera, chamarra azul y gorra, estaba buscando asiento como él hiciera una hora antes. Tony no estaba seguro, pero de que podía ser Steve, podía ser Steve, así que se colocó la carta frente al rostro y miró disimuladamente por el costado de ésta al recién llegado.

A esa hora, ya no había mesas vacías, así que tuvo que sentarse en la barra. Tony lo vio quitarse la gorra y dejarla a un lado sobre la barra. Era rubio y sin la sombra de aquella prenda, Tony pudo notar que también era muy guapo. Lejos de animarse, le dieron más nervios y una pesada loza se asentó en sus piernas, impidiéndole moverse de su asiento.

El joven rubio pidió algo y tamborileó los dedos. Tony lo observó por un buen rato, tras la carta y sin moverse. Pasaron quince minutos y, entonces, le vio sacar su teléfono del bolsillo de su pantalón. Tony sintió la vibración del suyo en su propio bolsillo, cuando el joven de la barra ponía el teléfono en su oreja. Reaccionó como un idiota, soltó la carta y sacó con dificultad el aparato y casi se le cae, por suerte, nadie lo notó o, al menos, nadie que importara.

—¿Sí? —contestó en voz baja.

Hola, Tony—repitió Steve—. Sólo quería decirte que ya llegué.

Stony series  Vol. 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora