There is a light that never goes out

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—Espérame ahí—Tony apretó el teléfono contra su oreja mientras se cubría la otra con la mano libre—. Sí, confía en mí.

Afuera se escucharon golpes contra su puerta.

—¡Anthony! —escuchó la voz furiosa de su padre—¡Sal de una vez!

—¡Jódete! —le respondió Tony al tiempo que colgaba el teléfono.

—¡Jovencito, no voy a discutir contigo! —gritó Howard—¡Tienes cinco minutos para bajar!

Tony no contestó, escuchó los pasos de su padre alejándose por el pasillo.

—O si no, ¿qué? — farfulló pateando uno de sus zapatos tenis contra la puerta.

Como sea, pensó, no tengo tiempo que perder. Buscó de entre su ropa una chaqueta medianamente limpia; olió un par antes de encontrar una. Decidió que era, también, una buena oportunidad para usar la colonia aquella que había costado un ojo de la cara. Tras ponerse la chaqueta se miró en el espejo: su cabello lucía despeinado y en su rostro se dibujaba apenas una incipiente barba. Diecisiete años bien cumplidos brillaban impacientes en sus ojos. Se puso los sneakers y corrió, finalmente, hacia su ventana. Al abrirla, respiró el aire de la libertad. Miró en lontananza, hacia la calle detrás de la barda de hiedra que delimitaba su jardín. No tuvo que esperar mucho, vio una luz que se acercaba rápidamente por la calle y se detenía casi frente a él.

Sonrió y pasó una pierna por encima del alfeizar de la ventana, luego el torso y buscó asirse de los bordes de la misma ventana y posar un pie sobre la cornisa que rodeaba el segundo piso de su hogar. Así, sacó el resto del cuerpo y se deslizó despacio por la cornisa hasta una cascada de hierba. Comenzó a bajar por ella lo más rápido que pudo, era un riesgo, pero valía la pena. A un metro de distancia del suelo, saltó y cayó al pasto como un gato.

Al levantarse, se sacudió la ropa y sonrió satisfecho de sí mismo. Giró hacia su casa sólo para burlarse de los que estaban adentro y corrió, enseguida, hacia la barda. Ahí le esperaba trepar y saltar. Le llevó un poco de tiempo, y una vez arriba, se sentó en el borde para tomar un descanso. Desde ahí, lo vio.

—¡Hey!—dijo.

Steve levantó la vista y contuvo la sonrisa que le causó ver a Tony trepado en la barda. Estaba cruzado de brazos y recargado en su motocicleta; así, tal cual, se dirigió a su amigo.

—¿Qué haces ahí?

—Estoy huyendo de casa—le dijo Tony—. Ayúdame.

—¿Qué? ¿Quieres que te atrape, Rapunzel?

—Ja, ja, idiota—Tony se descolgó de la barda sosteniéndose del borde casi con sólo los dedos—. Pero estaría bien si me atrapas.

Steve se dio cuenta que no era una broma y se acercó, aunque no estaba seguro de lograrlo y que ni él ni Tony se rompieran un hueso en el intento. Pero funcionó, por alguna razón, funcionó. Tony dio un salto de fe, y Steve lo capturó antes de que tocara el suelo.

—Estás demente—le dijo éste cuando, ambos, rieron y recompusieron sus ropas—. Ahora, dime, ¿qué es eso de que escapas de casa?

—Sólo eso—dijo Tony—. Hay una estúpida fiesta y no quiero estar.

Pasó delante de Steve y admiró la motocicleta. Era casi nueva, brillaba con las luces de la noche.

—Uf, tu madre sí que se lució—dijo.

Steve sonrió.

—Quizás demasiado.

Tony rodó los ojos, pero sonrió, al mismo tiempo. Steve siempre era tan modesto y humilde, todo lo contrario, a él. Sin embargo, curiosamente, le gustaba, ¡qué va! ¡Le encantaba! Pero eso era un secreto.

Stony series  Vol. 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora