La luz me molesta y me muevo en la cama.
¡Qué dolor!
En la fiesta de anoche debí tomar demasiado, porque el guayabo que tengo es monumental, me duele hasta el pelo. Estoy tan agotada que quiero seguir durmiendo, hoy ya es sábado y me lo puedo permitir.
De pronto escucho voces en mi habitación e intento abrir mis ojos, pero se me es imposible, me pesan demasiado y estoy muy cansada; instantes después vuelvo a caer en un sueño profundo.
Siento que un frío inunda mi interior y me muevo en la cama, en Bogotá, cada vez hace más frío y necesito una sábana, intento abrir los ojos que ya me pesan menos, y cuando lo consigo automáticamente pongo mis manos en la cabeza y aprieto mis ojos con fuerza.
¡Qué dolor!
Abro mis ojos un poco más despacio, y cuando veo en donde estoy, todo llega a mi mente en cámara lenta, y las lágrimas comienzan a rodar por mis mejillas.
¡Estoy viva!
Cierro los ojos para tratar de calmar mi respiración y recordarlo todo, Gregory, Damián, Alex.
¡Oh, mi Dios!
¿Damián está aquí de verdad? o ¿Fue sólo un sueño?
De pronto escucho las mismas voces y volteo la mirada en dirección al sonido. Se abre una puerta y entran por ella mi abuela, Bea y Damián. Este último se ve tan sensual cuando se viste informal, y esa barba de muchos días hace que se vea mucho mejor, pero, al detallarlo con delicadeza, veo que tiene la cara llena de moretones y en su brazo un casquillo, lo que me hace dar cuenta que no lo he soñado, él me ha salvado de Gregory.
Cuando se acercan a mí, mis ojos se conectan con los de él y trato de reprimir una sonrisa por tenerlo cerca.
―Hija mía. ―Solloza mi abuela acercándose a mí.
―Piojosa, que sustote nos has dado ―dice mi tía, colocándose al otro lado de la cama y besando mi cabeza.
―Estoy bien, sólo me siento cansada y adolorida.
―Tienes que descansar cariño, todo va a estar bien―interviene Damián de repente.
Al escucharlo me congelo, desvió la mirada y trato de relajarme, su presencia me mueve todo y no quiero que se dé cuenta, pero este de un momento a otro me toca la mejilla y mi piel se eriza mientras yo cierro los ojos disfrutando su contacto, pero cuando los abro, la rabia de todo lo que me hizo se apodera de mí.
―Sal de aquí ―digo enojada.
―Cariño por favor, cálmate.
― ¡Cariño! ¡Cariño! Le recuerdo que no soy nada suyo ―grito desesperada añadiendo: ―Y aunque agradezco que me salvara, no entiendo qué carajo haces aquí ―le digo, con toda la antipatía del mundo haciendo que me duela todo.
Intento moverme, pero la cabeza me va a explotar, así que desisto.
―Elizabeth, escúchame, todo tiene una explicación.
―Sí, claro que la tiene, ya te cansaste de atender a tu mujer y a tu hija, y ahora vienes por mí, es mejor que te largues Damián.
―Elizabeth Torres Rodríguez. ¿Dónde están tus modales? ― Grita mi abuela ante mi desfachatez. ―Él te ha salvado de morir.
―Recuerda lo que te dije Piojosa, por favor piénsalo―murmura Bea, mientras me soba el brazo y trata de tranquilizarme.
Sus comentarios me tocan la fibra, no quiero que lo defiendan, son mi familia deberían estar de mi lado. El dolor de cabeza se intensifica por momento y tratando de calmarme digo: