Desde que todo esto empezó, nadie me deja sola en ningún momento, ya que como Gregory no aparece, a todos les preocupa mi seguridad y yo se los agradezco, nunca se sabe lo que pueda pasar y menos con este tipo de personas que nos han demostrado ser lo peor que existe en el mundo. Después de mi graduación, me reúno con mis ex empleados y los líquido, no podíamos hacer nada, ya todo estaba perdido.
Días después, pago algunas deudas que tenía pendiente y hasta me sobró dinero, cosa que me sorprende, de la nada la deuda del pedido equivocado ya estaba pagada, y como era una cantidad absurda, mejor no pregunté más y lo di por arreglado todo.
Un poco de buena suerte, no me viene mal ahora ―pienso.
El dinero que me sobró lo invertiré en el negocio de mi abuela más adelante, aún tengo que reunir un poco más, para que me alcance y pueda tener algo pequeño y lindo. Los días pasan, y aunque todo parece normalizarse, su imagen me abruma, su recuerdo es una foto gris que sólo atormenta mi alma y no se borra nunca de mi cabeza.
Hoy es la inauguración de The Mob y el vestido rojo aunque es impresionante me quema, sus besos aún recorren mi piel y su aroma la siento en todos los lugares, es como si la vida, o más bien esta ciudad, se empeñara en recordármelo más de lo que ya lo recuerdo. Además, después de cómo me sentí el día de mi graduación con el vestido y lo que sentí al mirarme al espejo hoy, decidí no llevarlo, pero sólo fue salir con otro de mis vestidos para que mi abuela, Bea y Ena me hicieran entrar y cambiármelo.
Cuando mi tía se mejore al cien por ciento y el bebé nazca, me las pagarán una a una ―pienso, enojada al mirarme al espejo y verme de nuevo el vestido.
Me toco la cadenita y mi corazón se contrae, enseguida, decido quitármela y guardarla en el lugar más profundo de mi nochero, tenerla todos los días solo avivaba mi esperanza y mi amor, cosas que debo borrar de mi vida para siempre.
―No me odies Piojosa, pero con este vestido te ves radiante, mil veces mejor que con el anterior.
―No me la vueles Bea, no me la vueles ―digo enojada, aunque tenga razón.
―Pero si hasta pareces una estrella de Hollywood con semejante pinta ―dice esta y yo sonrío. Es imposible no hacerlo.
―Quiero pedirte algo ―me dice mi abuela y yo asiento preocupada.
Nunca sé que se les ocurrirá.
―Ya que no te he podido convencer de que te quedes aquí, quiero que esta última noche la disfrutes al máximo con tus amigas y que te olvides de todos los problemas.
―Te lo prometo ―le digo abrazándola.
Ya pasado mañana nos iremos a mí ciudad y mi nueva vida comienza; ya quiero alejarme de todo lo que me recuerde esta pesadilla.
En la sala me encuentro a Ena, Jorge y Max. Este último apenas me ve me dice:
―Estás di-vi-ní-si-ma.
Me hace girar y cuando se da cuenta del escote de mi espalda añade:
―Creo que Damián no vio semejante agujero, se debe estar remordiendo en Londres por dejar que luzcas tan buenona para todos los hombres de esta noche. ―Este sin dejar de mirarme y guiñándome un ojo continúa diciendo:
―Ya te digo yo, que si fuera hetero y tú estando frente a mí con ese vestido puesto, te subía a la habitación, te lo arrancaba con la boca y...
― ¡Maximiliano! ―Le grita mi abuela con cara de horror y todos soltamos una carcajada.
Max siempre sale con unas cosas y no le importa quien pueda escucharlo.
―Te voy a cocer esa boca. ―Lo sigue regañando mi abuela.