Cuarto Tempo (N)

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Cuando el chico volvió a salir, cinco actos más tarde, tenía puesta ropa larga, de color blanco, que le cubría gran parte del cuerpo. Tenía trozos de tela en brazos y piernas, que ondeaban con cada movimiento.

Me vi embelesado mirándolo de nuevo.

Éste número era un dueto, bailaba con un chico moreno, de profundos ojos negros y mirada burlona, que vestía completamente de negro, sin telas con movimiento.

Mientras bailaban, huyendo uno del otro, luchando de una manera que me parecía tan intensa, pensé que tenían una química excelente en el escenario.

Pero, también pensé que la diferencia en la técnica era grande.

Las emociones del chico llamado Alex eran más intensas, las sonrisas más puras, los pasos más delineados; parecía flotar en el escenario. Mientras que su compañero, que, a pesar de bailar bien, parecía más rígido, más falso, su mirada parecía ajena a la historia y sumida en pensamientos de la realidad.

Alex parecía de otro mundo, parecía estar en otra realidad y eso era lo que lo hacía hermoso.

Hizo un «Grand Jeté», sus piernas perfectamente delineadas y la blanca tela ondeando en el aire. Por un momento, mientras hacía un paso en el suelo, sentí sus ojos cruzarse con los míos y la respiración se me atascó en el pecho, pues el brillo de sus ojos azules era tan misterioso que me produjo un sentimiento extraño en el pecho.

Cuando la coreografía terminó, ambos se tomaron de la mano e hicieron una reverencia y, si hubiese podido, me hubiese puesto de pie para aplaudir.

Me sentí en otro mundo, como si flotara, mientras lo veía caminar fuera del escenario. Muchas emociones que no podía explicar se arremolinaban en mi pecho y me abrumaba. Hacía años que una presentación de baile no me hacía sentir tanta carga emocional y me quedé ahí, sentado, con la vista fija en el telón rojo del escenario, sintiendo la respiración pesada.

Quería saber qué había detrás de toda la actuación.

Sentí inmensas ganas de hablar con Alex, de averiguar cuál de sus emociones era auténtica y cuál era actuada.

—¿Te han gustado las presentaciones, cariño?

La voz de mi madre me sacó de mis pensamientos y me volví a verla, aún en ese extraño trance y tardé unos segundos en volver a la realidad para responder.

—Ah..., sí, me han gustado mucho —sonreí—. Gracias, mamá.

Una sonrisa se extendió en su rostro y asintió, volviendo a enfocarse en el escenario.

Y así transcurrió la noche, viendo las hermosas coreografías, viendo cada actuación de Alex —que fueron varias—, y sintiendo ese extraño sentimiento recorrerme cada vez.

Cuando todos salieron de nuevo al escenario para la reverencia final, pude notar algo distinto en su mirada. Ya su personaje no estaba ahí, y sus ojos azules se veían fríos y duros, pero vacíos a la vez.

—Mamá —dije, sin pensar, con mi vista fija en la manera que sus rizos negros rebotaban al doblarse.

—Dime, cariño.

—¿Hay..., alguna posibilidad de que pueda acercarme a los bailarines? —vacilé, sin saber por qué quería acercarme realmente.

Quería comprobar si aquel chico era real, y quería ver qué mostraban sus ojos sin todas las luces a su alrededor.

—¡Claro que sí, cariño! —dijo—. Buscaré a Marilyn para que me ayude con eso. ¿Quieres un autógrafo de alguno?

Me encogí de hombros, comenzando a ver a la gente levantándose de sus asientos y recordando que no podía salir de aquí por mi cuenta debido a las escaleras.

Al Compás del Corazón [gay/yaoi]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora