Duodécimo Octavo Tempo (N)

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Traté de mantener la sonrisa hasta salir del teatro, pero en cuanto el frío aire del estacionamiento me golpeó el rostro y vi a mamá bajar del auto, un sollozo se escapó de mis labios.

Ya estaba llorando cuando mi madre me rodeó con sus brazos.

Me abrazó sin decir nada, acariciando mi cabello y se lo agradecí mucho.

Lloré largo rato, ignorando a las personas que se nos quedaban mirando y mamá sólo secó mis lágrimas y me sonrió con tristeza.

Me subí al auto lentamente, sintiendo cada movimiento pesado y cansado, y apoyé el rostro en la ventana del auto mientras mi madre metía mi silla en el maletero.

Creo que jamás me había dolido escuchar el sonido del auto al encender, pero esa noche parecía estarme desgarrando el corazón.

Apreté los labios para evitar que temblaran y aguanté las lágrimas que volvían a llenarme los ojos, sintiéndome infinitamente miserable.

¿Por qué la gente hablaba de esos amores de verano con tanta alegría si dolía de esa manera decir adiós?

Mientras salíamos del estacionamiento, pude ver al grupo de bailarines salir del teatro a lo que parecía un autobús pequeño.

Alex salió con la cabeza gacha y si pensaba que el dolor en mi pecho no podía aumentar, pues estaba muy equivocado.

Quería bajar el vidrio y gritarle que se quedase, que quería que me besase una última vez.

Pero no era algo que pudiese hacer.

No supe por qué fue, pero Alex levantó el rostro y se volvió.

Estaba demasiado lejos para ver su mirada, pero el corazón me dio un vuelco, pues sabía que me había visto.

Y echó a correr.

Hacia el auto.

Tardé en procesar el hecho de ver a Alex corriendo hacia el auto, esquivando los otros autos que salían del estacionamiento y sentí el corazón latirme con fuerza en el pecho.

—¡Mamá, detén el auto! —dije, viéndola frenar, confundida.

—¿Qué-...? —empezó, pero ver a Alex pegar las manos al vidrio del auto la cortó.

Una lágrima me corrió por la mejilla al ver el dolor en sus ojos y, con las manos temblando, bajé el vidrio del auto.

Al instante, sentí sus manos en mis mejillas y sus labios sobre los míos.

La desesperación con la que me besó me lastimaba el corazón, igual que las lágrimas que sentía correr por sus mejillas, pues dolía que ambos estuviésemos de esta manera.

Dolía decir adiós.

Pero era lo que quedaba, ese beso, ese pequeño momento donde el universo desaparecía por completo.

Cuando se separó, apoyó su frente sobre la mía y permaneció así unos segundos. Ambos con los ojos cerrados y nuestros sollozos mezclándose con el frío aire de la noche.

No abrí los ojos ni siquiera cuando sentí sus manos alejarse de mí, ni cuando escuché sus pasos en el pavimento.

Me cubrí el rostro con las manos y sollocé con fuerza, sintiendo el dolor expandirse en mi pecho.

—Nat... —empezó mi madre y sólo negué con la cabeza.

—Sólo..., vámonos.

Sin decir palabra, puso el auto en marcha.

Al Compás del Corazón [gay/yaoi]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora