Capítulo 7: Lo que más importa

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Recorrí todas las calles aledañas a la casa Hoffman, caminé por todos lados, fui al restaurante, hice todo lo que pude, pero fue en balde. La camioneta se había ido y Lauren ahora estaba muy lejos de mí y en las garras de un monstruo. Yo había fracasado.

¡Se suponía que encontraría a mi asesino! ¡Tuve la oportunidad y la dejé ir! Y no sólo eso, ahora Lauren estaba en camino a tantas cosas tan horribles, y quizá incluso terminaría como yo.

Regresé a la casa de Hoffman para esperar a que Katia llegara. No tardó demasiado. Cuando ella se estacionó en el garage no escuchaba música como siempre, ni canturreaba ni silbaba. Parecía estresada y nerviosa, casi como si sintiera pánico. Su instinto maternal le estaba diciendo que algo andaba mal con su bebé.

Bajó apresuradamente del auto sin cuidar que estuviera apagado y sin cerrar su puerta. Las manos le temblaban como loca. Pero cuando intentó meter su llave en cerradura para abrir la puerta, ésta ya estaba abierta. La puerta se abrió lentamente con un rechinado dándole la bienvenida a la oscuridad de su hogar, que ahora parecía un sitio peligroso al que le daba miedo entrar.

Katia nunca se andaba con rodeos, y mucho menos cuando se trataba de su hija. Katia era la clase de madre que peleaba con otras si sus hijas molestaban a Lauren. Era capaz de usar la sirena de su auto si necesita llegar rápido por ella a algún lado. Ella sabía que algo andaba muy, muy mal en su casa. Sacó su pistola de su cinturón y abrió aún más la puerta con su pierna mientras trataba de encender las luces. No funcionaban.

—¿Lauren? ¿Estás bien cariño?—Llamó ella, preocupada. Estaba a punto de estallar en lágrimas, pero estaba tratando de ser fuerte.

Rodeó la casa para entrar por la puerta de la cocina, que también estaba abierta. Antes de entrar, pudo ver que había cosas regadas por el suelo. Sin esperar más, tomó su teléfono e inmediatamente llamó a su jefe, Henry Fischer.

—Henry, necesito que envíes a alguien a mi casa de inmediato. Lauren no está, las luces no funcionan y hay un desastre en todas partes—Dijo mientras trataba de encontrar su linterna.

—¿Has llamado a Lauren?—Preguntó Henry.

—No me responde. Tengo un muy mal presentimiento. Por favor apresúrate—Pidió Katia.

Pasaron unos diez minutos y tres patrullas aparecieron en la casa de Katia. Ella estaba tratando desesperadamente de llamar a su marido en vano. Henry se apresuró a acercarse a ella para consolarla y un grupo de policías entró en la casa con pistolas y linternas en alto.

Me quedé a su lado, abrazándola y tratando de consolarla también, pero ella no podía sentirme ni notarme. Un oficial salió de la casa algo nervioso, y luego miró a Katia algo afligido.

—Detective Hoffman, capitán, necesitan ver esto. Ahora mismo—Dijo él mientras le temblaban las manos. Sabía que lo que iba a mostrar sería terrible para Katia.

Tanto ella como Henry entraron a la casa y fueron hacia la cocina, donde estaban esperando un grupo de policías, todos alumbrando con linternas y tratando de tomar fotos de todo. Vi el teléfono de Lauren destruido y aplastado en el suelo cerca de la mesa. Uno de los policías apuntó su linterna hacia el mostrador, contra el que el secuestrador había golpeado la cabeza de Lauren. Había una mancha de sangre que hizo que el corazón de Katia se detuviera y ella tuvo que sostenerse de una silla.

Antes de vivir en Pinard Hills, Katia vivió en Manhattan. Había visto cosas terribles, cosas que aún la atormentaban mientras dormía. Por eso decidió mudarse a un pueblo tranquilo y pacifico donde nunca más tendría que enfrentar las mismas pesadillas. Y ahora, no sólo las pesadillas se habían vuelto realidad, ahora involucraban a lo más precioso y amado que ella tenía: su única hija.

El Asesinato de Anneliese TrevinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora