Capítulo 14: Finalmente

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En estos momentos yo estaba corriendo en dos carreras contra el tiempo. Tenía que ser veloz para que Lauren no sufriera el mismo destino que yo a manos de Andrew, y tenía que ser veloz antes de que Katia perdiera la cabeza por completo. Ahora hablaba sola, en voz alta. Yo también lo hacía, claro, la diferencia es que yo estaba muerta y no tenía nadie con quien hablar, o por lo menos así era la mayor parte del tiempo. Katia hablaba sola porque tenía que escuchar al menos a una persona que le dijera que no estaba loca.

Irónicamente, tener que recordarse que no estaba loca la hacía sentirse justamente eso, loca. Hablar con fantasmas, huir de su esposo, romper la ley que ella supuestamente tenía que proteger...los alcances de una madre desesperada eran infinitos. Si mi madre hubiera estado siquiera un poco cerca de averiguar mi paradero, sé que ella hubiera destruido a Andrew con sus propias uñas con tal de ponerme salvo. Mi madre era una mujer tranquila, pero cuando alguien hacía algo que pudiera afectarnos de alguna forma u otra a mí o mis hermanos...se desataba el infierno en la tierra.

Después de repetirse una y otra vez que no estaba loca aún, mi amiga subió al auto, acomodó el espejo retrovisor, se puso el cinturón y encendió el radio en su estación favorita. A pesar de su urgencia manejó al límite de velocidad indicando y respetó todas las señales de tránsito y semáforos. Su lógica era que si iba rápido o ignoraba una luz roja la detendría la policía y la retrasarían. La parte de Katia que creía que todavía estaba cuerda la felicitó. Si había hecho todo eso, quería decir que aún pensaba con lógica, que no estaba loca. La otra parte de Katia le decía que independientemente de ponerse el cinturón, tuvo una sesión espiritual en el cuarto de un motel con el espíritu de una de las víctimas que investigaba. O sea, ella definitivamente estaba  loca, pero no era estúpida.

Finalmente llegamos y ella se estacionó frente a la casa del hombre. Lo observó desde el auto usando binoculares, sin moverse de su lugar. Andrew estaba sentado en el sillón de su sala viendo televisión y rodeado de bolsas de frituras y latas de cerveza. De vez en cuando se limpiaba el polvo de las frituras en la camiseta dejando largas manchas anaranjadas. Fuera de eso no hacía nada interesante.

-Vamos, vamos, haz algo....-Murmuré yo mientas observaba. Tenía la capacidad de entrar a su casa, pero sentía que no podía dejar de vigilar a 

Pasamos horas sentadas ahí. O por lo menos así se sintió. Andrew no hacía nada más que holgazanear, y el tiempo parecía estar acabándose para nosotras dos. Si Steven o Henry nos descubrían arruinarían nuestra pequeña investigación privada y Katia estaría en muchos problemas. Probablemente ambos hombres sabían dónde estábamos o cuales eran nuestras intenciones, pero hasta ahora no habían llegado. Quizá, en realidad, no tenían idea de los planes de Katia y simplemente pensaban que estaba hecha bolita en algún lado llorando o camino a casa de algún familiar.

La vista de Katia se clavó en dirección al mismo sótano del que yo sospechaba. Bien. Pensábamos igual. Bajó del auto lentamente y se las ingenió para no pasar enfrente de ninguna de las ventanas de Jonah hasta llegar al sótano. Ella parecía preocupada por ser vista, pero en realidad, la casa de Andrew estaba muy alejada de lo que yo consideraría la civilización, y él era tan odiado que a nadie le importaba que alguien saqueara su casa.

De pronto, comenzamos a escuchar gritos provenientes del frente de la casa. Era Andrew peleando y gritándole a alguien más. Katia pegó un brinco y yo también. Yo hubiera tratado de alejar a Katia de no ser por una razón: yo reconocí la voz del hombre con el que Andrew peleaba. Era Jonah Flenderson, mi padrino de bautizo y mejor amigo de mi padre.

—Fuiste tú, ¿verdad? ¡Tú fuiste quien se llevó a Anne!—Gritó Jonah tomando a Andrew del cuello de la camiseta. Jonah medía casi dos metros y era un hombre fuerte y robusto. Andrew era un hombre obeso y con una terrible condición física. Un soplido de Jonah podía mandarlo al suelo.

El Asesinato de Anneliese TrevinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora