Capítulo ocho

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Jaebeom cocina como los mismísimos dioses, pensaba Jackson mientras comía la deliciosa carne que acompañó con la botella de vino barato.

La comida de su madre no era tan exquisita como la de Jaebeom, y no era que su madre cocinara mal, pero había en algo en el plato que le hacía sentir algo... Algo especial. Era tan surrealista incluso pensar en ello.

Se echó en su cama tomando el último sorbo de la botella. Tomaba para olvidar, pero en días como ese el alcohol no funcionaba para bloquear sus pensamientos.

El rostro de su pasado amor, su tiempo juntos, la noche de copas, el vídeo, las reproducciones, el rostro de decepción de su familia, el cadáver de su padre y Lucas, todo se repetía una y otra vez como una película. Llevó las manos a su cabeza por el dolor que comenzaba a sentir y su respiración se hacía pesada.

Quería desaparecer.

Por su fortuna, logró dormirse a pesar del terrible dolor de cabeza que lo azotaba, pero, por su desgracia, soñó con Lucas.

No era la primera vez que lo hacía desde su muerte, en realidad, soñaba con él con frecuencia. Le susurraba en sueños que todo estaba bien, que por favor ya no sufra por su culpa, que estaba en un mejor lugar y ni él ni su padre guardaban rencor hacia él.

Jackson no creía en esas palabras, estaba convencido que era su subconsciente para no hacerlo sentir tan miserable.

Cuando despertó para ir a clases, limpió el contenedor donde Jaebeom había entregado el plato, y en el propio sirvió los rollos de primavera que había preparado para el almuerzo. Pensó en Jaebeom, y sonriendo echó una porción para él por igual.

El resto de la mañana la pasó emocionado esperando por el almuerzo para poder acercarse a Jaebeom y ofrecerle los rollos. Espero paciente para que su amigo JinYoung se apartara para acercarse a él y extraer de su mochila los dos envases.

— Traje esto para ti... —Dijo Jackson arrastrando por la mesa el contenedor de plástico. Jaebeom sonrió. — Aunque no está tan rico como el plato de ayer.

— Me alegra de que te haya gustado. —Dijo él abriendo el envase. — Se ve delicioso... Por cierto ¿Quieres?

Jaebeom le ofreció de su almuerzo, unos apetitosos fideos negros. Los chicos comenzaron a comer, compartiendo sus almuerzos y hablando poco. Entre lo poco que se comentaban, Jackson expresaba su preocupación por los exámenes, en especial el de historia y literatura. Decía que su coreano aún no era tan bueno y no entendía las clases del todo, y que no conocía a fondo la historia de Corea del Sur como para examinarse sobre ello. A medida que Jackson hablaba se preguntaba porque alguien pensaría que era una pesadilla, como lo habían clasificado antes, era un chico común y corriente, y Jaebeom se sentía cómodo con su presencia.

— Puedo ayudarte. —Ofreció Jaebeom limpiando sus labios con una servilleta. — Puedo ir después de tu trabajo y nos reunimos en algún sitio.

Jackson asintió emocionado, escribió su número en un papel que entregó a Jaebeom antes de marcharse a su asiento. Jaebeom miró el papel por unos segundos, él no tenía un teléfono móvil, nunca había tenido uno ni tampoco le hacía falta. En ese momento, más que nunca quiso poseer uno.

 En ese momento, más que nunca quiso poseer uno

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— No sabía que vendrías, nunca me escribiste. —Dijo Jackson cuando Jaebeom apareció frente a él en horas de la tarde.

— No pude hacerlo... —Contestó, sacando de su mochila nuevamente el mismo envase, esta vez con algo más sencillo, un simple ramen. — No tengo un celular.

Jackson estaba sorprendido por sus palabras, pero no dijo nada. De ese pueblo ya podía esperar cualquier cosa. —Podemos ir a mi casa.

El rubio asintió, no se sentía cómodo llevando visita a su casa, menos si se trataba de hombre, su familia no lo tomaría bien. Caminaron hasta la casa de Jaebeom, tomaron asiento en el comedor. Jaebeom comenzó a explicar los temas donde Jackson tenía debilidad mientras él comía el rico ramen.

Jaebeom era un excelente maestro, Jackson comprendía los temas de inmediato y podía responder a todas sus preguntas. Luego de llenar unos ejercicios que Jaebeom preparó para él se encontraba contento y más preparado para rendir el examen.

— Eres un gran maestro, deberías estudiar para convertirte en uno. —Comentó casualmente Jackson provocando una amarga sonrisa en Jaebeom.

— Me gustaría pero me temo que no podré asistir a la universidad.

— ¿Por qué?

Jaebeom abrió la boca para responder, pero la calló de inmediato. El padre de Jaebeom iba cruzando la puerta.

— Que sorpresa, chicos... ¿Qué hacen acá? —Preguntó el pastor.

— Solo ayudo a Jackson a ponerse al día con las clases, papá.

— Si —aseguró Jackson mientras se ponía se pie. — Pero ya me voy. Gracias, Jaebeom. Buenas noches señor

Había algo en el padre de Jaebeom que revolvía los nervios de Jackson. El padre de Jaebeom nunca le había dado buena espina, y vaya razón que tenía al hacerlo... 

Pecado ; jackbeomDonde viven las historias. Descúbrelo ahora