Cap. 36

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Narra ______:

Bagman se apuntó a la garganta con la varita, murmuró «¡Sonorus!», y su voz, amplificada por arte de magia, retumbó en las tribunas:

—¡Damas y caballeros, va a dar comienzo la tercera y última prueba del Torneo de los tres magos! Permítanme que les recuerde el estado de las puntuaciones: en el primer puesto con un total de noventa puntos ¡la señorita _______ Riddle! empatados en el segundo puesto, con ochenta y cinco puntos cada  uno... ¡el señor Cedric Diggory y el señor Harry Potter, ambos del colegio
Hogwarts! —Los aplausos y vítores provocaron que algunos pájaros salieran
revoloteando del bosque prohibido y se perdieran en el cielo cada vez más oscuro—. En segundo lugar, con ochenta puntos, ¡el señor Viktor Krum, del Instituto Durmstrang! —Más aplausos—. Y, en tercer lugar, ¡la señorita Fleur Delacour, de la Academia Beauxbatons!

A duras penas, en medio de las tribunas, pude ver a la señora Weasley y a unos cuantos metros el señor y la señora Malfoy, un poco más abajo me encontré con los padres de Cedric junto a mi bebé que aplaudían a Fleur por cortesía. Los saludé
con la mano, y ellos me devolvieron el saludo, sonriéndome.

—¡Entonces... cuando sople el silbato, entrará ______! —dijo Bagman—. Tres... dos... uno...

Dio un fuerte pitido, y penetraré rápidamente en el laberinto.

Los altísimos setos arrojaban en el camino sombras negras y, ya fuera a causa de su altura y su espesor, o porque estaban encantados, el bramido de la multitud se apagó en cuanto traspasé la entrada. Saqué la varita, susurré «¡Lumos!», y escuché el segundo pitido, lo cual significaba que ahora venían Harry y Cedric. Después de unos cincuenta metros, llegué a una bifurcación. Decidí esperarlos. Tras unos instantes observé como dos figuras se aproximaban rápidamente, cuando ambos llegaron abracé con fuerza a Cedric y besé su mejilla; él me observó a los ojos y permití que besara mis labios, estaba aterrada. Luego observé a Harry y por última vez a Cedric.

─Buena suerte─ les desee y cada uno tomó su camino.

El camino que había escogido parecía
completamente desierto. Giré a la derecha y corrí, sosteniendo la varita por encima de la cabeza para tratar de ver lo más lejos posible. Pero seguía sin haber nada a la vista.

Se escuchó por tercera vez, distante, el silbato de Ludo Bagman. Ya sólo faltaba Fleur.

Miraba atrás a cada rato. Sentía la ya conocida sensación de que alguien me vigilaba. El laberinto se volvía más oscuro a cada minuto, conforme el cielo se oscurecía. Llegó a una segunda bifurcación.

—¡Oriéntame! —le susurré a su varita, poniéndola horizontalmente sobre la palma de mi mano.

La varita giró y señaló hacia la derecha, a pleno seto. Eso era el norte, y sabía que tenía que ir hacia el noroeste para llegar al centro del laberinto. La mejor opción era tomar la calle de la izquierda, y girar a la derecha en cuanto pudiera. También aquella calle estaba vacía, y cuando encontré un desvío a la derecha y lo tomé, volví a hallar mi camino libre de obstáculos. No sabía por qué, pero aquella ausencia de problemas me desconcertaba. ¿No tendría que haberme encontrado ya con algo? Parecía que el laberinto me estuviera
tendiendo una trampa para que me sintiera segura y confiada. Luego oí moverse algo justo tras mí. Levanté la varita, lista para el ataque, pero el haz de luz que salía de ella se proyectó solamente en Cedric, que acababa de salir de una calle que había a mano derecha. Cedric parecía muy asustado: llevaba ardiendo una manga de la túnica.

—¡Los escregutos de cola explosiva de Hagrid! —dijo entre dientes—. ¡Son enormes! ¡Acabo de escapar ahora mismo!

─¡Aguamenti!─ lancé el hechizo para apagar su manga y evitar que se quemara.

La Hija de Voldemort (Draco Malfoy y tu)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora