*Capitulo III:

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A la hora del lunch, fuimos a la cafetería a comprar el almuerzo de Alli, ya que olvidó llevarlo gracias a la prisa que tenía en la mañana. Casi nunca vamos a la cafetería donde la mayoría de los estudiantes desayunan, porque las dos nos engentamos fácilmente y tanto ruido –como el que hay en la cafetería que es más parecido al que habría en un mitin social- no nos agrada. Y también hay que decir que la comida que sirven en la cafetería no es la mejor que digamos, así que preferimos llevar nuestro propio desayuno y disfrutarlo en un pequeño jardín.

Pero volviendo a ese día...

Ya habían pasado más de diez minutos de que tocaron la campana para salir al receso así que la fila para tomar los almuerzos estaba bastante larga e iba a tardar un buen rato para que Alli tuviera el suyo.

Las mesas ya estaban llenas y creí que ya todos estaban dentro, así que se me hizo fácil estacionarme –literalmente- con todo y frenos delante de la puerta de entrada.

Y ahí estaba yo, esperando cómodamente a que mi amiga comprara su almuerzo para después irnos al jardín a comer y disfrutar lo que quedara de nuestro receso; cuando de repente salí volando, y sí, literalmente salí volando.

No sé cómo ni qué fue lo que paso, lo único que sé es que sentí un fuerte golpe contra mi silla, y eso me lanzó. Si no hubiera tenido los frenos puestos, simplemente la silla hubiera avanzado, pero no, a mí se me tuvo que ocurrir poner los frenos así que no me di cuenta de que me había caído hasta que mis rodillas chocaron contra el frío y duro piso de la cafetería, y gracias a Dios puse las manos antes de romperme la cara.

Como por arte de magia, el bullicio de la cafetería se apagó, todos se quedaron callados, ni siquiera el sonido de las cucharas se oía. Se hizo un total y completo silencio.

Trágame tierra.

Estaba completamente segura de que todos estaban viéndome.

-¿Pero qué diablos haces en el piso Diann?- finalmente Alli rompió aquel sepulcral silencio-. ¿Estás bien?, ¿te lastimaste?

Aquí dándole un abrazo al piso.

Oí el estruendo que hizo su bandeja cuando la dejo caer para correr hacía mí para ayudarme.

-Estoy bien, tranquila- le dije incorporándome y alejando el cabello de mi rostro.

Me senté sobre mis piernas con la cabeza gacha. Estaba mucho más preocupada por la vergüenza que por el daño físico que podría haber sufrido.

Si algo odio bastante, es ser el centro de atención, y estando en silla de ruedas es algo muy difícil de evitar, por eso siempre trato de no hacer cosas que llamen más la atención de los demás, pero ese no era mi día. Definitivamente mi caída había llamado la atención de todos los que se encontraban en la cafetería, incluidas las cocineras.

Un pequeño grupito de estudiantes ya se había formado a mí alrededor preguntando si podían ayudar en algo, si me encontraba bien o qué era lo que había pasado. Dylan estaba entre ese grupito, y solamente acepté su ayuda pues era el único que conocía y -gracias a Alli- nos llevábamos bien.

-Oh Dios mío, lo siento muchísimo; perdón. ¿Te encuentras bien?- preguntó un chico detrás de mí.

Volteé y entonces lo vi.

Oh. Por. Dios.

Era un chico enorme, altísimo; con unos hermosos ojos color gris que me miraban con preocupación. Estaba segura de que nunca antes lo había visto, esos ojos no se olvidarían tan fácilmente.

No tengo ni idea de cuánto tiempo me quede mirando sus ojos como mensa hasta que mi voz interior me hizo volver a la realidad.

Diann, el chico por el que estas a punto de babear se encuentra frente a ti y está preguntando si estás bien. Si no le respondes ahora mismo va pensar que te afectaste la cabeza. ¡Reacciona!

Love On Wheels: Amor en RuedasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora