•NUEVE•

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Cuando Changbin se despertó en medio de todo el susto y el estrés, decidió levantarse de la cama y abrir la ventana de forma desesperada, abriendo estas de par en par mientras apoyaba sus manos en el marco de la ventana, jadeando fuertemente. La idea de la sangre le generaba arcadas y un asco enorme ante la idea de la sangre que brotaba del cuerpo del rubio. 

Luego de tomar aire por varios minutos, se incorporó y suspiró pesado, llevando una mano a su rostro para frotar este de forma distraída, negando con su cabeza repetidamente. Se giró y caminó fuera de su cuarto, mirando el pasillo que tenía delante. A veces odiaba lo grande que era la casa y lo solitaria que estaba, incluso tenía a veces deseos de hacer como sus padres, casarse con alguna mujer por conveniencia y tener hijos, muchos niños con los cuales llenar la casa y las habitaciones con paredes pintadas con crayones, juguetes por el piso y gritos de diversión, amar a esa mujer con el paso del tiempo hasta que muriera por alguna razón de forma prematura y quedara solo con sus hijos, criándolo como le hubiese gustado ser criado, sin armas ni sangre. 

Caminó de forma lenta hacia el antiguo despacho de su padre, el cual a veces usaba como suyo, aunque prefería mil veces usar la gran mesa de su comedor, la cual tenía llena de documentos, papeles, fotos y tazones sucios o paquetes de papel, debido a la comida rápida. Su mano giró el pomo de la puerta y entró, inhalando hondo. A pesar de todos los años pasados, el olor a humo de tabaco, sudor y perfume seguía impregnado en la tapicería y los muebles, como si su padre hubiese estado ahí hace no mucho, tal vez unos días. Entró con confianza, cerrando la puerta luego y fue hacia la silla, para sentarse en ella y abrir uno de los cajones, viendo una caja de habanos que tenía su padre cuando falleció, y que ahora estaba a la mitad gracias a Changbin. Sacó uno de los habanos, para cortar la punta y tomar luego el viejo encendedor de gas, poniéndolo entre sus labios antes de encenderlo y mandarle una calada, la cual absorbió con gusto el espeso humo. 

Mientras degustaba con cuidado del sabor que poseía, recordaba las primeras veces que lo fumaba, pero en especial la primera vez que fumó uno. Tenía solo dieciséis años y había llegado llorando desconsolado al despacho, su madre se había ido hace dos semanas de casa desde la muerte de su padre y la soledad estaba carcomiendo a Seo, por lo que pensó que su dolor y tristeza serían mitigados si entraba a dicho cuarto y olfateaba el aroma de su difunto padre. Caminó llorando por el lugar, limpiando los fluidos que corrían desde sus ojos y su nariz con el dorso de su mano hasta que llegó al escritorio, pensando en que nadie le impediría abrirlo comenzó a registrarlo, hasta que encontró la caja con los habanos, sacó uno, seguro de lo que hacía hasta que se ahogó con el humo y no podía parar de toser, llorando porque quería que su padre estuviera ahí, riéndose de su inexperiencia. 

Continuó con sus ojos cerrados, fumando calmado sin tener conciencia de la hora que era hasta que terminó el habano, dejando el resto sobre un cenicero que había. Se levantó, mirando por la ventana y suspirando al notar como ya oscurecía, ¿sería muy tarde como para ir por un café, necesitaba reponer energía de alguna forma antes de volver a trabajar, teniendo que ir directo a supervisar todos los locales nocturnos que poseían y todos los hombres que repartían su droga. 

Mientras salía de la oficina hacia su cuarto para poder vestirse, se sonrojó levemente ante la idea de ir sudoroso y apestoso a habano a la cafetería donde trabajaba Felix, pensando en que diría el rubio si lo veía llegar así. Frunciendo un poco su entrecejo, se dio vuelta en sus talones y fue directo a tomar una ducha. 

Se encargó de enjabonar bien su cuerpo y lavar su cabello, usando como nunca un poco de acondicionador en la parte larga de su cabello con el fin de que brillara, sabía que los pequeños detalles importaban. Una vez se había enganchado la toalla a la cintura y estaba listo para ir a vestirse, se detuvo de forma precipitada en el empañado espejo de su baño, girando su cabeza para verse. ¿iba bien afeitado? Ni siquiera se había lavado los dientes, ¿se lavaba los dientes antes de ir donde Felix? Se ruborizó de forma arrepentida, estirando su mano de forma automática al mueble que tenía, para tomar su máquina de afeitar y encenderla, llevándola hacia su rostro. A pesar de que tiraba el cabello y le desagradaba, se afeitó de forma energética hasta que vio que todo su rostro, su afilada quijada y su cuello bien afeitado, solo después de eso se encargó de cepillar bien sus dientes hasta que sentían que rechinaban de limpios debido a la fricción de las cerdas con el esmalte dental. 

La última carta ~Changlix~ [P A U S A D A] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora