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Manuela/Lola.

Aquella noche no pegué ojo. Di un millón de vueltas en la cama, sudé, me levanté para ir al baño, para beber y hasta me dieron ganas de volver a fumar. Pero no. No debía. Salí de mi casa como todos los días para ir al trabajo. Bueno, bastante más cansada y con una base de maquillaje un poco más trabajada, por las ojeras. También llevaba el bolso de viaje, porque me iba con aquel desconocido durante dos días y medio. «Estás auténticamente loca, Manuela. Y tú sabes perfectamente que no deberías estar haciendo esto» pensaba continuamente en la oficina.

Le dije nueve millones de veces a Cata que podrían pasar un centenar de cosas malas, y ella lo contradecía todo diciendo que no iban a pasar o que también podrían pasar buenas. En parte, le agradecía que fuese mi impulso para hacer las cosas. Pero también le culpaba por influenciarme para hacer otras que al final no resultaban tan bien.

Tuve el estómago revuelto durante toda la mañana. Al principio pensé que sería de hambre, pero al comer y tener la misma sensación, supe que eran nervios. Quedaba solo media hora para que Daniel me recogiese en el lugar establecido. No quería llegar tarde, pero tampoco pronto, así que cogí el metro con calma sin apartar la mirada de mi bolsa de viaje ni un minuto. Ni siquiera me di cuenta de qué había sonado en mis auriculares porque mi mente había volado a los próximos tres días. La incertidumbre podía conmigo. Salí a la calle un poco desorientada porque solo había pasado por allí un par de veces en toda mi vida.

-Eh, archiduquesa -dice una voz.

Me giro y le veo con la mano en alto. «Imbécil» pienso ocultando una sonrisa inocente. Me acerco e intercambiamos un par de besos, entre los que él aprovecha para posarme la mano en la cintura.

-Tú tan impertinente como siempre.
-¿Y ahora qué he hecho? -se queja como un crío, pero sonríe.
-Gritarme en la calle, ¿te parece poco? -le agarro de la barbilla con cariño para hacerle saber que no estoy enfadada y le provoco la risa.
-Ya me gritarás tú.

Un calambre me recorre por dentro pero mantengo la compostura.

-Eres de lo que no hay, Daniel -sonrío y cambio de tema-. Qué, a dónde me vas a llevar.
-He cogido una casita por aquí cerca.

Mi corazón se acelera por su última palabra pero carraspeo y disimulo.

-¿Cómo de cerca?
-¿Necesitas que te diga los kilómetros exactos -me mira y ve que le estoy mirando mal, así que se ríe de nuevo-. No lo sé, pero es un sitio especial. No lo conoce mucha gente.

Eso me relaja, pero automáticamente mi mente necesita hacer preguntas:

-¿Y por qué me llevas allí?
-Tengo que pasar pruebas, ¿no? Quiero empezar con buen pie.

Sonrío pero me mantengo en silencio. Su coche huele bien y está limpio. El muchacho sigue ganando puntos, porque no parecía que fuese a ser así. Con respecto a sus ropajes... podrían mejorarse. Pero no podía mirar esa cara de criajo sin notar algo vivo dentro de mí.

-Espero estar segura contigo -desconfié-. No sé cómo Catalina ha sido capaz de convencerme para que me meta en esto.
-Si piensas que te voy a hacer algún daño, te equivocas. No seré muy educao, pero sé lo que es el respeto y cómo tratar a una mujer.

Eso último suena un poco rancio, pero no lo tengo en cuenta precisamente por lo que dice previamente. Cuando consiguió que me quedase tranquila salió de la autopista y se paró. Delante de nosotros había otro coche y un tipo fuera, apoyado en él y fumando. Empezó a acelerárseme el corazón.

-No te asustes, solo es un momento.
-Daniel -le digo tensa.
-Tengo que darle una cosa, mami, tranquila.

Se baja del coche y se saludan con la mano. El tipo parece respetar a Daniel. Tendrá más o menos su edad. A mí no me inspira ninguna confianza, de hecho, comienzo a llenarme la cabeza de imágenes tales como mi secuestro o mi homicidio, porque había leído demasiadas cosas a lo largo de mi vida. La ventanilla está bajada y escucho un murmullo, porque se han alejado algunos pasos.

De repente, veo por el rabillo del ojo que Daniel está concentrado contando un enorme fajo de billetes y que el otro muchacho se acerca a mí. Se apoya en la puerta y se asoma hacia dentro para mirarme. Y yo, que soy insoportablemente clasista, siento una enorme inseguridad por su apariencia en contraste con la mía el tío sonríe y me sigue mirando.

-Cada día le gustáis más guapas. Yo no soy tan apañao pero cuando quieras nos damos una vuelta -me dice y hace un gesto con la cabeza señalando su coche.

Sin ni siquiera darme tiempo a contestar veo a Daniel acercarse a paso firme y hecho una furia:

-Sácate de ahí que me cago en dios...
-Bueno, bueno, bueno -se ríe el otro con las manos en alto-, que no la he dicho na, Gómez.
-Ni que acercarte tienes, gilipollas, me cago en... -suspira para expulsar su enfado y continúa-. Está to, nos vemos.
-Pues claro que está to, tú qué te piensas -le asegura.

Se despiden y yo no entiendo muy bien si los insultos no iban en serio o si sí, porque se dan la mano en plan enrollado y esas cosas que hace esta gente. De vuelta al coche me mira y yo a él.

-Perdona, es un imbécil.

Ladeo la cabeza y alzo las cejas como diciendo «no me digas» y después esbozo una sonrisa.

-Me parece bien que me protejas, pero podría haberle mandado a la mierda yo sola perfectamente.
-Si yo eso no lo dudo, pero hay gente que no obedece a las buenas -asegura mientras pone el coche en marcha.
-Yo soy una de esas -susurro casi inaudiblemente derrochando picardía.
-¿Qué?

Sé que me ha entendido. Y él también sabe que lo sé. Los dos nos empezamos a reír, pero el remordimiento se apodera de mí y me corta el rollo. Una hora después vuelve a parar el coche. Esta vez en un lugar bastante más apetecible que un área de descanso. No es nada demasiado refinado, pero al bajar del coche, un olor cautiva mis fosas nasales. Creo que Lola lo está olfateando también, y creo que huele a libertad.

No me quería cohibir, cada segundo que pasaba me provocaba más ganas de enajenarme de mi vida. Por si fuera poco mi impulso interior, entró una notificación en mi móvil. «Como se te ocurra pensar en algo un solo segundo, juro por dios que te mato con mis propias manos» leo en silencio. «Ay, mi querida Catalina. En este mismo momento ya ni recuerdo quién demonios es Manuela» pienso justo antes de girarme y encontrarme con «Kaydy Cain» observándome atento.

-Oye -frunzo el ceño fingiendo que voy a preguntarle algo serio.

Él no contesta, pero me sigue prestando atención, así que continúo:

-¿Tengo que esperar mucho más para que me comas la puta boca?

𝗣𝗔𝗡𝗧𝗘𝗥𝗔 {𝗞𝗔𝗬𝗗𝗬 𝗖𝗔𝗜𝗡}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora