Kaydy Cain
Jamás creí que un mensaje inocente sería crítico y me costase casi la vida. No directamente, sino indirecta. Aquel día decidí escribirle lo que sentía, me sinceré. Le dejé un mensaje corto y claro «te echo d menos, mami». Lo leyó y me dejó en visto. Tal y como yo esperaba. Sabía que borraría el mensaje tras sonreír. Pero cuando los ojos no ven el corazón siente lo que quiere. La realidad no había sido tan perfecta.
Al día siguiente recibí un mensaje de un número desconocido. «Soy Lola, estoy en peligro. Esto va a acabar y tengo mucho miedo». Sin pensar llamé a ese número. Si me había escrito desde él, rezaba para que la persona dueña del teléfono fuese de fiar.
-¿Qué ha pasado?
-Llevaba días vigilándome. Ayer vio tu mensaje porque controlaba mi teléfono desde algún sitio... Dani, ayer me tiró al suelo de una bofetada y me dislocó el hombro al arrastrarme hasta una habitación. Me ha traído al hospital esta mañana bajo amenaza. Catalina no sabe todo, pero sospecha. Aún así ha confiado en mí. Necesito que esto acabe, o él lo hará conmigo.Me dejó sin aire. Aquel hombre era mucho peor de lo que imaginaba. Yo pensaba en ella y quería llevarla en brazos a todas partes. Imaginarla así... Tenía que acabar con aquello. Me recliné en el sofá mientras miraba a una de las cajoneras del salón. Dentro de ella descansaba desde hacía un par de años mi glock. Jamás pensé en usarla, pero la situación extrema había llegado.
-¿A qué hora llega a casa?
-¿Qué? -me dice ella sin entender muy bien.
-No voy a esperar al juicio...
-Dani... -me responde con un hilo de voz que denota miedo.
-Él tampoco va a esperar -sentencio.Se queda en silencio y segundos después continúa:
-Hoy mismo me dan el alta ya, llegaremos a eso de las siete...
-Ten cuidado, ¿vale? Y llámame si me necesitas, por favor.Comencé a prepararlo todo después de colgar. Estaba nervioso y daba vueltas sin estar muy seguro de lo que iba a hacer. Vivir en el barrio no te convertía en mala persona, pero lo que tenía pensado hacer sí. Yo solo quería defender a Manuela, sacarle de sus garras, salvarle la vida, pero aquella idea no me convencía demasiado.
Aún así, un par de horas después de comer salí de mi casa. Intenté relajarme con dos porros, y creo que funcionó un poco. Seguí todas las indicaciones que Manuela me dio hasta llegar a su barrio. Aparqué lejos y caminé unos cuantos metros hasta llegar. Menudo casoplón. Vivía bien mi mami, pero aquello solo era la fachada. Dentro no estaba tan bien, de hecho, nada bien.
Lola había desactivado desde el móvil la alarma de la casa, así que tenía vía libre para pensar hasta que llegasen. En cuanto me escondiera, ella volvería a activarla.
Poco después entraron en la casa y comencé a oír sus voces. La de mi niña, bajita, atormentada. La suya, en contrario, estaba llena de furia.
Hablaron durante un rato, lo normal, yo esperaba en un cuarto reducido que había debajo de las escaleras. Al menos veinte minutos después, comencé a notar cómo sus palabras iban alterándose y empecé a agitarme más y más. No podía dejar que le pasara nada, y mucho menos por miedo o por no salir a tiempo.
-Déjame, por favor, ¡me haces daño! ¿Es que no has tenido suficiente?
-¡No tendré suficiente hasta que no me digas por qué desactivaste la alarma!
-Por favor, ¡vas a volver a sacarme el hombro! ¡Basta!
-Zorra, te lo he dado todo y entre tú y tu asquerosa amiga me habéis traicionado. Sabía que no era trigo limpio pero de ti no me lo esperaba.
-Eres un jodido maltratador, déjame vivir.En cuanto se cierra su boca un ruido se apodera de la casa y la deja en silencio. Su grito agónico tras caer al suelo por un golpe. No puedo decir más, pero justo en el instante en que iba a salir para subir y disparar empecé a oír sirenas. Recé, a pesar de no ser creyente y haber sido en toda mi vida un enorme pecador, todo lo que conocía para que aquellas sirenas viniesen a esta casa y no tuviera que matar a ese hijo de puta y dejar a Manuela sola.
La puerta sonó justo como cuando le dan una patada y entró más de un policía vociferando a la vez. No supe cuántos ni qué pasaba con exactitud. Yo estaba escondido, a oscuras, inmóvil. No sé si un vecino habría avisado, o si las pruebas que había entregado el abogado habrían sido concluyentes, pero ahora solo necesitaba esperar ahí a que todos se fuesen.