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Manuela.

Pasamos más de una hora acurrucados en la cama. Él con la cabeza en mi vientre, siguiendo el ritmo de mi respiración. Y yo acariciándole cada trozo de piel que estaba a mi alcance.

-Estás tan suave... -Le confieso en un instante de debilidad.
-Y estoy tan contento...

Se mueve despacio y entre mis pechos veo aparecer su mirada.

-¿Qué me has hecho? -Pregunta cuando el silencio me ha hecho sonreír sin querer.
-Meterte en un lío... -le respondo sin poder evitar sentirme culpable.
-No sabía que un lío pudiera ser tan lindo, saber tan rico y hacerme sentir cosas.
-Daniel...

Yo también me sentía un poco menos muerta con estos dos últimos días. Pero salir de aquel matrimonio sería muy complicado y problemático.

Quería soñar que nos iríamos por ahí, que dejaríamos todo atrás bajo la sonrisa de aprobación y la coartada de Catalina.

Pero había que ser realistas: aquellas eran las últimas horas que pasaría con ese chico.

-Me da igual -me interrumpe-. No voy a salir de tu vida. Y no voy a hacerlo porque yo sé que no quieres.

Le pongo cara de circunstancia y se muestra aún más serio. Miro hacia el techo porque no aguanto más sus ojos oscuros y brillantes clavados en mí.

Entonces noto cómo repta rozando su piel contra la mía hasta que hace con sus brazos una cárcel sobre mi cuerpo. El roce le excita tanto como a mí y se calla lo que iba a decir.

Lo agradezco porque yo únicamente quiero centrarme en que ese momento no se agote, no se esfume.

Se acerca despacio y roza su nariz con la mía, como cuando un animal quiere llamar la atención de otro. Y yo me lanzo a sus labios sin pensármelo.

En cierto momento le agarro la cara con una sola mano y vuelvo a mostrarme débil:

-Eres lo mejor que me ha pasado en estos últimos años, Kaydy Cain.
-Voy a seguir pasándote, Lola, aunque sea mirándote desde un callejón, como los perros abandonaos. La dama y el vagabundo, mamá -me vuelve a besar y el resto es imaginable.

La conexión física se transformaba en conexión mental y casi cósmica.

Me imaginé encontrándole por la calle, apoyado en la pared de cualquier lado, fumándose un cigarro y sujetando la correa de algún perro de raza peligrosa, e intercambiar una sonrisa apenas visible que ocultase las insoportables ganas de tenernos otra vez. Aunque ya jamás fuese a ser posible.

𝗣𝗔𝗡𝗧𝗘𝗥𝗔 {𝗞𝗔𝗬𝗗𝗬 𝗖𝗔𝗜𝗡}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora