Qué lío perfecto hizo la mujer de su mente en calma.
El encuentro con Meena había dejado un sabor en la boca de Leo –no uno
malo. Por el contrario, él todavía podía probar el sabor del chicle rosa. Sabroso. Casi
tan delicioso como la sensación de ella en sus brazos, todas esas curvas para que él las
abrazara. Realmente le gustaba una mujer con carne en los huesos.
Simplemente no esta mujer.
De hecho su compañera. Resoplo otra vez mientras caminaba las pocas cuadras
hasta el restaurante de carnes que le gustaba frecuentar. Mientras que Leo era un
buen cocinero, había momentos en que disfrutaba dejar que alguien más hiciera el
trabajo. Especialmente en momentos como estos, cuando sus emociones por lo
general tranquilas y ordenadas estaban en un torbellino raro.
Cuando Meena irrumpió alegremente, él observó el contoneo de su culo con
mucho más interés del que debería. Para su disgusto, su interés fue notado y blanco de
burlas por las damas restantes del orgullo que descansaban en la zona de recepción. Él
no había encontrado su canción obscena e improvisada, en absoluto entretenida.
“Leo y Meena sentados en un árbol, FO-LLAN-DO.” Luchando contra el rubor, les
había gritado “¡Compórtense!” para conseguir que dejaran de hacerlo y luego las miró
durante un rato hasta que se dispersaron.
Pero el daño ya estaba hecho. La canción le daba vueltas en la cabeza. Maldita
sea.
Necesitando expulsar la adrenalina de su cuerpo, Leo tomó las escaleras en vez
del ascensor, saltando los escalones, tres a la vez. En el momento en que había llegado
a su piso, sin siquiera sudar, o respirar con dificultad, casi había conseguido moderar el
impulso de acecharla abajo.
Casi. Su felino interior por otro lado estaba enfurruñado. Mentalmente dándole la
espalda, su ligre interior no entendía por qué no estaban cazando a la hembra con el
increíble aroma
¿Por qué no vamos en busca de problemas?
Entrando en su apartamento, un espacio sereno con una paleta de colores
apagados –o como Luna lo llamó, “A-B-U-R-R-I-D-O”– se quitó los zapatos y se hizo
una buena taza de té de menta verde. Y no, no era marica. Solo había que preguntarle
a Hayder, que había cometido el error de burlarse de él, sólo para jadear cuando Leo
encajó un tiro perfecto en su diafragma. Como Leo le explicó al beta del orgullo
mientras se recuperaba, “Este té ayuda a enfocar la mente, lo que, a su vez, para mí es
un gran objetivo.”
Distracción. Eso era lo que necesitaba en este momento, por lo que podría
olvidar el sabor de esos labios carnosos o cómo el cuerpo voluptuoso de Meena se
sentía envuelto alrededor de él.
Agarrando un libro de tapa dura de su autor favorito que había comenzado unos días antes, trató de leer, pero no podía concentrarse. En lugar de ver las palabras,
veía la curva de sus labios y el brillo de sus ojos. Su polla se endureció en memoria de
su calor presionando contra él, el toque de su almizcle rodeándolo, rogándole al tacto
y el placer y el...
A pesar de la urgencia de lanzar el libro, puso el marcador de vuelta dentro de
las páginas nítidas y lo colocó sobre la mesa, perfectamente alineado con el borde.
Dado que resultaba imposible concentrarse en las palabras escritas, recurrió a
la limpieza, pero todo en el lugar estaba impecable. Sí, era un maniático compulsivo
del orden. Por el momento, la única cosa sucia alrededor era su mente. ¡Oh, las cosas
que quería hacer con esa irritante mujer!
Pero no lo haría.
Atención.
La posición de loto compuesto por las piernas cruzadas, los codos apoyados en
las rodillas, los ojos cerrados mientras emitía un zumbido bajo, no le ayudó a recuperar
la serenidad. Con todos sus trucos habituales fallando, recurrió al que nunca lo hacía.
Comida.
De ahí el por qué se encontraba afuera, al igual que el crepúsculo cayendo, en
su camino hacia el mejor restaurante de carnes en la ciudad. Regenteado por el
orgullo, por supuesto. Los leones sabían de carne. Buscando un filete, cocinado con el
toque justo de condimentos, una gota de la salsa reducida de vino tinto, una papa al
horno rellena, y una guarnición de verduras salteadas rociadas con salsa de
mantequilla. A continuación, consiguió llevar su culo al restaurante A Lion´s Pride.
Su ligre, por lo general un compañero tranquilo, no pudo evitar un tic mental
de su cola. Pero tenía que ver menos con la idea de la comida y más con el hecho de
que su nariz captó un atisbo de un olor. Una cierta goma de mascar rosa, femenina,
oh-mierda-ella-esta-aquí por el olor. Afortunadamente, el lugar era enorme, y Leo no era un cobarde. No iba a correr. Probablemente esta chica Meena le habría olvidado ya. Y si no lo había hecho, él la pondría en línea recta –y por línea recta no se refería a su habitación.
El maître le sonrió cuando lo vio.
—Leo, que agradable que se una a nosotros. Avisaré a la cocina que le preparen
lo de costumbre. —
—Sí, por favor. —
—Por desgracia, su mesa preferida está ocupada actualmente. En realidad todo
el lado del comedor está completo. Pero tengo una cabina al lado del bar que concede
un poco de intimidad. — Othiel lo conocía muy bien.
El stand forrado en piel estaba escondido en la pared y tenía respaldo alto. No
impedía que el ruido fluyera sobre él, pero lo toleraba. El zumbido del tono bajo de
muchas voces entremezcladas con risas significaba que la gente se llevaban bien y
había un buen clima.
No había necesidad de que el Omega los obligara a comportarse.
No es que él recurriera a su voz, especialmente, no en público, o alrededor de
seres humanos. El mundo no estaba listo para descubrir que cambiaformas peludos
vivían y trabajaban entre ellos.
Muchos de los suyos se habían preocupado de que, con la llegada de las
cámaras digitales y las redes sociales, su secreto se haría más difícil de mantener.
Incorrecto.
Los medios de comunicación sociales, los efectos especiales, y la necesidad de
probar cosas significaban que ahora era más fácil que nunca explicar extraños
avistamientos de animales salvajes en zonas urbanas. ¿Vio un león caminando por el
callejón? Era un tipo de camino a una fiesta de disfraces. ¿Alguien subió un video de
una pareja de lobos batallando en el estacionamiento de un restaurante de
hamburguesas de veinticuatro horas en luna llena? Obviamente una broma animada
creada por un adolescente con demasiado tiempo y potencia con los ordenadores en
sus manos.
Ocultarse a plena vista nunca había sido tan fácil, pero algunos, como Leo,
preferían mantenerse alejados de las multitudes o grandes reuniones.
Tenía sus razones. La exclusión a una edad temprana por sus compañeros porque era un hibrido –un ligre, mitad león, mitad tigre–, lo llevo a ser un poco tímido. No ayudaba que él
demostrara ser un blanco fácil para las bromas. En aquel entonces, no era más que un chico enclenque con una madre que era partidaria de hablar abiertamente. Sí, hablar
no funcionaba bien contra los puños, por lo que a menudo llegaba a casa con ojos
negros y dientes flojos.
Cuando él llegó a la adolescencia y pasó por una etapa de crecimiento masivo,
de repente se encontró con que los que una vez se habían burlado de él ahora estaban
bastante ansiosos por recibir la charla en vez de los puñetazos. Pero ya que Leo sabía
que algunos de ellos eran duros de oído, y aún más ineptos en comprensión, a veces
había reforzado sus lecciones orales sobre buenos modales con un puño certero o dos.
Puños de sobra para cuando aparecía un shifter grosero. Algo así solía decir su
abuela.
Cuando se graduó de la escuela secundaria –con honores, por supuesto–, él se
fue de casa y asistió a la universidad, donde conoció a Arik y a Hayder. A pesar de su
deseo de tranquilidad, la pareja parecía decidida a arrastrarlo y enredarlo en sus
desastres.
Para su sorpresa le gustaba la mediación en sus dilemas y, más sorprendente, a
pesar de su naturaleza caótica, disfrutaba de su compañía. Con ellos, se sintió como en
casa. Aceptado.
Después de la universidad, fueron por caminos separados, Arik a trabajar en el
negocio de exportación del orgullo junto con Hayder mientras que Leo se inscribió
durante un tiempo en una empresa privada especializada en seguridad. Algunos
podrían haber llamado a su trabajo con ellos de mercenario. Otros, espionaje. Él lo
llamó experiencia y un cheque de pago. Pero a él no le gustaba lo bastante como para
quedarse cuando Arik le pidió que se uniera a su orgullo y actuar como su omega
oficial. El papel de un omega era como pacificador en el orgullo. Se suponía que debía ser la voz de la razón, el mediador, la calma. En el que todos vierten su mierda y
pedían ayuda
Casi dijo que no. ¿Rodeado las veinticuatro horas del día los siete días de la
semana por la gente, en la ciudad? Estaba todo listo para rechazar la oferta cuando
Arik insistió en que fuera a conocer al orgullo. Todo el clan estaba reunido para una
boda, un gran momento para reunirse y tener una idea de la gente que Arik presidía.
Excepto que Leo nunca llegó a la recepción de la boda. Llegó hasta el pasillo
exterior de la sala gigante de baile, donde unos pequeños lloriqueos le llevaron hasta
un niño pequeño, un león por el olor, escondido en un armario.
Al abrir la puerta, se agacho sobre sus cuartos traseros para quedar al mismo
nivel de los ojos del muchacho tembloroso.
—¿Qué pasa? — Por alguna razón, mientras que los adultos miraban a Leo con
recelo debido a su tamaño, las mujeres y los niños siempre lo hacían con confianza.
Este niño no fue diferente.
—Rory y Callum se llevaron mi tableta. —
Y a juzgar por su ligero cuerpo, el niño no se veía capaz de recuperarla.
Eso le trajo recuerdos de una época en que Leo tuvo que valerse por sí mismo
en contra de los agresores, en un orgullo en el que el omega no podía ser molestado
para mediar entre los niños, especialmente no por un mestizo.
En ese momento, Leo tomó una decisión. Aquí, él podría hacer una diferencia.
Él podría proporcionar una resolución para aquellos que necesitaban un abogado,
reglas para mantener la paz, y comer carne cualquier maldito día que quisiera. Sí, Arik
lo sobornó llevándolo a los restaurantes A Lion‘s Pride y la promesa de que siempre
tendría una comida gratis si sólo aceptaba quedarse.
El puesto incluía un apartamento y Leo nunca se había marchado.
Hizo que Arik se arrepintiese de su decisión de darle comida gratis. Leo tenía un
apetito saludable y tomó ventaja totalmente, y aunque no tenía que pagar, daba
buenas propinas y el personal lo adoraba.
Con un vaso grande de leche –una jarra de litro de las de cerveza desde que él
tomó en serio su salud– cerró sus ojos y llevó su cabeza hacia atrás, inhalando los
olores apetitosos de la comida
Su cabeza se quebró cuando un aroma decadente se dejo caer frente a él.
—¡Pookie! Sabía que vendrías a mi encuentro. — Meena le sonrió desde el otro
lado de la mesa.
Su polla intentó decir HOLA, pero el apretó un puño debajo de la mesa sobre su
regazo.
—Vine para cenar. —
—¿Cenar? Oooh, realmente amo a un hombre al que le gusta comer. — Ella le
lanzo un guiño.
Lucho contra el rubor. Él. Ruborizándose. ¿Qué demonios?
— ¿No deberías volver con tus amigos? —
Antes de hacer algo loco como invitarla a regresar para ocupar el lugar del
postre.
—Pueden esperar mientras ceno con mi Pookie. Quiero decir, yo no quiero ser
grosera en nuestra primera cita. —
—Esto no es una cita. —
—Y, sin embargo, estamos tú, yo, y ¡la comida! — Ella aplaudió cuando
exclamó la última palabra, probablemente porque el camarero llegó portando una
bandeja enorme cargada con un ridículamente grande bistec y todos los
acompañamientos.
Antes de que hubiera terminado de darle las gracias a Claude por ser tan rápido
con su comida, ella cortó un pedazo de su bistec y se lo metió en la boca. Mientras
masticaba, los ojos cerrados, hizo ruidos felices.
Ruidos que no debían estar permitidos en público.
El ruido que debería realizar sólo mientras la tocaba.
Los ruidos que le hicieron estallar,
—¿Te importa? Esta es mi cena.
—Lo siento, Pookie. Eso fue muy grosero de mi parte. Aquí, toma un bocado.—
El siguiente trozo de carne que ella cortó se lo ofreció con el tenedor, un tenedor que
había tocado sus labios.
Recházalo. No compartimos. Nosotros…
Él lo comió, un bocado de absoluta delicia. Jugoso, con un ligero toque de sal y
ajo, mantequilla suave para masticar. Su turno de suspirar.
—Maldita sea, eso es bueno. —
—Haz ese ruido de nuevo, — gruñó ella.
Él la miró y se dio cuenta de que ella miraba su boca, con avidez. Ávidamente…
Era a la vez halagador e inquietante. Tenía que parar esto. Ahora.
—Si no te importa, preferiría comer solo. —
—¿Solo? —
—Sí, solo. Aunque estoy feliz por tu interés en mí, me temo que estás
equivocada acerca de todo lo demás. No estamos en una cita. No somos compañeros.
No somos nada. Nada de nada. Nada. — No tenía sentido endulzarlo. Lo mejor era
dejar las cosas claras antes de que llegara más lejos con esta idea loca de que estaban
destinados a estar juntos.
Pero nosotros pertenecemos a ella.
Leo ignoró a su felino interior mientras esperaba a que ella estallara. Las
mujeres nunca tomaban bien el rechazo. Cualquiera de ellas recurrían a las lágrimas y
lamentos, o recurrían a gritar y despotricar.
Pero la honestidad era lo mejor.
Sin embargo, Meena no reaccionó como esperaba. Sus labios se estiraron en
una sonrisa plena, sus ojos brillaban, y se inclinó hacia adelante, presionando sus
pechos juntos, enseñando su escote al inclinarse y darle un vistazo a la sombra del
valle que habían creado.
—La resistencia es inútil. Pero mono. Piensa en mí más tarde, cuando te estés
masturbando, sé que yo voy a estar pensando en ti. — Con un último bocado robado
de su cena, ella se levanto de su asiento y se fue pavoneándose al bar.
No mires. No mires.
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Cuando Un Omega Se Rompe•||Saga El Orgullo Del Leon 3 ||•( Terminada)
General FictionLeo es un tipo tranquilo. Un buen tipo. Nadie se atreve a joderle. Entonces, puede explicar alguien porque a Meena le permite conducirlo a la locura -con deseo. Cuando Meena literalmente se arroja sobre Leo y declara que es su compañera, su primer...