Alejandro sanz- mi persona favorita
Me voy a casar.
Un golpe sordo.
No me jodas.
Un golpe sordo. Su cabeza golpeó contra la pared de nuevo.
Sin follarla.
Hmm, sonaba mucho mejor. Se abstuvo de darse a sí mismo una conmoción
cerebral hasta que recordó…
Me estoy emparejando.
Bang.
Oh diablos esto va a suceder.
El diminuto hilo que ataba su control mental, se rompió.
Pánico. Correr.
Anclo sus pies con la ayuda de su Ligre -que realmente pensó que estaba
actuando como un gran gatito domesticado, con todo el asunto de apareamiento.
Inhala, exhala. Se tomó un momento para ordenar sus emociones, un cumulo de agitación diferente, a todo lo que había encontrado nunca.
Una cosa era planear el evento, hacer un par de llamadas y lograr que los
primos trabajaran para conseguir que todo estuviera listo, mientras que se mantenía ocupado con Meena. Pero ahora la compresión lo golpeó, esto iba a pasar. Su vida estaba a punto de cambiar. Para siempre.
Eep.
Afortunadamente nadie fue testigo de su chillido poco viril. Pero él lo oyó, y no le gustó, lo que significaba que tenía que hacer algo al respecto.
Curioso, aparte del pánico y del miedo actual, retorcer su cuerpo entero tomó algo de trabajo. Sin embargo, una vez que se las arregló para empujarlos a un lado, le sorprendió descubrir que esas emociones, que le gritaban corre, no tenían una raíz firme. Sus temores eran como humo y espejos, una
máscara para ocultar... nada en
realidad. Mientras que él tenía un saludable terror de hombre, al
matrimonio, en el
fondo escondía una excitación por lo que sucedería. Después de hoy, Meena me pertenecerá. Aún más interesante, voy a pertenecerle a ella. ¿Su orgullo posesivo tenía algún sentido? Ahora lo tenía.
Mía. Toda mía.
Hoy y para siempre.
¿Cómo podía haber pensado que era miedo? El miedo podría hacerlo saltar de un acantilado y no lo haría frente a Meena, porque ella probablemente, lo seguiría.
Ella realmente era un tipo increíble de loca. Una loca que no podía esperar a
probar. Otra cosa era mirar, cómo se evaporaba la barrera que retenía a Meena. Una vez acoplado, nada podría impedir que lanzara a su nueva novia sobre su hombro y
transportarla a esa robusta cama. Maldito calor, en sólo unas pocas horas finalmente le daría la reclamación que ella merecía.
Si es que ella lo perdonaba por lo que había hecho.
Drogarla podría haber sido un poco extremo. En su defensa, se había roto. La racionalidad, la fría calma, el control, todas esas cosas que lo hacían ser quién era, que
lo convertían en un omega, no funcionaban en lo que a ella se refería.
Excepto que perderse en ella, para reclamarla de este modo, en la agonía de la lujuria, privaría a Meena de la oportunidad de pararse delante de sus amigos y familiares, para verlo prometerse públicamente a ella. Para demostrarles que ella no sólo lo había elegido. Sino que también él la había elegido.
Leo no podía permitir eso, así que la engañó. Cabreando a la mujer con la que esperaba casarse, con la esperanza de que Hayder contra toda esperanza tuviera razón, cuando dijo que era más fácil pedir perdón, que pedir permiso.
Por un momento Leo se preguntó, ¿si Meena le daría un puñetazo, igual al que él le dio a Hayder, la última vez que había intentado esa frase de mierda con él?
Si ella realmente lo golpeaba, entonces, él se lo merecía. Tomaría cualquier castigo, siempre que ella le perdonara su acto extremo y se casara con él hoy.
Acercándose a las escaleras del tercer piso, se asomó hacia arriba,debatiendo sobre si debería ir a hablar con ella, ahora antes de la boda o rezar porque Meena viniera caminando por el pasillo improvisado.
Entonces se acordó de la superstición de no ver a una novia el día de su boda.
¿Se atrevería a tentar a la diosa Fortuna hoy de todos los días?
Mejor no. Tendría que esperar que Meena, que sabía reírse de sus acciones,
caminara por el pasillo para arrojarse a él.
¿Era tonto admitir que disfrutaba de su confianza, de que él la atraparía cada vez?
Dando la vuelta, casi lanzó un grito poco viril, cuando notó que alguien había
logrado llegar detrás de él, sin previo aviso. Apretando los labios, se enfrentó a una bandeja con comida humeante en poder de nada menos, que de su futura esposa.
Le tomó por sorpresa, y por eso le espetó:
—¿Qué estás haciendo buscando tu propio desayuno? ¿Reba y Zena no te iban a dar una mano? Ellas prometieron que te ayudarían a prepararte.— Leo miro a
Meena, que llevaba un vestido de verano con flores impresas, y frunció el ceño. —¿No te gusta el vestido que las damas del Orgullo eligieron para la boda? Me aseguraron
que lo haría. Que era tu estilo.— Mientras que él había dejado que las mujeres eligieran el vestido real, había insistido –sobre todo porque la madre de Meena parecía firme– que su novia vistiera de blanco. Una bodaapresurada no significaba que Meena tuviera que escatimar en la tradición, algo que su futura suegra le pasó a explicar en detalle antes de que Peter, el padre de Meena, se pusiera al teléfono y ladrara, “Hazlo bien. O muere”. Lo cual parecía ser la respuesta de Peter a muchas cosas, sobre todo cuando estaba preocupado por Meena. —Si se confundieron, voy a hacer que lo
arreglen, Catástrofe.
Con los ojos muy abiertos, se quedó boquiabierta.
—Creo que tenemos que aclarar algo. Yo no…
Él la interrumpió antes de que ella pudiera terminar diciendo “no voy a
casarme contigo.
—Espera un segundo. Antes de que digas nada, escúchame, por favor. En
primer lugar, siento, haberte drogado anoche.
—¡Me drogaste!— ¡Qué sorprendida parecía! ¿La cosa habría borrado algunos de sus recuerdos?
—No te enojes. O enójate, pero al menos entiende que te drogue sólo porque sabía, que no podía mantener mis manos lejos de ti. Fue en lo único que pude pensar,
para cumplir mi promesa. Para darte lo que mereces.
—¿Me estás diciendo que quieres esto? ¿Que deseas casarte? — Ella arqueó una ceja, y él no podía sostenerle la mirada. Por primera vez en su vida, Leo se encontró realmente nervioso. Aquí era una situación en la que no podía golpear, luchar, u ordenar su cumplimiento.
Dejando al descubierto sus sentimientos todo fue muy bien, pero hablar de ellos, apestaba. Pero llegaba un momento en la vida de un hombre, donde tenía que aguantar y avanzar, especialmente cuando él fue un idiota ciego por un tiempo.
—¿Pasaría por todo este problema, si no me quisiera casar? Escucha,
Catástrofe, sé que tuvimos un comienzo áspero. En mi defensa, eres un poco intensa, para que cualquier hombre pueda manejarte. No es que me importe,— él se apresuro
a añadir al segundo que su frente se disparó. —Me gusta cómo eres, y yo soy un hombre lo suficientemente grande, como para admitir que podría haber reaccionado mal cuando declaraste que era tu compañero y que no podía escapar.
—¿Dije qué? — Una vez más, ella se quedo boquiabierta por la sorpresa. Luego se rió. Condenadamente duro en realidad.
Él frunció el ceño.
—No te atrevas a negarlo, Catástrofe. Me tenías delante de un predicador a los cinco minutos de conocernos. Y me dio miedo. Pero tenías razón acerca de nosotros, nos pertenecemos, incluso si me tomó más tiempo comprenderlo. Eres la única para mí, Meena. El caos que equilibra mi serenidad. Los colores del arco iris para enriquecer
el gris de mi vida actual. Te quiero, Catástrofe. Catástrofes y todo. Yo solo tengo la esperanza, que incluso después de lo que he hecho, y del hecho de que a veces pueda
tener un palo en el culo –al menos según Luna– que me perdones y que todavía me quieras también. — Terminó su chorro de palabras y miró a Meena esperanzado y con
un poco de temor, dado que una vez más, se le quedó mirando con la boca abierta.
¿Ella dijo algo?
Ella lo hizo, pero no con sus labios. No, la voz de Meena vino de detrás de él.
—¡Oh, Pookie! tiene que ser la cosa más hermosa que he oído. —
O bien Meena tenía algunas locas habilidades de ventrílocuo o... Leo se
congeló mientras miraba fijamente a la mujer frente a él, una mujer que se dio cuenta cuanto más miraba, que era Meena y no lo era. Ésta llevaba el pelo en suaves rizos
alrededor de los hombros, una pequeña cicatriz empañaba la punta de la barbilla, y su olor... estaba del todo mal. Sin embargo, ¿el cuerpo que le saltó a la espalda y los labios que besaban ruidosamente la carne de su cuello? Esa era su Catástrofe.
¿Qué demonios?
—¿Quién eres?, — Preguntó.
El clon de Meena sonrió y saludó.
—Teena, por supuesto. —
—Mi gemela, — agregó Meena contra su oreja.
—Bueno, obvio. Y es una buena cosa, o estaría un poco molesta en este
momento, que le acabas de decir todas esas cosas hermosas a ella. —
—Pensé que eras tú. —
—Al parecer. Sucede mucho, algo que no entiendo totalmente. Ella no se ve
para nada como yo. —
—Me siento como un idiota. — Trató de girar la cabeza para ver a Meena
aferrándose a su espalda, pero ella pegó las manos sobre sus ojos.
—No, no puedes mirar. Es de mala suerte.
—Pero…
—Sin peros. Aunque he de decir que te ves delicioso en esos pantalones. Pero
te verás incluso mejor, cuando estés desnudo y lleves la marca de mis dientes. —
—¡Catástrofe!
—Lo sé. Lo sé. No comenzar algo que no podemos terminar. Considérate
advertido, sin embargo. Tan pronto como ese cura diga lo que tiene que decir, tu culo es mío. Todo mío. — Tal, promesa baja y ronca. —Ven Teena, estás justo a tiempo para ayudarme a entrar en mi vestido. ¿Puedes creer que mi Pookie organizó todo
esto? — El orgullo en su voz le hizo sonreír, pero tuvo que sacudir su cabeza a la hermana gemela. Con un último beso en su cuello, Meena susurró,
—Te veo en un ratito, Pookie. —
Un ratito era en realidad un par de horas. Dos horas de preparativos de último minuto, el uso de su voz de omega calmando un poco a algunas mujeres del Orgullo con resaca, que no lo llevaban bien –señoras que no saben comportarse como deben y
discuten sobre los platos– dos horas de anticipación, dándole palmaditas y bromas obscenas.
Parecía una eternidad en el infierno, pero al final, llegó el momento. El campo exterior había sido transformado. En el otro extremo estaba un improvisado altar
presidido por un sacerdote, no de cualquier iglesia humana, sino un funcionario que trataba los asuntos maritales de los shifters y sancionaba por el estado de acuerdo a
un certificado impreso de Internet.
Los del orgullo realmente habían llegado juntos, en un corto período de
tiempo. Las sillas fueron distribuidas en filas, había más de un centenar de ellas, situadas entre dos columnas que enmarcaban, un camino sobre el que alguien había desenrollado, una verdadera alfombra roja.
Un arco, tejido de ramas y entrelazado con flores, presidía por detrás del altar.
Las mismas flores se desbordaban en macetas de jardín colocadas cada pocas filas para darle color. Casi todo el mundo había llegado y estaba sentado. Vestidos con sus mejores galas, habían llegado juntos, aunque algunos de ellos todavía sentían algo de resentimiento, porque en su mundo, una boda entre shifters, siempre era un motivo de celebración.
En cuanto a Leo, esperaba a su novia. Vestido con un esmoquin, con las colas por supuesto, Leo se situó en el extremo superior del pasillo con sus mejores hombres,
Arik y Hayder. Como si pudiera elegir entre ellos.
Tiny Tommy, un cachorro de casi cuatro, no paraba de moverse nerviosamente
en su lugar, la almohada de los anillo rebotaba precariamente.
Los anillos, sin embargo, no se movieron, fueron fijados con alfileres por seguridad, en su lugar.
El murmullo de voces cubrió la música sutil, que era canalizada por los
altavoces que rodean la zona.
Sin embargo, a pesar del nivel de ruido, el murmullo murió cuando la melodía clásica, tocada en un sinnúmero de ceremonias, “La Marcha nupcial” comenzó a sonar.
A la señal, la atención de todos, sobre todo la de Leo, se quedó fascinado en el otro extremo del campo.
Primero fueron las niñas de las flores, bastante pequeñas con vestidos
veraniegos, saltando por el pasillo, arrojando puñados de pétalos y, en un caso, la canasta cuando estuvo vacía.
A continuación vinieron las damas de honor, Luna, pavoneándose con su
vestido y zapatos de tacón, con un reto desafiante en sus ojos, que rogaba que alguien hiciera una observación sobre el atuendo femenino que se vio obligada a llevar. Luego vinieron Reba y Zena, riendo y alardeando, amando la atención.
Esta vez, Leo no fue derribado por el aspecto de Teena, ni se dejó engañar.
¿Cómo podía haberla confundido con su Catástrofe? Aunque eran similares
exteriormente, la gemela de Meena carecía de la misma sonrisa confiada, y su forma de moverse, con una gracia delicada, no se parecía a su valiente mujer, en absoluto.
Qué distintas parecían.
¡Hasta que Teena tropezó, agitando sus brazos, y se llevó por delante una fila antes de que pudiera recuperarse!
Sí, eran hermanas, bien.
Con un profundo suspiro, y las mejillas rosadas, Teena logró caminar el resto de la alfombra roja, con los zapatos de tacón alto en la mano, uno de los cuales parecía, que se le había roto el tacón. Con todo el grupo de la boda que más o menos habían llegado bien, sólo había una persona importante que faltaba. Sin embargo, no caminaba sola. A pesar de sus reparos, que Leo escucho sobre el barril que habían compartido la noche anterior, Peter parecía dispuesto a dar a su hija. Listo, sin embargo, nsignificaba que se viera feliz por ello.
Las costuras del traje de su pronto-a-ser–su –suegro estaban tensas, el
esmoquin alquilado no tenía el mejor ajuste, pero Leo dudaba de que fuera eso, por lo que parecía menos que satisfecho. Leo pensó que había dos razones para el rostro malhumorado de Peter. La primera fue el hecho de que tenía que dar a su niña. La
segunda, probablemente, tenía que ver con las risas y la repetición de cierto rumor,
—Oí que perdió una apuesta echando pulsos y tuvo que llevar corbata. —
Para los curiosos, Leo había ganado la apuesta, e hizo que su nuevo suegro
llevara, –dioses el condenado nudo– alrededor de su cuello.
Sin embargo, quien se preocupaba por el mal perdedor cuando de su brazo,
descansaba una visión de la belleza.
El pelo largo de Meena caía en ondas doradas sobre los hombros, los extremos se curvaban en rizos en un semi recogido que le hacían cosquillas en su escote. En las sienes, peines de
marfil barrieron los lados hacia arriba y lo alejaron, revelando la cremosa línea de su cuello.
El vestido la hacía parecer como una diosa. El busto, de corte
estrecho y bajo, mostraba sus fantásticos pechos tan bien, que Leo se encontró gruñendo. No le gustaban los ojos de admiración de la multitud. Sin embargo, al mismo tiempo, sintió cierto orgullo. Su novia era hermosa, y sólo ella se merecía ser admirada.
Desde sus impresionantes pechos, el vestido antes ceñido se ensanchaba hacia
afuera. La blanca tela vaporosa de la falda, se elevaba mientras caminaba. Observó
que llevaba zapatillas. La sugerencia de Reba por lo que no tendría un tacón roto. Su vestido no llegaba a tocar el suelo. La idea de Zena, para asegurarse, que no tropezara
con el dobladillo.
Habían tomado todo tipo de precauciones para garantizarle la mejor oportunidad de éxito.
Ella podría carecer de la gracia felina de otras damas. Podría haber tropezado una vez o dos y mantenerse en posición vertical únicamente por las suaves acciones de
su padre, pero maldita sea, a sus ojos, ella era la más delicada, más hermosa vista que había visto nunc
Y ella es mía.
Sus ojos se encontraron, brillantes, resplandecientes y lleno de suprema
felicidad. Su sonrisa transmitía la misma alegría, y él no pudo evitar devolverla.
Incluso Peter no pudo atenuar su felicidad. Mientras transfería la mano de Meena a Leo, Peter inclinó la cabeza y en un susurro no tan tranquilo le dijo:
—Hijo, si le haces daño, te voy a destripar. Muy lentamente. Bienvenido a la familia.
Un mensaje tan reconfortante. Por otra parte, no le fue bien con su nueva
suegra, quien le dijo una vez que la ceremonia había terminado y Meena se separó riendo con las leonas y contándoles a todas ellas, para que la llamaran señora.
—Leo, querido, pareces un buen chico, así que estoy segura que no hace falta
decirte que si le haces daño a mi hija tendré que desaparecerte, sin dejar rastro.
Por alguna razón, le preguntó:
—¿Cómo? —
Y la formal y correcta madre de Meena le dio una sonrisa, una sonrisa que haría temblar al hombre más grande cuando ella dijo,
—¿Has oído hablar de mis rosas rojas premiadas
Pero este hecho alarmante se produjo después de la ceremonia. En el aquí y
ahora, Leo agarró a Meena de la mano y la miró a los ojos mientras el sacerdote recitaba la versión shifter de una boda. Contenía más que las frases estándar.
—Nos hemos reunido aquí hoy para unirse a este par... —
Leo honestamente estabadesconectado, demasiado concentrado en el crujido eléctrico entre él y Meena. También se concentró en no perder el conocimiento. Ya no iba a burlarse de esos videosdonde los novios pasaron por un accidente.
Podía comprender ahora, por qué tantos se desmayaban. La tensión de estar frente a
tanta gente, hacer un compromiso tan profundo, todo ello era suficiente para hacer
que incluso el hombre más grande, temblara.
Y entonces casi terminó.
El sacerdote, como era costumbre, tuvo que decir:
—Si hay alguien aquí con una razón por la que estos dos seres, no deberían convertirse en uno ante los ojos del Orgullo, que hable ahora o calle para siempre. —
Leo lanzó una mirada a Dmitri, que estaba sentado en la parte de atrás, pero no fue el que se puso de pie.
Aclarándose la garganta, Peter se puso de pie. Sólo logró emitir un “Yo” antes
de que la madre de Meena, literalmente, lo derribara. Ella lo golpeó en las rodillas y lo
envió cayendo sobre la hierba.
Incluso si ella lo susurró, en el aturdido silencio, todo el mundo la escuchó,
—¡Cállate! Mi preciosa hija va a tener una boda de blanco. ¡Con un vestido
adecuado! No te atrevas a arruinar esto para mí.
Y entonces la madre de Meena pegó sus labios a los de su marido, con un beso, mientras les hizo un gesto, para que lo hicieran –y– lo hicieran rápido.
Un par de acepto, y luego llegó el momento de besar a su novia.
Su esposa.
Mía.
Sin prestar atención a los aplausos, Leo inclinó la cabeza. Sólo tenía un enfoque, los suaves labios separados debajo de él.
Atrajo a su esposa a sus brazos, la abrazó y exploró a fondo su boca. Ella lo exploró también, su lengua tejiendo su camino de entrada y bailando a lo largo de él.
Alguien le dio un golpecito en el hombro, y él gruñó.
Alguien se aclaró la garganta al lado de ellos, y ella gruñó.
Voces hablaban. La gente se rió, y se hizo cada vez más evidente que no se podían besar para siempre. Al menos no aquí. Tampoco se podían escapar
inmediatamente. Maldita sea.
Tan pronto como sus labios se separaron, ambos se vieron arrastrados por una
ola de buenos deseos. Leo sufrió los golpes en la espalda por los hombres, así como las conmiseraciones por conseguir grilletes.
La pobre Meena estaba rodeada por su propia pandilla.
Sus ojos se cruzaron sobre las cabezas de la multitud, pero sólo por un
momento, antes de que su atención fuera robada.
Mientras que su paciencia se desgastaba, al final, fue Meena la que se rompió primero.
Ya sea por el hecho de que una mujer lo tocó, se colgó de su brazo,
comentando lo hermosa que fue su boda, o el hecho de que Meena no pudo manejar la frustración de los últimos días, no importaba.
Con un gruñido,
—¡Quita las manos de mi marido! — Meena deslizó a través de la multitud,
caminando entre las faldas. Ella saltó el último tramo y se elevó por el aire para hacer frente a la leona a su lado, que, resultó que era la prima de Loni.
Pero en ese momento, lo único que sabía, era que su nueva esposa estaba en modo full-celosa y determinada a arrancarle el cuero cabelludo a una invitada a la boda.
Como omega, Leo debió haber saltado para calmar los ánimos calientes, y
detener que se tiraran del cabello. Por lo menos, debería haber forzado a Meena, para que soltara a la leona, antes de que la sangre manchara su vestido blanco.
Pero…
Bien…
A él le gustaba. Mientras que Leo había salido con su parte justa de mujeres,
nunca había tenido una demostración de tal lado posesivo, antes. Definitivamente
nunca una, había ido tras una chica, por haberse atrevido a coquetear con él. Él no sabía lo que eso decía sobre él, del hecho de que gozaba su arrebato de celos
Sintiéndose algo engreído al respecto, se tomó un momento para tomar el sol.
Suya.
Sí, él era suyo, y ella era de él, al menos sobre el papel. Tal vez era el momento de completar el lazo y verdaderamente aparearse, para que todo el mundo supiera,
que se pertenecían el uno al otro. Tiempo de reivindicarse entre sí.
En primer lugar, sin embargo, necesitaba hacer que ella soltara a la otra mujer,
antes de que literalmente, se derramara sangre.
Serpenteando un brazo alrededor de su cintura, levantó Meena, incluso
mientras continuaba gruñéndole a la mujer en el suelo.
—¡Toca a mi hombre de nuevo y voy a cortarte esa mano y te voy a dar
bofetadas con ella!
Ah, las palabras románticas de una mujer en la lujuria.
Lanzando Meena por encima del hombro, hizo caso omiso de las miradas divertidas de la multitud mientras la cargaba fuera de la fiesta.
—No había acabado, Pookie, — ella se quejó. Y sí, ella anunció a todos,
—Leo finalmente me va a corromper. — Ella no fue la única que bombeo un
puño. Las otras damas en el orgullo estaban animando también mientras que Leo luchaba para no sonrojarse, y el pobre Peter, hizo una línea recta hacia la barra.
Sin embargo, la vergüenza no fue suficiente para detenerlo.
Al llegar a la puerta de su habitación, casi se rió por el cartel colgado de
cualquier manera que decía “No molestar” y garabateado debajo con lápiz labial rojo, “O Muere”
No podía estar más de acuerdo. Había llegado el momento, para que él
reclamara a la mujer que lo consumía y tomaría cuidado del idiota, que se interpusiera en su camino.
Apenas había cerrado la puerta con el pie, ella se deslizó fuera de su hombro.
Sus brazos se enrollaron alrededor de su cuello mientras pegaba sus labios contra los suyos. Qué delicioso sabían. La conciencia eléctrica que sólo sentía con ella, hacía arcos entre ellos, alimentando el deseo latente.
Sus labios se inclinaron sobre los de ella, provocando y mordisqueando,
reclamando y marcando aquella boca con la suya.
Ella se tragó su gemido cuando abrió la boca y deslizó su lengua a lo largo de la de él, burlando y provocando.
El instinto pulsaba dentro de él, empujándolo a reclamarla, a marcarla. Ahora. Tal impaciencia. Tal necesidad.
Dejó que sus manos vagaran por su cuerpo, deslizándose sobre la sedosa tela que ocultaba sus curvas.
—¿Te he dicho lo hermosa que te ves? — Murmuró contra su piel mientras
dejaba que sus labios, siguieran el sendero, por la suave columna de su cuello.
—Lo puedes decir, — respondió ella, su mano ahuecando su erección.
Su naturaleza descarada lo deleitaba. Al igual que el apretón en su pene.
—Mi profesor de inglés siempre decía que era mejor mostrar, que decir. — Dijo mientras caminaba hacia atrás, hacia su cama. Él la tumbó sobre ella, todavía vestida.
—¿No debería quitarme la ropa primero?, — Le preguntó. Su cabello se derramó sobre la almohada en un charco de oro, y los labios, hinchados por sus besos,
le rogaron por más.
Él negó con la cabeza,
—Oh no, no lo hagas. Desde el momento en que te vi, he fantaseado con levantarte la falda y extenderla alrededor y tener esa imagen cuando te tome.
—¿Tenías pensamientos sucios durante la ceremonia? —
No pudo evitar una sonrisa traviesa, a lo que ella respondió con una risa
gutural,
—¡Oh, Pookie! Eres tan absolutamente malvado. Y astuto. Me encanta cómo puedes parecer tan serio y todavía albergar esos pensamientos tan traviesos. —
—Si piensas que esto es impresionante, entonces, espera a que actúe. — Con lo que esperaba que fuera, un arco diabólico de su ceja, Leo se quitó la chaqueta y se aflojó la corbata antes de que se pusiera de rodillas en la cama. Sus pies
descalzos, sin zapatos desde que se había quitado las zapatillas antes de su salvaje arremetida, se asomaron desde el dobladillo de su vestido. Bajo las delgadas capas,
dejó que su mano subiera pulgadas hasta su pantorrilla, subió aún más, su brazo desapareciendo bajo la falda. No se veía, sólo la tocaba, lo que lo hizo más emocionante, cuando las yemas de sus dedos rozaron sus muslos.
Ella contuvo el aliento, sus párpados pesados mientras lo observaba. Él le hizo cosquillas con la punta de los dedos, cuando subió más alto y no pudo dejar de gemir,
cuando se encontró con la desnudez de su montículo. Y se refería al descubierto.
Afeitado y ni siquiera cubierto por un trozo de tela.
—¿Te casaste conmigo sin ropa interior? — Él prácticamente gimió.
—Sólo en caso de que tuviéramos que ir a alguna parte, para un polvo
rápido,— admitió antes de que contuviera el aliento mientras corría un nudillo sobre
los labios húmedos de su sexo.
—Fue una buena cosa que no me lo dijeras de antemano.
—¿O?
—Podríamos no haber sobrevivido a la ceremonia.
—Puede ser que no viva a los próximos minutos, si no dejas de hablar y haces
algo.
—¿Impaciente, Catástrofe?
—Trata con excitada, — ella se quejó. Rodando sobre sus rodillas, ella agarró su cara y le dio un beso. Lo besó tan duro que cuando se empujó contra él, cayó sobre su espalda.
A pesar de su ropa, ella se puso a horcajadas sobre él, sus manos agarrando la ropa de sus hombros mientras que agresivamente le mordisqueaba los labios. Pasión
desenfrenada, que ya no podía esperar.
Con su falda subida alrededor de ella en una nube esponjosa y su hendidura
presionada contra su ingle, a pesar de sus pantalones separándolos, no podía omitir el calor que irradiaba.
Meciéndose contra él mientras se besaban, demostró el punto álgido de la tortura. Él deseaba tanto hundirse en ella. En cambio, sus manos se ocuparon, ahuecando sus mejillas llenas, un culo que le gustaba masajear y exprimir. El amaba
aún más los sonidos suaves que hizo contra su boca. Presionada firmemente contra él,
sus espléndidos pechos, aplastados contra su pecho, amortiguándolos, le recordó lo mucho que lo disfrutaba.
Debo tocar. Saborear.
Se convirtió en una necesidad imperiosa. Él la manipuló, llevando su cuerpo hacia delante sobre él, para que su pecho colgara sobre su boca. Prácticamente se derramaron desde el escote cuadrado, por lo que le tomó sólo un poco de manipulación, tenerlos afuera. Le permitió que se sentara de nuevo sobre su pecho,
pero sólo mientras para poder liberar sus manos y poder cubrir esos preciosos montículos.
Las palmas de las manos estaban sobre sus pesados pechos, los admiraba mientras pasaba su dedo pulgar sobre el pezón. Que instantáneamente, se arrugó en
un capullo apretado. Él la atrajo hacia adelante para que sus pechos colgaran sobre su boca. Lamió la punta de uno, y un estremecimiento sacudió su cuerpo.
Pescándolos con su boca, se llevó a sí mismo lo suficientemente cerca para
jugar con esos deliciosos guijarros.
A medida que la boca se pegó a un protuberante pezón, permitió que sus dedos tiraran y giraran el otro.
Podía medir su disfrute a través de sus gritos de placer, por la forma en que ella se arqueaba, presionando su rechoncho pecho contra su boca, animándole a tomar más.
Y así lo hizo. Aspiró la punta en su boca, chupando y mordiendo. Con cada grito que emitía, con cada maullido suave y temblor de su cuerpo, la tensión dentro de él se
construía.
Tan sensible al tacto. Así que... desapareció de su rostro.
Casi rugió cuando ella se los llevó. Pero no demasiado lejos. Oh, demonios,
¿qué estaba planeando?
Su novia se arrodilló entre sus piernas, bajó su vestido por debajo de sus senos,
la piel de ellos enrojecida. Su falda ondeó a su alrededor cuando ella se agachó, pero el
mayor interés para su mirada ávida, fue lo que hizo.
Dedos ágiles desabrocharon los botones de su camisa y la extendió, dejando al
descubierto su pecho. Ella pasó las uñas por su carne, dibujando un escalofrío en él y
luego fue un estremecimiento cuando sus manos no se detuvieron en la pretina de su
pantalón.
Deslizó el botón, el zumbido de una cremallera descendiendo y se quedó sin aliento cuando lo vio.
—¿Fuiste de comando a nuestra boda?
Antes de que pudiera responder, lo hizo con un “Impresionante” que terminó un tanto confuso cuando ella lo llevó a la boca.
En ese momento, simplemente sucedió. Y luego presionó sus pechos a su alrededor, mientras chupaba la punta. Cubriendo la suave carne y luego deslizó su eje (una rusa)
hacia adelante y hacia atrás mientras lo mantenía sujeto.
Sí. Él estaba perdido.
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Cuando Un Omega Se Rompe•||Saga El Orgullo Del Leon 3 ||•( Terminada)
General FictionLeo es un tipo tranquilo. Un buen tipo. Nadie se atreve a joderle. Entonces, puede explicar alguien porque a Meena le permite conducirlo a la locura -con deseo. Cuando Meena literalmente se arroja sobre Leo y declara que es su compañera, su primer...