Box

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Lo observó, era un flacucho ¿Cómo podía ser tan delgado si se la pasaba comiendo? En el trabajo, siempre se escapaba para ir a la cafetería, y volver con porquerías para seguir comiendo hasta la hora del almuerzo. Dónde volvía a comer más porquerías.

Cuando iban al mercado, se compraba puros dulces y pasteles. Era increíble que fuera tan delgado luego de llevar una dieta tan desequilibrada.

—Sam, quiero que vengas conmigo al gimnasio.

El joven rubio lo observó curioso, mientras mordía un hotdog.

—¿Por qué?

—Necesitas hacer ejercicio.

Se llevó su mano libre al vientre, y luego miró confundido a Edward.

—Pero no estoy gordo.

—Las personas con sobrepeso no son las únicas que van al gimnasio. Además, creo que podría ser beneficioso para ti también. Tengo un entrenador que es amigo mío, y enseña boxeo.

—¿Y eso como podía ser beneficioso para mí?

—Para que te defiendas si alguien quiere aprovecharse de ti una vez más.

—Oh, quizás tengas razón —sonrió.

—¿Entonces estás de acuerdo?

—Sí —le dijo tomando unas papas fritas.

—De acuerdo, entonces ésta tarde iremos.

***

Ed le había dicho que se pusiera ropa cómoda, ya que debía ejercitarse. Pero al parecer, los dos tenían una idea diferente de lo que sería ropa cómoda.

Él se había puesto una musculosa, y Sam había optado por una camiseta holgada. Sí, quizás tendría que haber copiado a Ed en el vestuario.

—Jay, él es el muchacho del que te hablé, Sam. Sam, es el Jay, mi amigo.

El joven rubio observó a ese alto y musculoso tipo, y sonrió suavemente.

—Un gusto.

—Lo mismo digo niño ¿Cuántos años tienes?

—Oh pues, seis meses y medio, señor —sonrió.

Jay observó confundido a Edward, y éste negó con la cabeza.

—Es un androide, por eso te dijo que tiene seis meses y medio —explicó en un tono molesto—. Pero es mayor de edad.

—¿Seguro? Parece un adolescente ¿Cuántos años tienes, niño?

—Ah, pues... No lo sé con exactitud —pronunció pensativo—. Tal vez dieciséis o diecisiete años.

Edward lo observó aturdido ¿Qué diablos? ¿Por qué no se lo había dicho?

—¿Te estás follando a un menor de edad? Podrías tener problemas con la ley si se enteran, Eddie.

—¿Pero qué mierda dices? —gruñó molesto—. A mí me gustan las mujeres, y tampoco soy un pederasta.

—Sólo bromeaba, Eddie —rio el musculoso tipo.

—Volveré por él en una hora. Si me necesitan, ya sabes dónde estoy —le dijo el moreno antes de marcharse, molesto.

—Hm, pero tú tienes sentimientos por él ¿Verdad? —le inquirió con una sonrisa traviesa, observando a Sam.

—¿P-Por qué me pregunta eso?

—He notado tu expresión al escuchar lo que él decía. Tranquilo, sé que lo harás dudar de su heterosexualidad —le dijo guiñándole un ojo.

***

Dos días después—

Ya se habían acostumbrado ir al gimnasio ambos, y a Sam le gustaba poder ir para hablar con Jay. Al final, no sólo había encontrado un entrenador, sino también un amigo.

Jay tenía un humor bastante negro, pero le agradaba. Siempre lo hacía reír, y no se sentía tan estúpido cuando decía algún disparate. No lo hacía sentir un idiota como Edward.

Jay tenía cuarenta y cinco años, pero a pesar de su edad, su imagen estaba muy bien cuidada, no lo aparentaba. En esos dos días, él le había contado de su familia, que tenía dos hijos.

Un varón de veinte años, y una jovencita de dieciséis. Y Sam comenzaba a creer, que Jay era tan amable con él porque le recordaba a su hija. Estaba separado de su ex mujer, y sólo podía ver a sus hijos una vez por semana, cuando viajaba a verlo, ya que vivían lejos.

Luego de haber terminado su sesión, que sólo duraba una hora, ya que Sam aún no estaba acostumbrado a un ejercicio más extenuante, fue a cambiarse de ropa.

Sabía que Ed se quedaría un poco más, por lo que quería ir a pedirle la tarjeta de la casa para volver. Él se sentía cansado, y sólo quería darse una ducha y dormir un rato.

Entró a la parte del gimnasio donde iban a levantar pesas, y visualizó al moreno en una máquina para correr. Sonrió ampliamente, y fue hasta él, ignorando los murmullos.

Pero antes de llegar a Ed, se chocó contra el pecho de un alto tipo, musculoso, ancho. Miró a esa arriba, y observó la sonrisa de ese hombre, incomodándolo.

—¿Eres nuevo por aquí? No te había visto antes.

—Sí, vengo a buscar a mi amigo.

—¿Y quién es tu amigo?

—Ed —sonrió señalándolo.

El tipo se giró, y al observar al moreno, chasqueó la lengua.

—Pff, ese no vale la pena. Pero quizás yo podría ser tu nuevo amigo, la pasarías mejor conmigo.

—G-Gracias, pero-

Lo tomó de una de sus muñecas, rodeándola sólo con sus dedos, estremeciendo a Sam. No solo por la fuerza, sino también por la mirada intensa de ese tipo sobre su cuerpo.

—Ven conmigo, quiero enseñarte algo.

—D-Debo ir con Ed, gracias, pero ahora no quiero.

Sonrió ronco, intimidando más al muchacho.

—Déjame enseñarte algo, y te aseguro que no querrás volver a ver a ese idiota.

Sam lo observó a los ojos, y asintió con la cabeza, permitiéndole que se lo llevara, que lo guiara.

A unos pocos metros de él, Edward seguía en la máquina de correr, ajeno a lo que estaba pasando, ya que estaba con los auriculares puestos.

Uno de sus compañeros se acercó a él, riendo.

—Parece que el Toro encontró nueva perra.

El moreno lo observó con el ceño fruncido, y le señaló uno sus auriculares, haciéndole entender que no lo estaba escuchando. El tipo le quitó uno, y le repitió lo que había dicho.

—Que Toro se encontró una nueva perra.

—¿De qué hablas? —le inquirió confundido, desinteresado.

—Un pendejo entró hace unos minutos aquí, bastante lindo a decir verdad, y ya conoces los gustos de él. No lo dejó hacer ni dos pasos, que se le fue encima.

Dejó de correr al escuchar aquello, y se bajó de la máquina.

—¿Era rubio?

—Sí, delgado, quizás no más de metro sesenta. Pero muy tierno, si no fuera un chic-

—¿A dónde mierda se fue? —gruñó interrumpiéndolo.

Sonrió divertido.

—Tranquilo, sabes que Toro-

—Te pregunté dónde mierda se fue —masculló tomándolo del cuello—. Me importa una mierda ese infeliz, pero el chico que se llevó, es mío.

...

El muñeco perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora