Demasiado estúpido

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Era la hora del almuerzo, y Edward aún se encontraba en su despacho. Al haber llegado tarde, su trabajo también se había demorado.

Pero no todo era tan malo, al menos sus compañeros no se encontraban en el piso, y tenía la suerte de poder estar tranquilo, sin ruidos molestos.

O eso creyó.

—Mira lo que te traje —sonrió un rubio apareciendo detrás de él, tomándolo por sorpresa.

¿En qué momento había entrado?

—Como no sabía qué podía gustarte, te traje un latte, un jugo de naranjas, un jugo de moras, un sándwich de jamón y queso, una porción de tarta de cerezas, un yogur de vainilla, uno de fresas, un té, un chocolate caliente, unas galletas de-

—Ya, cállate, por Dios —lo interrumpió con fastidio—. Hablas demasiado, y nadie te pidió nada.

—Lo sé —sonrió—. Pero pensé que quizás tendrías hambre, ya que no has bajado a comer.

—No quiero nada, gracias —pronunció de mala gana.

—Oh, de acuerdo... En ese caso tendré que llevar todo esto de vuelta a la cafetería.

—Sí, adiós.

Él rubio miró la bandeja, y luego se fue de allí. Edward suspiró aliviado, y observó la foto que tenía a un costado de su monitor ¿Por qué diablos aún tenía esa foto allí?

—¿Es tu mujer?

Casi grita del espanto, al escuchar la voz de Sam detrás suyo.

—¿Qué no te ibas? —gruñó poniendo la foto para abajo.

—Me estaba yendo, cuando el señor Martinelli se ofreció a llevar las cosas por mi —sonrió.

—Demasiado amable de su parte.

—Él siempre es amable conmigo. A veces me invita el café, la cena cuando debo trabajar de noche, o el almuerzo. La semana pasada me regaló una caja de chocolates —sonrió.

Edward se giró y lo miró detenidamente.

—Date la vuelta.

—¿Qué me dé la vuelta? —preguntó confundido el muchacho.

—Sí, date la vuelta.

—¿Por qué?

—Sólo hazlo.

Sam se giró, inseguro, y al ver su trasero, Edward no tuvo dudas.

—Ya, listo.

—¿Tenía algo? —preguntó preocupado.

—Ajá, un trasero enorme donde ese viejo debe querer clavar su miseria, porque créeme, da lastima lo que tiene de pene.

Las mejillas del joven androide tomaron un tono rojizo, al escuchar aquello.

—¿En serio crees que la amabilidad del señor Martinelli es por puro interés?

—Sí, es sabido que es un viejo verde. Ya he tenido problemas con otras muchachas, es por eso que lo cambiaron de área. Ahora, lo que me sorprende es saber que él tiene esos tipos de gestos contigo. ¿Desde cuándo trabajas aquí?

El muñeco perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora