Era la primera vez que le pasaba aquello. Nunca había sentido la necesidad de mirar a nadie de aquella forma. Pero al parecer no tenía mucho sueño y le encantaba ver la cara de ella cuando dormía. Sonrió divertido. Los humanos se veían muy inocentes durmiendo, hasta podría pensar que ese chica no decía ni unas sola mala palabra. Rió por lo bajo. Tenía que averiguar si ayudar a Amaia a amar era su misión, porque la verdad es que no se le ocurría otra cosa. Sintió de pronto que tenía calor y se destapó de la manta que le había dado Amaia colocándosela a ella que parecía tener frio. Estaba comenzando a ponerse de malas al tener que sentir como un humano. Era muy molesto tener que sentir el frio o el calor, o tener que sentir como el sol te quema la piel o la lluvia la moja. No le gustaba. Los humanos eran muy débiles, y no es que se creyera un ser superior, era que realmente lo era.
Los ángeles eran una muestra de lo que serían los humanos si no hubiesen caído en el pecado y hubiesen sido echados del paraíso. Bueno, de cualquier forma ellos parecían ser muy felices, algunas veces claro, con la vida que llevaban. Con toda la maldad y el odio que reinaba en cualquier lugar. Los ángeles pueden percibir los sentimientos, y cuando caminaba por la calle podía sentir toda esa maldad allí afuera. Por eso pensaba que Amaia era especial. A pesar de haber sufrido tanto y de solo haber amado realmente una sola vez, su corazón era enorme para recibir amor. Aquel rencor que también percibió tenía que ser borrado, Amaia tenía que creer, tenía que tener fe. Sintió que todavía tenía calor y se levantó para abrir la ventana, pero no, Amaia parecía tener frio y si abría la ventana la corriente haría que se levantara y él no quería eso, quería que descansara para que al día siguiente se despertara fresca para seguir buscando trabajo.
Suspiró y se recostó de nuevo. Miró a Amaia de reojo y la vio profundamente dormida aún. Sabía que ella se sentía atraída hacia él por su belleza, pero en realidad era la belleza que poseía todo ángel y a la que los humanos no están acostumbrados. No debería hacerlo...pero el calor lo estaba matando y Amaia estaba dormida, así que no habría problema. Se quitó el Jersey y luego la camiseta sin manga que tenía debajo dejando su fuerte dorso al descubierto. Ah si. Mucho mejor. Pensó sonriendo y recostándose de nuevo. Percibió el aire frio sobre su piel y se recostó de nuevo mucho más cómodo.
Cerró los ojos sintiendo que el sueño regresaba, dios, de verdad odiaba ser como un humano, allá arriba él ni siquiera dormía, siempre estaba haciendo algo, no podía estarse quieto...los ojos comenzaron a cerrárseles poco a poco. De pronto un gemido hizo que abriera los ojos de nuevo. Miró a Amaia quien tenía la frente contraída y parecía murmurar algo.
-No...por favor...no...no me hagas mas daño, tía Su...tía Su...-Alfred frunció el ceño apoyándose en un codo.-No me pegues más...por favor...-Comenzó a sollozar y Alfred sintió que su propio corazón se encogía. ¿Cuánto sufrimiento tendría Amaia guardado?.
Le tomó la mano dulcemente cerrando los ojos y entró en sus sueños, quería saber que atormentaba a Amaia, quería ayudarla a sanar todo el dolor desde el principio.
Se vio en una casa, no era una casa muy grande, pero al menos parecía muy cálida. Caminó hasta la cocina donde había una mujer llorando, tenía la nariz y la boca llena de sangre. Escuchó entonces los gritos de una niña que venían de la habitación. Corrió hasta allí para encontrarse con una pequeña de quizás unos diez u once años, un hombre la golpeaba con un cinturón. Ese tipo de cosas eran las que le hacían pensar que los humanos eran seres tan despreciables...pero entonces recordaba que no todos eran iguales, muchos humanos que conoció no eran así. Como Amaia... al mirar de nuevo a la niña se dio cuenta de que esos ojos le eran muy familiares.
Era Amaia.
La niña se tapaba mientras el hombre arremetía contra ella. Alfred apretó los puños y se acercó. No podía hacer nada, eran recuerdos, algo que ya había sucedido, algo que Amaia había vivido seguramente mas de una vez, y que él hubiese dado lo que fuera por haber estado allí.
Entonces la niña levantó la cabeza y sus ojos se cruzaron con los de Alfred. Lo veía. Podía verlo. Él le sonrió apareciendo a su lado y tomándola de la mano, para aparecer en otro lugar, en un jardín hermoso lleno de flores, donde los pájaros cantaban y el sol iluminaba el pasto verde. La niña miró hacia arriba la preciosa cara de Alfred aún con lágrimas en los ojos. Alfred se agachó y colocó su mano sobre los moratones y heridas de ella. Una luz iluminó la palma, justo donde Alfred la colocó y los moratones desaparecieron.
-Gracias...-Le dijo ella con una voz graciosa. Él sonrió.
-De nada.-Le acarició el cabello y se levantó.
Sintió como Amaia le apretaba la mano y abrió los ojos. Ella lo miraba con restos de lágrimas en las mejillas. Y con cierto miedo aún reflejado es sus ojos. Él le sonrió de forma dulce y le secó las lágrimas con sus suaves dedos.
-¿Has sido tú?.-Dijo ella.
-Si...-Le respondió él sin dejar de mirarla con cariño.
-Siento que hayas tenido que ver eso.
-He visto cosas peores de vosotros los humanos, pero yo soy el que me tengo que disculpar por no haber estado allí y dejar que tú vivieras eso...
-Dijiste que ni siquiera Dios tiene control de todo lo que pasa aquí...supongo que tenías cosas mas importantes.- Él le acarició el cabello.
-Ahora tú eres lo más importante, Amaia.- Sonrió a medias.-Prometo que sanaré tu corazón...
-No creo que mi corazón pueda ser sanado ya, Alfred.
-Fe ¿recuerdas?.-Ella se mordió el labio riendo.
Lo vio acercarse y sintió como los brazos de él la rodeaban y la acunaban en su pecho que...oh dios mío, estaba completamente descubierto. Su pecho era duro pero su piel era tan suave como la seda, y su calor era extraordinario. Se deleitó unos segundos con ese exquisito olor y no pudo evitar levantar la mano para acariciarle piel, que le quemaba los dedos con el contacto. Nunca había visto tanta perfección junta, el torso de Alfred era un completo delirio. Él sonrió y aflojó sus brazos.
-Por favor, ignora mis pensamientos.- Él carcajeó.
-No te preocupes, puedes ponerte cómoda, hoy soy tu ángel guardián.-Le susurró y su voz sonó tan melodiosa que Amaia cerró los ojos acomodándose en ese exquisito pecho.
-¿Puedo preguntarte algo?.-Dijo sin apartarse. Estaba demasiado cómoda, oh si.
-Claro, lo que quieras.
-Bueno, es que me dijiste que cuando estás aquí en la tierra...sientes como un humano ¿no?.
-Si, así es...
-Y...con las chicas...¿también sientes como un humano?.- Él carcajeó.
-¿Quieres decir la lujuria?.
-Si, supongo.- Él volvió a carcajear.
-No lo sé, nunca me ha pasado.- Frunció el ceño.-¿Qué es lo que se siente?.
-No puedo contarle eso a un ángel.-Dijo ella riendo.
-De cualquier forma supongo que es imposible que llegue a sentirlo. Va en contra de cualquier regla o norma de los ángeles y los arcángeles.
-Fue una pregunta tonta, lo siento.- Él sonrió.
-No te preocupes, puedes preguntarme lo que quieras. Estoy a tus servicios.-De pronto carcajeó sonoramente.
-Por favor, ignora que pensé eso.-Dijo ella avergonzada.-No lo puedo evitar.
-Entiendo. Vosotros no estáis acostumbrados a la belleza de un ángel.-Dijo divertido.-Te aseguro que no me molesta lo que piensas. Aunque en cuanto a las malas palabras...
-Lo siento.- Él carcajeó.
-Duérmete, pequeña, yo estaré aquí para cuidar tus sueños.-Le besó el cabello y Amaia sintió un viento fresco que hacía que sus ojos se cerraran mientras ella seguía bastante cómoda en aquel fuerte pecho.