I ~ En una recóndita aldea

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Bajo la oscuridad de un manto polvoriento, un pequeño bulto con vida disfrutaba del trote del carromato, al tiempo que propinaba valientes mordiscos a una manzana. A través de una fina rendija que él se había encargado de dejar a propósito, ojeaba el exterior ocupado por sus gentes. Sus charlas, el movimiento de los carros, el habla de los caballos, correrías y otros ruidos ambientan el arenoso lugar.

-¡Hey, pequeño ladrón!

Justo cuando se disponía a devorar la quinta manzana, una mano cubrió su único campo de visión. El manto se elevó abruptamente, esparciendo el acoplamiento de polvo que había acumulado.

Tras la oscuridad, surgieron dos gemas del color de la sangre, incrustadas en el rostro redondo de un niño, el mequetrefe que se había colado a traición. Su blanquecina sonrisa se precipito sobre su labio inferior, lejos de arrepentirse de sus actos.

-¡Adiós!

Esquivó las manos negruzcas del individuo con una facilidad impresionante y de un salto abandonó el viejo carromato.

-¡Mocoso!

Los pequeños piecitos de la criatura abandonaron el terreno arenoso. Normalmente lograba huir satisfactoriamente, pero en aquella ocasión, el comerciante fue más rápido en predecir sus movimientos.

-¡Ya, bájeme! – No pataleó, ni siquiera se mostró temeroso ante la oscurecida mirada del gigante que lo había agarrado.

Cualquiera en su lugar ya se habría mojado los pantalones.

-¡No hasta que me pagues lo que te has zampado! – Señaló las manzanas delgaduchas que el niño había dejado como evidencia sobre el suelo de madera del vehículo – ¡Son cincuenta monedas de cobre! – Abrió su enorme mano frente a sus narices.

Tras la frondosa barba carbón del gigante, sus penetrantes orbes oscuros se asomaban.

Un círculo de espectadores les rodeaba, atraídos por el espectáculo. Unos veían con lastima la escena, otros criticaban al ladrón, aunque este tuviera todavía tiernos siete años.

-¿Crees que tengo dinero? – El niño estiró sus pantalones babucha, tan ligeros como vacíos. Con la arrogancia de un noble, así hablaba el pequeño ovillo.

Eso fue lo que al comerciante le resultó más fastidioso.

-Habértelo pensado antes de zamparte mi mercancía.

Como un trasto viejo, el niño fue arrojado al interior del vehículo. Su cráneo chocó con el final, provocando un estruendo que azotó el corazón de más de un alma. Niños se aferraron a las piernas o pechos de sus progenitores. Incluso inocentes sabían el final que al pequeño le aguardaba. Aquel comerciante, no era alguien que entendiera precisamente de piedad.

-Bueno, tengo que reconocer que eres un chico inusual – Le habló el hombre desde el otro extremo del carro – Esos ojos que tienes, por ellos seguramente me paguen una buena cantidad.

Había mucho más en aquella criatura. La oscuridad de su extensa melena compaginaba a la perfección con la sangre de su iris, y la tonalidad pálida de su piel era un rasgo único por aquellos parajes desérticos. Que una criatura como aquella hiciera parte de la población rancia era sin duda una singularidad.

-Viejo, me has hecho daño.

La pequeña figura se tambaleó al erguirse. A través de la oscuridad, apenas se divisaban sus orbes ensangrentados y la filosa sonrisa que emergió súbitamente. En aquel ambiente, se ponía en causa que se tratara de apenas un niño que mal terminaba de aprender a mantener sus balbuceos a raya.

Magi ~ Sístoles de Amor [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora