7. Arriba la birra

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Natalia

Conté hasta diez antes de entrar a la escuela y me preparé para mi primera clase de baile. Los lunes, miércoles y viernes, a partir de ese día, los iba a pasar con unos doce niños de ocho años, a los que les iba a enseñar contemporáneo. Mario, mi amigo, me había dicho que eran todos nuevos.

Mis nervios no se calmaron en cuanto pisé el vestíbulo, pero seguí avanzando después de saludar a la recepcionista hasta llegar a la sala donde haríamos la clase.

-¡A ver! ¡Chicos! Sentaos por favor -Mario intentaba dirigir la clase y yo me quedé parada en la puerta, observando. Él se giró y me vio ahí sin saber qué hacer- ¡Mirad! Esta es vuestra nueva profe, Natalia.

Los niños empezaron a chillar y se levantaron, viniendo a abrazarme, cosa que me sorprendió para bien. Mario me sonrió y se fue saludando a los niños con la mano, aunque estos no le hicieron mucho caso.

-¡Natalia! -gritó una niña rubia con el pelo largo- ¡Yo me llamo Irati!

-¡Y yo Lucas!

-¡Yo Pau!

-A ver, a ver... -dije, abrazándolos y sonriendo- ¿Os parece si nos sentamos en un círculo y nos presentamos todos?

-¡Sí! -chillaron todos al unísono. Parecían emocionados y eso me tranquilizó bastante.

Nos sentamos en una redonda un poco deforme en el suelo, justo en frente del gran espejo que había en la pared del fondo de la sala. Les propuse que me dijeran su nombre y después nos explicaran a todos algo sobre ellos, sus gustos, etc.

-¡Yo empiezo! -dijo un niño castaño, con el pelo rizado y gafas-. Me llamo Álvaro y tengo ocho años. Me gusta bailar con mi papá y las palomitas -reí ante la inocencia que me transmitían todos.

-Muy bien, Álvaro -dije, mirándolo sonriente-. Ahora tú -señale a una niña pelirroja y de ojos azules.

-Yo... Me llamo Valeria -dijo con voz suave y mirando al suelo-. Tengo ocho años y me gusta ir con mi hermano Dani -señaló al pelirrojo de su lado- a jugar a fútbol al parque.

-Yo soy Irati -empezó a hablar la rubia de antes-. Me mola cantar con mi prima mayor y el zumo de piña.

Seguimos un rato hablando hasta que todos los niños tuvieron su momento. Cada uno era diferente y especial, y en seguida supe que les iba a coger mucho cariño. La clase duraba una hora y media, pero ese día no bailamos mucho. Quería dedicarlo a hablar para que todos se sintieran cómodos y cogieran más confianza, y creo que funcionó bastante, porque al final de la clase salieron con una sonrisa.

-¡Adiós Natalia! -me dijo Irati al salir. Yo la saludé y me giré, viendo que solo quedaban los dos hermanos.

-¿Os lo habéis pasado bien? -les pregunté.

-¡Sí! -respondió Dani, entusiasmado.

Estábamos en el vestíbulo esperando a que vinieran a buscarlos. Pensé en lo bien que había ido todo, y justo entraron dos mujeres jóvenes de la mano, una de ellas pelirroja.

-¡Mamis! -Valeria echó a correr hacia ellas y Dani la siguió, fundiéndose después en un abrazo. Luego, una de las mujeres se separó un poco y se acercó a mí.

-Lo siento -me dijo-. Somos las mamás de Valeria y Dani. Hemos tenido un imprevisto y por eso hemos llegado tarde.

-Tranquila, no pasa nada -dije. He de admitir que me sorprendió para bien que tuvieran dos madres porque no solía ver a muchas familias homosexuales con hijos, pero me alegraba pensar que poco a poco las cosas iban cambiando y la gente mostraba su amor libre, como tenía que ser.

Etéreo - AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora