21. Romperse

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Natalia

-Mi... Mi abuelo.

No tuve tiempo de decir nada más porque volvió a lanzarse contra mi pecho, aferrándose a mi ropa con desesperación.

Su abuelo... Me había hablado alguna vez de él. Sabía que el padre de la Rafi vivía en Elche, pero no tenía constancia de que le pasara algo.

Me partía el alma ver a Alba llorar así, por eso me centré en cuidarla y darle mimos para tranquilizarla, acariciando su espalda.

Estuvimos así unos diez minutos; ella desahogándose y yo preocupándome cada vez más. Acabó sentada en mi regazo con una pierna a cada lado de mi cadera.

-Albi... -empecé. Necesitaba saber qué era lo que la angustiaba. No quería presionarla, pero nunca había visto a Alba llorando tanto y lo único que quería era protegerla de todo lo malo del mundo.

La vi tan frágil que tuve hasta miedo de romperla cuando cogí su rostro con mis manos y me miró con el color miel de sus ojos más claro que nunca.

-¿Quieres contarme qué ha pasado? -asintió lentamente y yo le coloqué el flequillo, peinándolo entre mis dedos.

-Nat... Mi abuelo tiene alzheimer hace muchos meses -dijo. Yo agarré su mano y me limité a escuchar-. Mi madre... Mi madre me ha llamado antes y... -sorbió su nariz-, me ha dicho que se ha puesto muy mal y... Tengo que ir a verlo.

Las palabras se habían quedado atascadas en mi boca. Alba hablaba siempre de su abuelo con una sonrisa, y cada vez que lo mencionaba me decía lo mucho que lo quería. Sabía que era una de las personas más importantes para ella.

Solo pude volver a abrazarla porque no me atrevía a decir nada por miedo.

-Les dejaré un mensaje a los padres de Vicky, espero que no se enfaden.

-Tranquila, cariño... -besé con dulzura su mejilla, la cual estaba salada por culpa de las lágrimas-. Ven, vamos a ponernos el pijama.

Alba asintió murmurando un "gracias" y se levantó de encima de mí para coger mi camiseta negra que guardaba bajo su almohada. Yo cogí mi otra camiseta y también me desvestí para ponérmela. Después, nos dirigimos al baño y nos desmaquillamos en silencio. Yo observé sus ojos a través del espejo unos segundos y me entraron ganas de llorar, las cuales había aguantado mientras la consolaba.

-Alba, quiero ir contigo a Elche.

-¿Qué? -preguntó, dejando de limpiar su ojo-. No puedes, Nat.

-Albi, lo que no puedo es dejar que te vayas sola con esta angustia, no...

-Natalia -me interrumpió-. Tienes universidad, y clase con los niños, y... -se llevó los dedos a su sien.

-Eso me da igual, puedo avisar a Mario.

-Y la obra, Natalia. Tienes ensayos -argumentó, gesticulando mientras volvía a la habitación. Yo la seguí después de tirar la toallita que había estado usando a la basura.

-No pasa nada, la directora es muy maja y me entenderá si falto este fin de semana -dije, caminando tras ella.

-No quiero que te metas en un lío por mí -abrió las sábanas y se metió en la cama, apagando la luz y encendiendo su lamparita.

-No es ningún lío, Alba. No quiero dejarte sola ahora.

-Natalia, no puedes venir. Quizás estoy ahí una semana.

-Pero... -apagó la lampara y yo me quedé de pie, a los pies de la cama.

Suspiré rendida y caminé hasta mi lado del colchón. Alba me daba la espalda, y yo quise darle su espacio, así que me giré hacia el otro lado.

Etéreo - AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora