Alba
Era la primera vez que pisaba mi tierra desde que mi abuelo nos dejó. Todos, en mayor o menor medida, lo estábamos superando e intentábamos seguir con nuestras vidas, acordándonos siempre de todo lo bueno que nos había dejado. Yo, aunque tenía mis bajones, había conseguido sacar fuerzas para seguir adelante con la ayuda de mis seres queridos, pero también gracias a la música y la pintura.
Eran tantos los recuerdos que teníamos en mi casa que, al entrar acompañada de mi madre, no pude evitar emocionarme. Habíamos pasado muchas tardes juntos jugando en el jardín, haciendo galletas o tocando el piano, y me dolía pensar que no se iba a repetir nunca más. A pesar de ello, decidí sonreír y sentirme afortunada por tener esos recuerdos.
-¡Hermanita! -la persona a la que más adoraba en toda la faz de la tierra apareció corriendo por el pasillo y me abrazó con efusividad, haciendo que soltara mi maleta de golpe. La rodeé por la cintura y aspiré su aroma. Olía a casa, a hogar, a momentos juntas tocando el piano o pintando. Olía a Marina, a mi niña-. Ha sido poco más de un mes, pero te he echado de menos.
-Trae, Albita, que te llevo esto al cuarto -Rafi recogió mi maleta del suelo sonriéndome, gesto que yo le devolví a modo de agradecimiento.
-La última vez no me recibiste tan cariñosa, eh -reí, dirigiéndome ahora a mi hermana. Ella se apoyó en mis hombros con las manos y me miró presionando sus labios-. Es broma, tontalava, yo también te he echado de menos, mucho -volví a atraerla hacia mí y dejé un beso en su hombro-. ¿Cómo estáis?
-Muy bien, Alba, de verdad -sabía a qué me refería-. A ella le costó un poco más que a mí, obvio... Pero hemos aprendido a sobrellevarlo. Siempre nos repetimos que todo lo que él luchó porque fuéramos felices no puede ser en vano; tenemos que seguir siéndolo, aunque nos duela que no esté.
-Yo también pienso eso -sonreí de lado, suspirando-. Así quiero veros siempre, felices.
-Chicas, mañana vienen vuestras primas a comer. ¿Os parece bien? -Rafi reapareció con el pijama puesto en la entrada-. ¿Os vais a quedar ahí toda la noche, o qué? -rió.
-¿Qué primas? -preguntó Marina.
-Pues Chloe, Valeria y Ana, las de siempre -explicó. Yo sonreí porque hacía mucho tiempo que no hacíamos una comida juntas. Tenían doce, dieciocho y veintidós años, respectivamente. Pese a la diferencia de edad, las cinco habíamos estado muy unidas desde que éramos renacuajas. Mi madre tenía más sobrinos, pero dos de ellos eran muy pequeños, y otra, la hermana de Ana, Emma, era más mayor. No es que no la quisiéramos o no nos llevaramos bien con ella, simplemente no se juntaba tanto con nosotras.
-Qué ganas de verlas -dije, quitándome por fin el abrigo.
-Ellas también están deseando verte. ¡Venga, niñas, a cenar! He hecho tortilla y croquetas de las que os gustan.
-¡Toma! -exclamamos Marina y yo a la vez. Nos encantaba la comida de mi madre, pero su tortilla de patatas y sus croquetas vegetarianas eran lo mejor del mundo.
-Y después a dormir. ¡Como no estéis despiertas a las 10 os tiro agua fría en la cara! Que tenemos que desayunar, hacer la comida...
Cenamos entre risas, anécdotas y muestras de cariño entre las tres. Marina tenía razón: mi madre estaba contenta, contenta de verdad. No como aquellas veces que algo nos dolía a todas y ella intentaba sonreír para animarnos. No había nada que me gustara más que disfrutar de una cena con las dos mujeres de mi vida.
Cuando acabamos, Marina y yo subimos al piso de arriba y entramos en nuestra habitación. Me ayudó a deshacer mi maleta y a colocar mi ropa en el armario. Después, nos pusimos nuestros pijamas navideños y nos metimos cada una en su cama. Hacía bastante frío, pero con esos pijamas se estaba tremendamente bien.
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Etéreo - Albalia
Fiksi PenggemarHistoria ficticia en la que una chica llamada Natalia se muda con sus tíos a Madrid hasta que conoce a María, una chica que le ofrece la oportunidad de ir a vivir con ella y sus cuatro compañeras de piso. Entre esas amigas se encuentra a Alba Reche...