Natalia
Un tirón de sábanas repentino hizo que el característico frío de Pamplona recorriera mi piel de arriba a abajo. Me incorporé y me topé con los ojos de mi hermana pequeña, en los cuales se podía reflejar la ilusión tan especial que sentía solo una vez al año.
-¡Es Navidad, Nat!
-Feliz Navidad... -dije adormilada, agarrándome al cojín, perezosa.
-¡Vamos a despertar a Santi, corre! -tiró de mi mano con tanto ímpetu que hizo que casi cayera-. ¡Venga! -su emoción acabó contagiándome a mí también, así que me levanté, luchando contra el sueño, y la acompañé a despertar al mediano. Hacía un par de años que había conseguido hacerse con el altillo y crear ahí su habitación para así tener más intimidad, ya que antes dormía con Elena, en una litera.
-¡SANTI! -gritamos, subiendo las escaleras para llegar al último piso de la casa.
-¡Feliz Navidad, hermanito! -grité, tirándome encima de él en la cama. Elena no tardó en hacer lo mismo.
-Pero, ¿qué os pasa?
-¡Que como no te levantes te quedas sin regalos! -dije, haciéndole cosquillas.
Lo convencimos para que saliera de su cama y los tres juntos bajamos al comedor, donde nuestros padres nos esperaban junto al árbol, sonrientes. Había unos diez regalos, algunos mejor envueltos que otros, esparcidos por el suelo. A simple vista, podríamos deducir cuales pertenecían a cada uno de nosotros, ya que en mi casa siempre había sido una tradición que el color del papel determinara el destinatario del regalo. Mi color era el amarillo, el de Elena el azul y el de Santi el lila. Mi madre tenía asignado el negro y mi padre el blanco. También solíamos tener unos dos regalos por persona, ya que entre dos de los hermanos le compraban uno al tercero, y los padres se encargaban del otro. Además, nosotros regalábamos a nuestros padres y entre ellos se intercambiaban algo.
-¿Podemos abrirlos? -preguntó Elena mientras buscaba los suyos-. Tengo muchas ganas.
-¿No queréis desayunar primero? -sugirió mi madre mientras se acercaba a saludarnos a los recién levantados. Tras mi abrazo le di un beso en la frente y sonreí al ver cómo ella lo hacía primero.
-Yo voto por abrirlos primero que sino Elena comerá tan rápido que capaz que se ahogue... Y no quiero acabar en urgencias -comentó Mikel. Se acercó a nosotros y nos rodeó por los hombros cariñosamente.
Todos estuvimos de acuerdo, así que nos sentamos en el suelo, formando un círculo bastante desastroso y nos pusimos manos a la obra. Lógicamente, Elena fue la primera en desenvolver uno de sus paquetes, descubriendo el mono rojo que tanto ansiaba. Sacó su emoción con un gritito de alegría que nos hizo reír a todos y saltó para abrazar a mis padres. Nosotros continuamos abriendo, cada vez más felices por el buen rato que estábamos pasando en familia, pero también siendo conscientes de lo afortunados que éramos por poder celebrar una fiesta como esta, teniendo en cuenta que, por desgracia, no todos podían disfrutarla. Finalmente, terminamos con una montaña colorida formada por pequeños trocitos de papel.
-¿Te gusta, cariño? -mi padre se acercó a mí y acarició mi cabeza desde arriba, viendo cómo yo contemplaba el conjunto de ropa que me habían comprado: un jersey de cuello alto negro y ajustado y unos tejanos anchos.
-Me encanta, aitá -sonreí-. Gracias, lo estrenaré hoy.
-¿Así que un viaje? -su mujer captó nuestra atención, mostrándonos un billete que había sacado de una caja donde mi padre lo había metido para que no sospechara nada. Se formó un silencio, que hizo que Elena y Santi dejasen de discutir por ver quién sabía cómo abrir los cascos nuevos del chico, que estaban perfectamente atados a su caja.
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Etéreo - Albalia
Fiksi PenggemarHistoria ficticia en la que una chica llamada Natalia se muda con sus tíos a Madrid hasta que conoce a María, una chica que le ofrece la oportunidad de ir a vivir con ella y sus cuatro compañeras de piso. Entre esas amigas se encuentra a Alba Reche...