42. Igualment

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Alba

Llevaba todo el camino deseando ver esa sonrisa en su rostro, así que, cuando la tuve frente a mis ojos, fui la persona más feliz del mundo y no pude evitar observarla con detenimiento y besarla más tiempo de lo normal. Aunque con Natalia no hacerlo era algo imposible.

-Pero... ¿Qué haces aquí? -preguntó mientras me acomodaba el flequillo.

-Quería darte una sorpresa -bajé al suelo acariciando sus brazos por el camino y entrelacé su mano con la mía. Me puse de puntillas para abrazarla, y aproveché los gritos de Santi y Elena, quienes volvían a discutir, para susurrar en su oreja- mejor hablamos luego. Pero todo bien.

Natalia me miró a los ojos y asintió con una sonrisa ladeada. No parecía muy satisfecha con mi afirmación, pero yo tiré de su mano y me dirigí a sus padres, que se habían levantado del sofá sonrientes y dispuestos a recibirme con amabilidad.

-Hola, Alba, yo soy María -me dio dos besos- y este es Míkel -el padre se acercó e hizo lo mismo.

-A Santi y Elena supongo que ya los conocerás un poco... Ah, y tú siéntete como en tu casa.

Agradecí su hospitalidad mientras Natalia cogía mi chaqueta y la colgaba en el perchero de la entrada.

-Vosotros, pencos, ¿se puede saber por qué discutís ahora? -preguntó, cuando volvía.

-¡Es que la idea de que viniera fue mía!

-Calla, pequeñaja, que yo se lo pregunté a amá.

-Sí, pero porque yo te lo dije a ti primero.

-Bueno... Alba, ¿has cenado, cariño? -preguntó María.

-No...

-¿Quieres empanadillas de verdura y patatas? Las ha hecho Natalia con su padre, están deliciosas.

-Muchas gracias -asentí. Natalia me acompañó a la cocina y me estuvo explicando lo que le habían regalado por Navidad y cómo habían pasado el día mientras yo comía con ganas, ya que había merendado a las cinco y tenía mucha hambre.

-Natalia, hija, ¿por qué no le enseñas la casa a Alba? -propuso el mayor de la familia cuando acabamos de recoger mi plato.

-¡Es verdad, que nunca has estado aquí! -su carita se iluminó de golpe y tiró de mi mano para enseñarme su hogar. Pasamos por las habitaciones, los baños, la cocina, y todas las estancias de cada una de las tres plantas, y finalizamos en su enorme jardín, donde tenía una mesa con sillas y dónde, según me explicó, en verano montaban una piscina.

-Tu casa es preciosa, Nat, igual que tu familia.

-Habló -me acarició la mejilla y me besó la punta de la nariz.

-Ay, para -susurré, mirando hacia la ventana.

-¿Por qué? ¿Te da vergüenza que nos vean cariñositas?

-Un poquito -admití.

-Pero si acaban de ver cómo me comes la boca cuando has llegado, Albi -rió.

-¡Ya, pero eso es diferente! No me ha dado tiempo a pensar en que nos estaban mirando, pero ahora... no sé.

Natalia negó con la cabeza sonriendo y se dirigió hacia los ventanales de entrada hacia el salón. Tras comprobar que sus padres estaban en la cocina, tiró de las cortinas para cerrarlas y volvió a donde estaba yo.

-Tranquila, ya te irás soltando poco a poco. Pero ahora nadie nos ve -agarró mi cintura y tiró de ella para acercarme más a su cuerpo, quedando nuestras bocas a escasos centímetros. Entreabrí mis labios y Natalia se abalanzó sobre ellos sin darme tiempo a reaccionar. Se lanzó con tanto ímpetu que hizo que perdiera el equilibrio y cayera en el césped, llevándola conmigo. Su cuerpo quedó completamente encima del mío, y tuvimos que cortar el beso porque empezamos a reír como hienas. Pero, en el momento en el que Natalia hizo un movimiento que causó que su muslo rozara mi entrepierna, ambas dejamos de carcajearnos y nos miramos fijamente. Me hundí en el marrón de sus ojos y pude ver el deseo en ellos. Empujé su nuca hacia mí y la volví a besar con intensidad.

Etéreo - AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora