8. Sábado de resaca

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Alba

Abrí los ojos como pude, pero los volví a cerrar a causa dr la luz que se filtraba por las rendijas de la persiana, que no estaba cerrada del todo.

Me removí y noté que estaba encima de alguien, supuse que María. Me incorporé un poco para no despertarla y, cuando abrí los ojos, me di cuenta de que era Natalia.

Entonces recordé lo que había pasado la noche anterior. Tenía momentos borrosos en mi cabeza, pero no me había olvidado de que la besé. Sé que por la noche iba bastante perjudicada, pero era totalmente consciente de lo que quería hacer, aunque fuera el alcohol lo que me ayudase a ello.

También sé que no debería haberlo hecho.

Espero que Natalia fuera lo suficientemente borracha para no recordarlo, porque no quería estropear nuestra amistad.

Me separé de ella para no despertarla pero lo hizo, abriendo primero un ojo y frotándoselo con los nudillos.

-Buenos días -dijo, con voz cansada-. ¿Cómo estás?

-Bueno, muchísima resaca. Y me sigue doliendo la cabeza -contesté, tocándome la frente y comprobando que, realmente, la tenía ardiendo.

-¿Quieres que te traiga un ibuprofeno? -se incorporó rápidamente y apartó las sábanas.

-Vale -sonreí y ella se acercó a mí. Me puse nerviosa cuando me dio un beso en la nariz. No sabía si se acordaba pero no era lo suficientemente valiente como para preguntárselo.

Se levantó y yo contemplé sus largas piernas alejándose por la puerta. En ese instante pensé en cómo me había cuidado desde que entramos al piso. Sonreí sola.

Me levanté porque, al fin y al cabo, quería desayunar, y no quería depender de Natalia, que bastante tuvo ayer ayundándome, la pobre.

Salí al comedor y me encontré a Natalia con una pastilla en la mano y un vaso de agua.

-Alba -dijo, tendiéndome el vaso-. ¿Quieres desayunar? -miré el reloj y vi que eran las once y media.

-Sí -me tomé la pastilla y, cuando ella iba hacia la cocina, dejé el vaso en la mesa del comedor y la abracé por detrás. Ella se giró y me apretó contra su pecho, acariciándome la cabeza.

-Gracias, Nat.

-No tienes que dármelas.

Fuimos a desayunar y me explicó que habían dejado mensajes en el grupo del piso, de que Marta y María se habían ido a hacer un trabajo de la universidad, Julia había dormido con Carlos, y Sabela trabajaba. Yo me pregunté cómo habían podido levantarse Marta y María después de la noche que tuvieron ayer. Sobretodo me sorprendió de la rubia, a la que era imposible sacar de la cama por las mañanas.

Después de desayunar, me senté en el sofá. Yo me había dado cuenta de que no solo era resaca lo que tenía, sino que estaba resfriada y tenía mocos y tos.

Natalia estaba recogiendo los platos y, al rato, vino y se sentó conmigo, tendiéndome un rollo de papel.

-¿Quieres... -empezó a decir, rascándose la nuca- que veamos una peli? -miró al suelo tímidamente.

-Pero, Nat, ¿No tienes nada que hacer?

-No. Los trabajos de clase los llevo bastante bien, y...

-Vale -acepté. Sonrió tiernamente y encendió la tele-. ¿Podemos ver Coco? ¡Porfi!

-¡Sí! La quería ver hace tiempo -puso la película pero, antes de que empezara se levantó-. Espera, voy a coger la manta.

Cogió dicho objeto mientras yo me sonaba la nariz con fuerza y volvió a mi lado. Se recostó en el lado del chaise longue y le dio al play. Yo me tumbé hacia el otro lado del sofá, y apoyé mi cabeza en su barriga.

Etéreo - AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora