Luego de que le conté todo a Jade, me abrazó, nunca podría describir con palabras lo que su simple cercanía me causaba, era algo demasiado irreal. Le había confesado todo y aún seguí aquí, entre mis brazos. Entonces noté como me abrazaba con más fuerza, como si nunca quisiera separarse de mí.
Había llorado frente a ella.
-Creo que me dejarás sin respiración, Thirlwall- Susurré acariciándole el cabello
-No se imagina cuanto quise abrazarla, simplemente abrazarla en todos estos años- Murmuró buscando su lugar en mi pecho- Fue demasiado idiota conmigo, sufrí más de lo que había sufrido en la vida por una estúpida como usted- Yo reí por lo bajo, entonces ella levantó la vista y vi sus ojos cafés nuevamente llorosos, se me rompió el corazón, a pesar de todo, seguía pareciendo una niña aunque fuese ya una mujer hecha y derecha
-Lo siento, Jade- Susurré acariciándole el rostro- En verdad lo siento.
Aparté las lágrimas de sus mejillas, las tomé y me incliné para encontrar sus labios, había extrañado tanto aquella dulzura, entonces sus brazos subieron a mi cuello queriéndome tener más cerca, más fundida en su cuerpo. Me di cuenta entonces que a pesar de que pasara el tiempo nuestras bocas nunca se olvidarían, nuestros cuerpos seguirían aclamándose y nuestros ojos hablando sin hablar.
Terminamos entonces recostadas en el sofá, simplemente recostadas besándonos, no necesitábamos desnudarnos, simplemente tenernos.
Perrie me contó sobre ella, como había sido su secundaria, la universidad, la primera vez que había enseñado, lo revoltosos que eran los niños de primaria. Su amorío con Lauren, amaba conocer de ella, que se entusiasmara ahora a hablar de su pasado sin trabas, sin ataduras. Compartió conmigo también cuando había ido de intercambio, prácticamente había conocido casi la mitad del mundo.
-Mi madre era un ángel- Comenzó a contar con una sonrisa.
Estábamos acostadas en el sofá, frente a frente, por suerte era lo suficientemente grande para sentirnos cómodas, y estar totalmente cerca de Perrie no era un problema para mí. Podía sentir su respiración, suave, pausada. Y sus ojos mirándome con ese anhelo que indirectamente siempre había estado allí.
Me sentía tan completa.
-Recuerdo que la casa en la que vivíamos quedaba en el campo, mi padre la había comprado solo para sentirnos más cerca de la naturaleza. Mi madre era arquitecta, tenía un lugar en el patio para hacer sus planos- Perrie sonrió con ensueño, eso me causó a mí sonreír- Cocinaba delicioso, ni en los mejores restaurantes he encontrado algo semejante, cuidaba de mi padre tanto como él de ella, y ambos de mí. Eran la pareja perfecta, tan dulce, todo lo que yo alguna vez quise, sentirse tan pleno, tan feliz.
Perrie se quedó mirando el techo mientras sus dedos perezosamente acariciaban mi cabello, estaba pensativa.
-Todo fue demasiado doloroso durante su enfermedad, recuerdo que había una flor que particularmente le gustaba, se parecía a ella.
Throwback
Deborah Edwards, una mujer soñadora, entregada a su familia. Alta, de físico elegante, con un cabello rubio suave y sedoso, con unos ojos que eran tan azules como los cielos, parecía una reina, de esa forma la veía Perrie, su hija.
Para Perrie su madre lo era todo, un ejemplo a seguir, veía como junto a su padre la llevaban a hogares necesitados, le entregaban juguetes y comida a niños y adultos mayores, sin duda los Edwards tenían dinero, pero no era nada si no hacían nada para poder combatir problemas que valían más que toda la fortuna que poseían.
Perrie creció con ese ejemplo, con aquella sonrisa tan dulce que tenía su madre y el apoyo de su padre, definitivamente ante sus ojos eran la pareja perfecta. Todo cambió cuando su madre enfermó. Se puso más pálida, su cabello se caía de a poco y no tenía aquel animo que vitalizaba todo aquello a su alrededor.
Pero la madre de tan solo 36 años no se daba por vencida, al contrario. Nunca apartó a su hija de la enfermedad que desafortunadamente poseía, le enseñó la verdad de las cosas, de la mejor forma que pudo. Alexander veía con tristeza como el amor de su vida, de su Juventud y niñez se iba frente a sus ojos, su amor no había cambiado, al contrario, sintió aumentar cuando se dio cuenta de que ya no lo tendría más.
Estaban en la habitación de ambos, Deborah le acariciaba el cabello a su esposo mientras este lloraba en su regazo, una pequeña Edwards de tan solo 8 años vigilaba tras la puerta, entendiendo todo, para su poca fortuna.
-Tienes que ser muy fuerte, Alexander- Dijo la mujer- Por mí, y por Perrie, necesitará más de ti que de nadie, y deberás estar ahí.
-No puedo ser fuerte cuando sé que te voy a perder- Murmuró entre lagrimas
Ella sonreía con tristeza, aquella sonrisa que Perrie veía muy poco a pesar de las circunstancias.
-Te amo, Alexander- Susurró para luego besar su mejilla- Eres el hombre con el que siempre soñé y que siempre tuve y en verdad te agradezco por todo lo que me has dado, iluminaste mi vida, mi amor- Ella iba a llorar, pero sabía que ya las lágrimas no valían de nada. Entonces vio a Perrie en la puerta-¿Qué haces espiando ahí, pequeña?- Preguntó dulcemente
Perrie se asustó y salió corriendo.
Deborah dejó un Alexander dormido y lleno de lágrimas en su cuarto y bajó en búsqueda de la curiosa Perrie. La encontró en el sillón, fingiendo ver televisión queriendo que su madre no se enterase de que la estaba espiando.
-¿Pez?- La llamó, la menor la miró- ¿Vienes conmigo?
La niña corrió al encuentro de la mano de su madre y caminaron hacia el patio bien cuidado. Perrie siempre venía con su madre, a pesar de todo, el jardín siempre estaba bello, radiante, como su madre.
-¿Alguna vez te dije cuál era mi flor favorita?- Le preguntó a su hija mientras regaba las plantas, la pequeña negó con la cabeza
Deborah la llevó hacia aquella flor.
-Esta flor se llama lirio, Perrie- La presentó
La chica pequeña de ojos azules la miró con curiosidad y la tocó con delicadeza
-Se parece a ti, mami- Susurró, Deborah rio.
-Esta flor no marchita tan fácil, Perrie, más que a mí, se parece a ti.
Pasaron lo meses y Deborah murió. Perrie enfrentó la muerte encerrándose en su soledad, el cielo ya no estaba radiante, al contrario, estaba gris. Con ojos llorosos caminó al jardín cuando no había nadie en casa debido a que su padre se había visto en la obligación de salir a la funeraria a tramitar ciertas cosas, nadie respetó el duelo de los Edwards.
Se acercó entonces a aquella flor, se había marchitado, Perrie no pudo evitar llorar, pero a la vez vio una pequeña flor igual que nacía.
"Se parece a ti"
Fin del throwback
-Esa era mi madre- Terminó la historia.
Yo estaba demasiado conmovida al ver aquella tristeza en sus ojos. Quería apartarla de todo su pasado, y sabía que podía hacerlo, brindándole un futuro mejor. Me estiré un poco hasta alcanzar sus labios y besarlos con delicadeza, me correspondió y me puso sobre su cuerpo. Me separé un poco y le sonreí, ella hizo lo mismo.
-Una vez te dije que te parecías a tu padre, que eras peor que él, pero Perrie, tienes un corazón tan noble como el de tu madre, eres su fiel retrato, no tengo que conocerla para saberlo.