I. Padres

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Sonríe al bajar de su auto e ingresar al edificio en el que pasa gran parte de su día y de su vida. Saluda al hombre que se encarga de la seguridad de la planta y pone su dedo en el lector de huella dactilar que le habilita la entrada. Pulsa el botón número diez y se encuentra con su asistente al abrirse las puertas. Sonríe y besa su mejilla para caminar junto a ella hasta su oficina en la que ambas se enfrentan en sus respectivos escritorios. 
Rocío le cuenta brevemente lo que hizo durante el fin de semana junto a Albert, su novio, y le sonríe ampliamente cuando le pide permiso para tomarse una semana de vacaciones.

–¿A dónde irán?

–Albert me invitó a Barcelona para conocer a su familia –sonrió–. ¿Te imaginas, Lali? No salí de Italia desde que vine a estudiar y este hombre se aparece con dos boletos hacia Barcelona para el próximo viernes. 

–Miralo al catalán –sonrió–. Barcelona es una ciudad preciosa –sonrió–. Avísale a Patricia que tenes que firmar las vacaciones así te da todo el papeleo.

–Gracias. 

–No hay de qué, Ro –sonrió–. ¿Viste los papeles que dejé ayer acá? –dijo revolviendo su cajón. 

–Sí, los acomodé en una carpeta para que no falte nada. Gianfranco ha pedido las últimas novedades del seminario de Telas que diste la semana anterior; quiere que lo veas por la tarde –asintió sin prestarle atención mientras tecleaba en su teléfono–. ¿Está todo bien, Lali?

–No lo sé –suspiró y la miró–. Eugenia, mi amiga, me llamó ayer a la noche para preguntar si había hablado con mi padre últimamente. 

–¿No lo has hecho? –negó culpable–. ¿Por qué no lo llamas? En la era de la comunicación masiva es más simple acortar tantos kilómetros –sonrió.

–Lo llamé y no me respondió, sé que no atiende a nada por fuera del atelier cuando está trabajando, pero lo llamé a las diez de la noche y no contestó.

–No dramatices antes de tiempo –la calmó–. Llamalo ahora.

Lali suspiró y asintió buscando a su padre entre los contactos de FaceTime y lo llamó cuando lo encontró. Sonó cinco veces mientras Lali movía impaciente su pie hasta que abrió los ojos al ver la imagen de su padre en la pantalla.

–Ciao, Bella –sonrió a su hija.

–Ciao, papá –sonrió–. ¿Cómo estás? 

–Bien, trabajando un poco –y tosió disimuladamente–. ¿Cómo anda todo por allá? 

–Bien, Eugenia me llamó ayer y lo que me dijo me dejó preocupada.

 –¿Qué te dijo? 

–Papá, no te sale bien disimular –dijo obvia y él rió–. Quiero que me contestes con la verdad, ¿Qué es lo que está pasando allí? –y lo escuchó toser nuevamente pero no pudo disimular ya que el catarro lo ahogó–. ¿Papá? –dijo preocupada.

–Lali –dijo después de unos minutos y tras beber un sorbo de agua–. Hace un tiempo que estoy enfermo –dijo después de un prolongado silencio y ella palideció–. Tengo insuficiencia cardíaca –y Rocío la miró tras acercarse a ella porque había escuchado todo–. Los médicos lo tienen controlado, Lali –dijo minimizándolo–. Estoy tomando varias pastillitas de colores y tamaños diferentes, tantas que hasta me han dado una idea para una nueva colección –ella rodó los ojos. 

–Es tu salud, papá, deja de pensar en el trabajo.

–Está en nuestros genes, los Espósito viven de lo que aman –exclamó–. Somos muy afortunados, Lali –suspiró–. Los médicos me recomendaron frenar un poco pero tengo muchos encargues para clientes imposponibles así que estoy haciéndolo tranquilo pero me agito con facilidad –y agradeció su sinceridad, aunque la preocupó: Su padre nunca había sido de los que pidieran ayuda y esta era su manera de hacerlo.

AMOR ENTRE COSTURASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora