VIII. El día después

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Eugenia cerró la puerta de la oficina riendo y mirando su celular. Había encontrado a Lali durmiendo en el pecho de aquel hombre que la interceptó la noche anterior cuando salía del negocio y, aunque al principio se sorprendió, y se asustó, rápidamente aquel se presentó y le explicó cuáles eran los motivos que lo motivaban a pedirle semejante favor. Rió cuando recordó lo que le dijo: 

–¿Y como sé yo que Lali quiere verte? Nunca me habló de vos –dijo mirándolo a los ojos.

–Mira, Eugenia, ¿No? –ella asintió–. Podría inventarte alguna excusa de por qué ella no habló de mi con vos, y la verdad es que prefiero ser sincero, sos la mejor amiga y si el día de mañana pasara algo entre nosotros, me gustaría que sepas que elijo la honestidad ante todo –sonrió–. No sé por qué no mencionó mi nombre, pero puedo asegurarte que aunque no pueda expresarlo en palabras coherentes, porque ni yo lo entiendo, tu amiga me gusta mucho –ella sonrió–. Tanto que hace que esté hoy, acá, tratando de que me dejes entrar para cenar con ella, cosa que dudo haber hecho en alguna otra oportunidad. 

–Me convenciste en la parte de la honestidad, pero te dejé seguir hablando porque chamuyas lindo –lo hizo reír–. No te conozco y te estoy confiando la integridad de mi persona favorita en el mundo –lo amenazó–. La haces sufrir, y te arranco el lunar a trompadas, ¿Me oíste? –él asintió–. Muy bien. Pasá –le dijo abriendo la puerta y dejándole lugar–. Suerte, Peter –le guiñó un ojo y se fue. 

Suspiró y bloqueó su celular cuando escuchó las puertas metálicas del ascensor y vio salir de él a Clara, una de las vendedoras de la tienda y la reina del chisme. 

–Buenos días, señorita Eugenia. 

–Buenos días, Clara. ¿Qué te trae por acá? ¿Por qué no estás en tu lugar de trabajo? –y si Eugenia no soportaba a una persona, no lo disimulaba. 

–Necesito a la señorita Espósito, ¿Está en su despacho? 

–Está –la frenó y la tomó de los hombros para redirigirla al ascensor. Sonrió y añadió–: Pero está muy ocupada terminando unas muestras, ¿te puedo ayudar yo? 

–Hay una mujer abajo que quiere reunirse con ella por un vestido de novia. 

–Bueno, dígale que la señorita Espósito en unos minutos está con ella.

–¿Pero no estaba ocup-

–¿A vos te pagan por suponer o por vender? –le espetó en la cara mientras la metía de nuevo en el ascensor–. Voy a ver si puedo relevarla en lo que esté haciendo acá para que pueda ir a atender a esta señora, Clara –y la susodicha rodó los ojos–. No te hagas la cocorita, Clara, anda a tu lugar de trabajo que Lali va en un ratito –suspiró cuando la perdió de vista y murmuró para sí misma–. Qué caro que te va a salir esto, Mariana. 

Giró y regresó sobre sus pasos para golpear fuerte la puerta y, luego de unos segundos, Lali le respondió. Abrió apenas la puerta. 

–No voy a mentirles diciendo que no vi nada –dijo apenas asomando su cabeza–. Porque sí los vi ahí todos abotonados, pero ya es de día y hay una mujer que solicita tu asesoramiento, Julieta, así que despedí a tu Romeo y volvé a ser la jefa responsable del lugar –rió cuando escuchó un insulto de Lali y cerró la puerta para ingresar a su oficina. 

–Buenos días –le dijo él desde el sillón mientras ella revolvía todo en busca de sus prendas.

–Es tardísimo, re amaneció, re te tenes que ir, re me quedé dormida –lo miró–. ¡Hiciste que me quede dormida! ¡No pude terminar de hacer nad-

AMOR ENTRE COSTURASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora