XI. Lago en el cielo

422 32 0
                                    

Sintió los rayos de sol molestándola y se giró hacia el otro lado chocando con algo duro. Abrió lentamente los ojos y parpadeó varias veces. Cuando se acostumbró a la luz vio que aquel cuerpo a su lado no era otro más que el de Santiago, quien la acompañó durante toda la noche y esperó a que se retirasen todos los presentes para invitarla a tomar una copa en su departamento. Pero fueron dos, tres, una botella entera; un beso torpe, dos, tres. Un botón desabrochado, un cierre bajo y mucha piel. Y allí estaba ella, cubierta por una colcha de plumas y completamente desnuda debajo. Había pasado la noche con aquel hombre y sonrió en complicidad consigo misma porque tenía vacíos en sus recuerdos. 

Su cuerpo estaba cansado y relajado a la vez, por lo que dedujo que había disfrutado al enredarse en las sábanas con aquel moreno que la doblaba en altura y tenía unos ojos casi hipnóticos que aun permanecían cerrados. Suspiró y cerró los ojos al acostarse nuevamente boca arriba intentando calmar las puntadas que sentía en la cabeza. Salió con cuidado de la cama y se metió en el baño. Se miró al espejo y tras pensarlo dos veces, abrió la ducha y se metió debajo cuando el agua estuvo en su temperatura ideal. Así lavó su cuerpo, su resaca y sus sentimientos. 
Se envolvió en una toalla blanca, hizo lo mismo con su pelo y volvió a mirarse al espejo para notar su maquillaje hecho un desastre. Miró a su alrededor y encontró crema humectante que, no era su rutina de limpieza ideal pero serviría para evitar salir a la calle cual mapache. Se limpió, se enjuagó y cuando salió lo encontró bostezando sentado contra el respaldo de la cama.

–Buen día –le sonrió refregándose los ojos–. Veo que no me esperaste para bañarte.

Ella rió y se acercó a paso lento hasta él. Se sentó frente a él y sonrió.

–Buen día –besó sus labios–. No te quise despertar, te veías tan tranquilo dormido.

–Y lo estaba, pero cuando vi que no estabas pensé que te habías ido sin despedirte, no es la primera vez que me lo harían.

–Hey –le tomó la cara y lo miró pícara–. No me compares con tus otras conquistas, yo jamás lo haría, así que quedate tranquilo –él sonrió y estiró su mano para besarla–. Gracias por quedarte conmigo ayer. 

–Fue un placer, tus amigos son muy copados –y ella sonrió hasta con el alma porque su gente era lo que más amaba en el mundo–. ¿Tenes planes para hoy? Pensé que podríamos almorzar.

–Me encantaría, pero es costumbre en casa pasar el domingo juntos y con todo lo de la colección la verdad es que no vi mucho a mi papá y tengo ganas de pasar tiempo con él. ¿No te enojas?

–¿Cómo me enojaría por eso, Lali? Al contrario, me parece un gesto hermoso y hasta contagioso –ella lo miró curiosa–. Le voy a escribir a mi mamá para pasar a almorzar con ella.

–Sos un ser tan puro, Santi –sonrió emocionada y lo besó–. Voy a cambiarme. 

Revolvió en un pequeño bolso que había armado con lo que tenía en su oficina de back up ante cualquier eventualidad, y se cambió rápidamente con un short de jean y una camisa oversize blanca que metió dentro para darle un look completo junto al cinturón negro que eligió para que abrace su cintura. 

Bajó del auto de Santiago una hora después y entró a su casa cuando confirmó que él arrancase. Cerró la puerta y se acercó a la cocina con cautela. Sonrió al ver a Julia allí con su infaltable mate y besó su mejilla.

–Te robo uno –dijo sentándose en una banqueta y apropiándose del mate y el termo.

–Con gusto te convertís en cebadora porque estoy por lavar la lechuga y ya se me hace imposible –sonrió–. ¿Cómo estás?

AMOR ENTRE COSTURASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora