El sonido de las máquinas trabajando, las agujas dando sus puntadas. Las tijeras cortando y los rollos de tela desenrrollándose por el tablón de trabajo.
Pies que vienen y van, consejos, sugerencias, los metros que vuelven a esconderse automáticamente cuando la traba que los mantiene quietos, se destraba. Los alfileres en sus almohadillas, atadas a las muñecas de las modistas.
El olor a café que se siente siempre en la recepción y en la cocina común. El bullicio del salón con sus clientes y los vendedores, así como las modistas charlando sobre trabajo o sobre su vida, o los últimos chismes de la televisión. Ese sonido que la hacía sentirse como en casa, ese olor con el que había crecido. Aquella situación que la relajaba en el medio de todo el estrés. Su capacidad de abstraerse de todo pero seguir sintiéndolo.–Señorita Espósito.
–¿Qué? –dijo girándose sobresaltada. Suspiró–. Me asustó, Antonia. ¿Qué pasó?
–El señor Lanzani está preguntando por usted.
–Yo solo le tomé las medidas de su traje, el resto lo hizo usted, Antonia. Si hay un problema con el smoking, puede resolverlo sin problemas.
–Le comenté lo mismo, señorita, pero me insiste en querer hablar con usted.
Ella suspiró y asintió dejando a un lado los retazos de tela sobre los que estaba trabajando.
–¿Puede continuar con esto, Antonia? Debo forrar la pedrería con la seda –la señora asintió y ella salió.
Aunque no quisiera pecar de preocupada, se miró de pasada en un espejo para chequear su estado. Se acomodó algunos cabellos que habían logrado escapar del rodete que llevaba armado sobre la cabeza y se acomodó el cuello de la camisa blanca que llevaba puesta. Suspiró porque no había mucho que pudiese hacer; su cara denotaba cansancio y eso era indisimulable. Con el inminente lanzamiento de Espósito Modas para mujer, había pasado varias noches sin dormir para llegar a tiempo con todos los modelos y diseños.
Llegó a la puerta del probador y golpeó dos veces. Él abrió de improviso y, al verlo, le robó el aliento como cada vez que lo veía de traje.–Hola, Lali.
–Señor Lanzani, ¿En qué puedo ayudarlo?
–Soy señor Lanzani ahora, ¿eh? El otro día era Peter –la miró divertido pero ella lo miró cansada–. ¿Qué pasó con vos? Pareces agotada.
–Lo estoy y debo volver a mi trabajo. Me comentó Antonia que había algún problema con el smoking –dijo y se agachó a medir el ruedo del pantalón.
–No lo hay, realmente.
–¿Por qué me pidió que bajase, entonces? –dijo mientras acomodaba las mangas.
–¿Por qué crees? –la miró sonriente.
–No voy a salir con vos.
–¿Acaso te lo pedí? –ella no contestó y lo miró– ¿Queres salir conmigo?
–Ni voy a salir con vos, ni voy a acostarme con vos otra vez –se levantó–. Te vas a casar.
–¿Y? No porque quiera hacerlo.
–Voy a marcar un límite, una línea divisoria. Una bien gruesa y clara.
–¿Y la linea es imaginaria o te traigo un fibrón? –le dijo mirándole la boca. Ella lo notó.
Ella lo miró seria unos segundos y vio cuando sus labios se curvaron hacia un costado. Lo empujó contra la pared del probador y capturó sus labios con fuerza. Él la tomó de la cintura y luego la tomó de la cabeza para profundizar el beso. Un golpe en la puerta los sobresaltó y Antonia se asomó cuando ella lo empujó y se separó.
ESTÁS LEYENDO
AMOR ENTRE COSTURAS
Fanfic"Las mujeres distinguimos perfectamente cuándo un hombre nos mira con interés y cuándo, sin embargo, lo hace como el que ve un mueble." María Dueñas